Revista Deportes

Dos crónicas, dos tiempos y un torero

Por Antoniodiaz
Dos crónicas, dos tiempos y un toreroEnrique Ponce, esculpiendo una media verónica

Crónica de Joaquín Vidal, Aste Nagusia 1995. Toros de Torrestrella para Joselito, Ponce y Jesulín:


A los toros les da por morirse, qué traviesos. Antes les daba a los toros por caerse -unos morrazos mayúsculos, unas panzadas de abrigo-, pero ahora prefieren irse muriendo poco a poco mientras los toreros se ponen farrucos y hacen como que los torean. Algunos son tan ansiosos, que se pasan y salen ya muertos. A otros, en cambio, les da por beber.

Toros de todos estos gustos y temperamentos salieron en la importante, mundial y mítica feria de Bilbao. Nadie podrá decir que la corrida de Torrestrella, a cuyo hierro pertenecían, no era variada. Desde los muertos vivientes al que se murió por las buenas, pasando por uno que apareció cantando La del soto del parral con una cogorza como un piano, hubo donde elegir.
Por haber, hasta irrumpió un salpicao capirote de bonita lámina, que embistió según recomendaban las antiguas tauromaquias. Ese toro hizo quinto y la faena que tuvo a bien instrumentarle Ponde duró más que Lo que el viento se llevó. Empezó con ayudados enjundiosos y siguió por derechazos, divididos en tandas surtidas: unas con enganchones, la siguiente sin ellos, otra destemplada. El molinete y la trincherilla sirvieron de transición para perpetrar unos naturales astrosos. Pero no había de quedar ahí la cosa: volvió a los derechazos, hasta agotar la paciencia de los más santos, acabó con un infamante bajonazo y le dieron una oreja de Bilbao.
¿Quién ha dicho que eso es torear?. ¿Quién ha dicho que torear consiste en ponerse a pegar derechazos a destajo?. ¿Quién ha dicho que merezcan una oreja diez minutos largos de monserga -fueron doce-, desesperante repetición del tema, la música tachín-tachín, el público callado a la espera de que llegara el pase de pecho para aplaudir, el trabajador poniendo posturas y marcándose contoneos?.
Torear, si el toro desarrolla encastada nobleza y hay en el redondel un diestro de arte y torería, ceñimiento y ligazón, es mando y templanza; es fundir la suerte con el toro encelado y embebido; son olés profundos, emoción; y a la docena de pases, acaso docena y media -tres o cuatro minutos de reloj bastan- ya está el público en pie, el toro sometido, ganada la oreja, un clamor en el graderío, entusiasmo, apoteosis.
Eso es torear; eso es ser maestro y ostentar la categoría real de figura del toreo. Estos otros que necesitan acumular pases hasta el agotamiento -cualquiera de la terna: Ponce, "Joselito" y "Jesulín", son ejemplos paradigmáticos- no pasan de ser unos aburridos pegapases, unos pelmazos insoportables que ocupan sin ningún derecho los altos puestos del escalafón. Los ocupan y permanecen inamovibles en ellos porque han logrado imponer allá donde vayan unos toros a los que les da por morirse, o que salen ya muertos del toril, o que se han mamado la cosecha del 93. Aparecen esos animales, apenas toman un pase ruedan por la arena, esbozan un rictus de contrariedad las figuras, van a cobrar, sus corifeos les disculpan poniendo el cazo, y hasta la próxima, que será mañana.
"Joselito" dio al primer moribundo de la tarde unos muletazos vulgarísimos quitándose de en medio, y el cuarto se le murió. Este torito cuarto le miraba con los ojos entreverados suplicando piedad. Evidentemente no podía con su alma. En cuanto le citó "Joselito" se desplomó y hubo que apuntillarlo. El segundo estaba tal cual y Ponce sólo pudo darle medios pases. "Jesulín" los instrumento más completos al tercero, con inclusión de espaldinas, parones, rodillazos y otros excesos, pues, aunque amodorrado, tomaba con franquía la muletaza ubriqueña.
El sexto apareció convulso, pegaba tumbos, hacía eses y fue devuelto al corral. El sobrero padecía invalidez y con sus medias arrancadas, unidas a sus batacazos, imposibilitó el lucimiento que pretendía "Jesulín" portándole pases hasta la extenuación. Dos horas y media duró aquel petardo de corrida. Dos horas y media tardaron las tres figuras en liquidar el saldo de toros borrachuzos, tullidos y cadavéricos. Dos horas y media de tostón y música maestro, con un elocuente balance final: cinco avisos y una oreja de Bilbao.

Crónica de Carlos Ilián, Fallas 2010. Toros de Cuvillo para Ponce, Castella y Manzanares.


O los taurinos se toman a cachondeo la plaza de Valencia, o es la autoridad de la misma plaza la que de forma descarada le falta al respeto. En todo caso unos y otros han convertido la tarde del día grande, el de San José, en una verbena de pueblo.

La corrida (?) de Núñez del Cuvillo nunca debió pasar el reconocimiento. En primer lugar por falta absoluta de presencia, además de su endeblez. En Madrid habría sido, como mucho, una novillada, con reparos. Y en plazas de rigor como Bilbao y Zaragoza sería impensable que pudiera lidiarse como corrida de toros.

En la verbena de San José tomaron parte tres encopetados matadores, los muy distinguidos y celebrados Enrique Ponce, Sebastián Castella y José María Manzanares. Tres matadores de toros que renunciaron de facto a la alternativa para matar los novillos de Cuvillo. Ojalá que inmediatamente vuelvan a su escalafón.

Por ejemplo, don Enrique Ponce que anda celebrando, ¡y de qué manera!, sus 20 años de alternativa. Cortó una oreja, de las más rateras de su carrera. En su primer novillo anduvo como si estuviera en una plaza de tientas. Facilón y rutinario, sin apretarse, sin cruzarse y con el público a favor. Sólo necesitó de un bajonazo para que le dieran la orejita de turno. El otro animalejo no podía con el rabo y se negó a embestir.

Castella fue objeto de una arbitrariedad del presidente. Me explico: había utilizado su repertorio de todas las marcas, sin faltar derechazos, circulares, naturales y efectismos. Mató de una estocada trasera. Le pidieron la oreja pero el palco se plantó. Hombre, si a Ponce le había dado una, ¿por qué se la negó usted al muchacho, tan buen chico y tan cumplidor torero?.

En el quinto repitió los pases cambiados, los circulares invertidos y demás efectismos infalibles, pero falló con la espada. El presidente debió respirar tranquilo porque le habrían pedido hasta las patas, en venganza.

Manzanares ante dos moruchos tiró líneas, metió pico y se aburrió. Lo mejor: su brevedad. Gracias muchacho porque se echaba la noche y hasta la bruma cubría la plaza.

Pregunta: ¿cuáles son los elementos que cohabitan en las dos corridas, vergonzosas y fraudulentas para el aficionado, separadas por quince años de diferencia?

Respuesta: Enrique Ponce y la ausencia de toro.

No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.



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