Quizás las tapas de Crónica y Diario Popular hayan sido las más atinadas a la hora de sintetizar la conmoción que el asesinato de Candela Rodríguez causó ayer por la tarde en la opinión pública argentina. ¿Cómo no va a doler el golpe que provocaron la trágica noticia y el dato del reconocimiento del cuerpo (la madre debió acudir al descampado y asomarse a la bolsa con los restos para, ahí mismo, identificar a su niña de once años)? ¿Cómo no sentir empatía por los familiares y amigos que también son víctimas de un ajuste de cuentas de tipo mafioso?
La hipótesis de la venganza remite a la práctica del ojo por ojo, que el crimen organizado exacerba o desequilibra cuando -a tono con la metáfora- no se cobra un ojo por un ojo, sino una cabeza o un corazón por un ojo. La mafia sanciona de la manera más cruenta o, como dice el cine, “pega donde más duele” (otra vez el verbo utilizado por Crónica y Diario Popular).
Siempre según esta hipótesis, el padre de Candela habría sido el verdadero destinatario de la vendetta. Nada más certero que arrancarle la hija.
Además de este dolor instintivo y empático, algunos espectadores sufrimos otro de igual magnitud cuando anoche prendimos la tele y navegamos nuestras redes sociales. Las ironías sobre la “sensación de inseguridad”, los pedidos de mano dura y pena de muerte, la politización del delito también lastiman.
¿Cómo entender que quienes lloran y condenan una muerte producto del ojo por ojo (o corazón por ojo) exigen combatir la delincuencia con una práctica similar? ¿Cómo piden institucionalizar sanciones parecidas a las ejecutadas por los verdugos de Candela? ¿Cómo se atreven a proponer la bestialización (con perdón de las bestias) o la criminalización de la propia Justicia?
Anoche, ante las cámaras de TN, una vecina de Hurlingham gritaba “gracias, medios, por estar con nosotros” y tras cartón preguntaba “¿de qué sirven las elecciones?; ¿para qué sirven si pasan estas cosas, si estamos gobernados por todos mafiosos?”. Este salto de un hecho delictivo particular a la satanización del sistema político y democrático es irreductible a un simple exabrupto.
En realidad, se trata de un discurso con asidero en los medios tradicionales y en los más nuevos como Twitter o Facebook. El delito se convierte en excusa ideal para tratar de “yegua compra votos” a la Presidenta o para ironizar sobre cuánto “nos importa la violencia cuando la economía anda bien”.
Ante tanta impunidad verbal, invito a leer estas palabras del Dr. Raúl Zaffaroni, extraídas del primer capítulo del compendio La cuestión criminal.
En cualquier lugar de este planeta se habla de la cuestión criminal con ese “se” impersonal del palabrerío, que admite que “casi todos” se crean dueños de la verdad o al menos emitan opinión. Se la aborda como un problema local (municipal, provincial, nacional), cuya solución pasa por condenar a uno u otro personaje o institución.
Sin embargo, este problema puede resolverse sólo en parte en esos niveles, porque en realidad posee un entramado mundial. Si no comprendemos ese entramado, siempre moveremos mal las piezas, perderemos partida tras partida y pondremos en juego una encrucijada civilizatoria, una opción de supervivencia, de tolerancia, de coexistencia humana.
Ojalá estos párrafos sirvan para apaciguar el segundo dolor que el crimen de Candela causa en no pocos argentinos, y para resistir esa otra violencia que las buenas conciencias exigen y legitiman en nombre de la Seguridad.