Se nota --y mucho-- que Dos buenos tipos (2016) ha sido dirigida por Shane Black, un buen guionista que en su día puso en marcha la saga Arma letal (1987, 1989, 1992) o títulos tan ridículos como exitosos del estilo de El último boy scout (1991), El último gran héroe (1993) o (el último) Iron Man 3 (2013). Si todo esto debemos tomarlo como un aprendizaje necesario para llegar a la calidad de la película que nos ocupa ahora, lo doy todo por bueno; ha valido la pena pagar el peaje de tanta acción fascistoide y testosterónica para alcanzar una madurez hecha a base de humor cínico y un buen argumento policial. No creo que todo el mérito recaiga de pronto en su coguionista, Anthony Bagarozzi.
La película contiene trazas de clásicos como Fiebre del sábado noche (1977) --la historia está ambientada en ese año-- o Chinatown (1974), pero se centra en la figura --en este caso una pareja, a cual más inútil-- del detective privado colgado. Este personaje, gracias a la popularidad de género negro durante la etapa clásica de Hollywood, se le acabó considerando una especie de símbolo resistente de unos valores en decadencia, un ser que no compartía el estilo de vida mayoritario y que aun así sale adelante y es capaz de inocular algo de su sabiduría a las personas con las que trata. Solitario, empobrecido, con problemas de alcohol, pero astuto e íntegro; los casos que resolvían solían ser victorias amargas, incluyendo una pérdida sentimental (de la que acabarían por recuperarse). Ya en los sesenta y setenta, cuando el género había entrado en decadencia, los homenajes y revisionismos al género negro ahondaron --a veces sin ser del todo conscientes-- en la carga filosófica de esta figura detectivesca, una especie de testigo de una modernidad que les dejaba fuera, de último refugio de la integridad, la independencia y la justicia. El detective privado en el cine se ha asimilado con un héroe que resuelve casos y de paso hace un juicio crítico y/o moral a su tiempo, un referente para la masculinidad del siglo XX. Tal es su importancia que el personaje ha trascendido la época histórica que le vio nacer: desde el desubicado e imposible Marlowe (Elliot Gould) en el Los Angeles de los setenta --Un largo adiós (1973)-- pasando por el afásico e intratable Harper (Paul Newman) de Harper, investigador privado (1966), el simpático e imprevisible Rockford (James Garner) de Los casos de Rockford (1974–1980), el ultramoderno Lemmy Caution (Eddie Constantine) de Alphaville (1965), hasta culminar en el todavía mítico --hasta que se estrene la secuela este 2017-- Deckard (Harrison Ford) de Blade Runner (1982). Ese punto de inadaptación rebelde del detective privado ha ido evolucionando hasta desembocar en el inútil impresentable, involuntariamente divertido y sin embargo entrañable de personajes como El Nota (Jeff Bridges) en El gran Lebowski (1998) o en la pareja protagonista de Dos buenos tipos: Jackson Healy (Russell Crowe) y Holland March (Ryan Gosling).
Se trata de un homenaje contundente, irónico, políticamente incorrecto y muy divertido encajado en un guión de hierro forjado; no es un argumento inédito (los buddy films son habituales desde los ochenta, y dentro de éste los buddy cop conforman todo un subgénero), pero la trama detectivesca es muy sólida, y el contrapunto de Holly, la hija adolescente e imprevisible de Holland, proporciona los mejores instantes de la película. Los personajes están bien definidos, retorcidos hasta el límite mismo de la parodia ridícula, y la cadena de pistas y situaciones se va resolviendo de forma imprevisible y divertida. Todo para culminar en un gran final con acción y humor. Un humor testosterónico que es inevitable asociar al de los hermanos Coen.
Por otro lado, admito que esta película me ha obligado a modificar mi opinión sobre Ryan Gosling, al que ya le reconocía una versatilidad incuestionable (no le teme ni siquiera al musical) pero no una filmografía de calidad. A partir de ahora sólo diré que Drive (2012) es su peor película. En cambio a Russell Crowe --que sigue sin gustarme nada-- me conformo con tenerle un nuevo respeto: no sé si ha optado por interpretar su papel con su aspecto actual (entrado en carnes y envejecido), renunciando a su imagen de buenorro, o todo forma parte de su concienzuda y profesional preparación para el personaje. En cualquier caso admiro su falta de complejos para arriesgar tanto por un buen guión.