Uno de los hallazgos literarios que más me han interesado últimamente, ha sido el Diario de Jerusalén del cónsul español de 1914 al 1919. Don Antonio de la Cierva, conde de Ballobar, fue durante el periodo de la primera Guerra Mundial el joven cónsul de España en el Jerusalén otomano. España era entonces un país relativamente poco importante en la zona, que apenas gestionaba algunas responsabilidades históricas relacionadas princialmente con la Custodia de Tierra Santa; en este sentido, casi no se menciona en esos diarios a ciudadanos españoles que, no siendo religiosos, vivieran en Jerusalén o tuvieran intereses comerciales en Palestina. En cualquier caso, sí que había judíos sefardíes descendientes de españoles, por los que el conde mostraba un sincero aprecio e interés. Con el inicio de la contienda el cónsul español empezó a aumentar responsabilidades al traspasarle Francia y Bélgica sus intereses consulares. Más adelante, al entrar Italia en la guerra, heredó las del resto de los aliados europeos continentales; y al entrar EEUU, también le encargaron la gestión de los importantes intereses diplomáticos de los ciudadanos americanos y británicos, muchos de ellos judíos del movimiento sionista. Por fin, cuando las tornas de la guerra se torcieron para los turcos, el cónsul español recibió la responsabilidad de administrar los intereses de los Imperios centrales, con lo que el cónsul español se convirtió en una especie de cónsul Universal en Jerusalén.
“6 de junio de 1917. Trabajo enorme con la contabilidad española, francesa, inglesa, rusa, americana, rumana… Mi salud, gracias a Dios, es lo bastante robusta como para soportar no sólo el ímprobo trabajo de representación de tantos países, sino para aguantar las comidas de los alemanes, ¡que ya es decir!”
Esta peripecia consular sacada de las carambolas e la Historia, aparte de ser humanamente muy interesante y halagadora para mí como español, nos muestra el paisaje político previo del que más adelante se convertirá en el escenario del conflicto entre árabes e israelíes, probablemente el más largo y enconado del siglo XX. En el libro, sin pretenderlo, el conde de Ballobar nos va a dar pistas para interpretar muchos de los tópicos que hoy existen sobre los israelíes, los palestinos y sobre el conflicto de ambos pueblos.
Lo primero que se aprecia claramente en el libro es que los árabes de palestina no eran más que súbditos de los despóticos mutasarrif (gobernadores) otomanos; Palestina era sólo una parte de la gran provincia de Siria gobernada desde Damasco por un valí. En cualquier caso, el destino de los árabes de palestina era dirigido desde Constantinopla por los sultanes y la Sublime puerta (el gobierno imperial). Tan es así, que aún tenían mucha menos influencia política de la que hoy puedan tener los palestinos israelíes en el propio Israel.
Desde luego, el conde de Ballobar, no sabía lo que ocurría 30, 40 o 70 años después, seguramente, porque ni podía anticipar lo que iba a suceder ni en 2 semanas, así que sus anotaciones son de lo más relevantes, como por ejemplo la constatación durante sus viajes por Galilea de que las tierras de las comunidades judías, compradas por el sionismo a los turcos y a los terratenientes árabes, eran un prodigio de productividad, organización y belleza, mientras que las de los árabes era paupérrimas, improductivas y lamentables.
4 de marzo de 1917. El martes empecé a visitar las colonias israelíes. Comencé por Rishon le-Sion, adonde llegué en una hora de viaje y por un camino aceptable […]. Después de almorzar y echar la siesta me dediqué durante un buen rato a la visita de la hermosa llanura de Sharon y a pensar que la Tierra de Promisión no era como se cree un ‘bluff’, sino una realidad que los sionistas cuentan con volver a resucitar.”
“Estuvimos luego en Petah-tiqwa, palabra que en hebreo significa “Puerta de esperanza” . Es una magnífica propiedad de 6000 hectáreas […]. En esta llanura cuya estimación actual es de 60 millones de francos, hay hermosas plantaciones de naranjos limoneros, almendros, viñas y árboles frutales de una riqueza asombrosa. El agua necesaria es proporcionada por una instalación formada por dos potentes motores alemanes […]. Allí se hacen estudios sobre diferentes variedades de frutales, especialmente naranjos y pomelos […] na hectárea de ella basta para alimentar 25 vacas. Al lado de dicha estación se extiende una marisma de 200 hectáreas completamente inculta y foco de malaria y demás fiebres palúdicas. Los judíos solicitaron al gobierno, a quien pertenece, que se les cediera para sanearla evitando estas enfermedades y plantarla de eucaliptos y naranjos, comprometiéndose a pagar al Estado la tercera parte de sus productos. El estado no aceptó.”
Otra apreciación que le tocaba muy de cerca desmiente el mito de la feliz convivencia entre culturas en el seno de las sociedades musulmanas. De hecho, el incipiente nacionalismo laicista otomano de los Jóvenes Turcos había puesto en el punto de mira a cristianos y judíos. Para los judíos aumentaron los actos el despotismo de la administración turca mediante su expulsión, la toma de rehenes, o el robo de sus propiedades; algunos de ellos acudieron al conde de Ballobar para hacerle partícipe de su angustiosa situación y confiarle la custodia de sus intereses. Para los cristianos turcos, casi todos armenios, la cosa fue mucho peor que para los judíos, ya que fueron víctimas de asesinatos en masa, se quemaron ciudades armenias enteras y se les obligó a huir a Rusia por los montes caucásicos muriendo muchos por el camino. De algunas de estas atrocidades le hizo relación a nuestro consul ecuménico un oficial venezolano que curiosamete servía en el ejército turco, y con el que trabó cierta amistad.
De hecho, quienes entren por la puerta de Jaffa de la ciudad antigua de Jerusalén, aún podrán contemplar en las tenduchas de antigüedades y baratijas del barrio armenio posters y carteles pegados a los cristales que hacen referencia al genocidio, en los que se pueden ver fotos tomadas por los turcos de armenios decapitados y pilas de cadáveres como las que luego se vieron en la Europa de los nazis pero esta vez con judíos. No es de extrañar, ya que seguramente los dueños de las tiendas, así como muchos de los habitantes del barrio armenio son descendientes de los huidos de las masacres. Tal vez alguno de ellos conoció a un joven diplomático español y tuvo la oportunidad de contarle en primera persona su tragedia.
En este punto quiero empezar con mi experiencia personal. Hace un par de años tuve la suerte, por motivos de trabajo, de poder visitar Israel y aprovechar para tomarme unas vacaciones y alquilar un coche para admirar algunos de los lugares que durante mi vida, más han excitado mi imaginación; como Cafarnaúm y otros lugares del Nuevo Testamento en Galilea, la ciudad de Jerusalén; San Juan de Acre, la cuidad templaría; Haifa y su puerto; conocer un kibutz; visitar Tel Aviv y su ciudad antigua Jaffa; y no quiero olvidarme de Masada, imborrable para mi desde que de niño vi la serie homónima en la que Peter O‘Tole interpretando a Cornelio Flavio Silva, mandaba el monstruoso ariete romano por ese prodigio de la ingeniería militar que es la cuesta construida por esclavos judíos, que aún existe. Por supuesto, lo hice con el libro de Flavio Josefo, el general judío pasado a los romanos, mediante el que trataba de imaginarme in situ las circunstancias terribles del asedio en el que los defensores prefirieron el suicidio a la sumisión a los romanos. Hoy en día, por lo que pude apreciar, Masada es un paraje simbólico del Estado de Israel, no es para menos, y se usa en paradas militares con una gran iluminación y con gradas para el público. Nuestra heroica Numancia, hermanada en la tragedia con Masada, no tiene la suerte, de servir al menos para ensalzar la (quebrantada) moral de nuestros soldados, cosa que aprovecho desde aquí para proponer.
Leyendo la biblia y pasajes históricos como el de Masada, uno puede darse cuenta, y más estando allí, de que la tierra de Israel es tan intrínseca a los judíos, como la Meca para los musulmanes, y tanto como Roma lo es para los católicos. Por eso me cuesta entender que a lo largo del siglo XX y lo poco que llevamos del XXI, muchas voces autorizadas de las sociedades árabes se hayan recreado en las amenazas sin dar más alternativas a los judíos de Israel que la sumisión, la expulsión o la destrucción. Con esas premisas fueron a la guerra tres veces y tres veces perdieron; por tanto la posible legitimidad de sus argumentos ha quedado largamente anulada por sus actos. Podremos discutir en vano sobre la existencia de Israel, pero cuando hasta sus enemigos acérrimos, como Egipto y Jordania, han terminado reconociendo su existencia, la cuestión ya es puramente sofística. Por ejemplo, hay mitos muy extendido sobre la dudosa legitimidad del estado de Israel, como el de que los judíos sacaron ventaja de la partición gracias al terrorismo que llevaron a cabo contra la administración británica. Desde luego eso es una simpleza, ya que nadie de los que afirma eso se atrevería a negar la legitimidad del estado irlandés, cuya independencia llegó en 1921, mediante el terrorismo del IRA, y aprovechando la coyuntura de la Guerra europea. En este sentido se tiende a olvidar los estallidos de violencia y los disturbios árabes, especialmente grave fueron las del periodo 1936-39 en las que murieron cerca de 200 soldados y funcionarios ingleses.
Los judíos, por supuesto, no salieron indemnes de estas revueltas árabes, que se justificó como resistencia a la inmigración sionista. Lo que está claro es que la generalización de la violencia fue mejor gestionada por los judíos quienes al final consiguieron forzar la salida de los ingleses y estar mejor preparados que los árabes para defender su derecho a la existencia. No se puede visitar la ciudad de Tel Aviv sin dejar de pasar por Jafo (Jaffa) la bonita ciudad antigua, pequeña y recoleta como una especie de Ibiza. Hoy, que está de moda llamar prácticamente a todas las urbes palestinas “campos de refugiados”, quizá deberían saber que la moderna y cosmopolita Tel Aviv también podría considerarse un campo de refugiados, solo que en este caso de los habitantes judíos de Jaffa expulsados violentamente por los árabes. También menciona este episodio el conde de Ballobar. ¿Llegaría a imaginarse que ese campo de tiendas de campaña y escandalosos gimnasios mixtos que contempló en Tel Aviv se convertiría en una próspera urbe con rascacielos y enormes hoteles de lujo gracias al esfuerzo y a la perspicacia de sus habitantes?
No es gratuita la fama de pueblo inteligente de los israelíes. Como botón de muestra, desde su creación en 1948 han ganado 9 premios Nobel, en comparación España ha ganado 4, quintuplicándoles en población. Para más escarnio, Israel vive en un conflicto permanente que obliga a mantener a lo mejor de su juventud en el Ejército durante al menos 2 años. ¿A que es debido este éxito intelectual como país? Desde luego no a la resignación, a la complacencia, al fatalismo, ni al victimismo omnipresente en sus vecinos árabes y especialmente entre los palestinos. Si para los alemanes la puntualidad es un rasgo nacional y para los japoneses la ceremoniosidad; para los palestinos el rasgo nacional es el victimismo. En casi todas las conversaciones que tuve con palestinos tuve siempre la sensación de me estaban cobrando el plus del drama nacional con la misma formalidad con la que aquí te retienen el IVA. No puedes dejar una tienda o rechazar una oferta sin que de una u otra manera te intenten extorsionar con el drama de su pueblo. Es tan grosero, tan interesado, tan claramente un producto para izquierdistas, que viendo la caricatura que supone esto para un europeo o un occidental estoy seguro que a más de un incauto se le habrá caído la venda de los ojos.
La amenaza que supone para Israel la actitud de sus vecinos la ha convertido en una sociedad armada. Al entrar en un supermercado el guardia de seguridad te recibe con un M16 en ristre, al entrar en el hotel, el guardia te pedirá que abras el maletín, mochila o bolso mostrando ostensiblemente su metralleta UZI; no puedes entrar a un hotel o a un complejo vacacional sin que te abran el maletero del coche; incluso para entrar en un Mac Donalds.
En Jerusalén todas las noches bajaba a tomar un par de cervezas al bar del hotel de estilo playero donde hice algo amistad con el barman, siempre con la vista puesta en una de atractivas las camareras; nada impresionable por el mito latino como bien pude comprobar. El caso es que al bar del hotel acudían ya de noche a charlar grupos de chicas jóvenes soldados, supongo que al final de sus turnos. Lo cierto es que acudían con toda la impedimenta de correajes y fusiles M16 y los dejaban perezosamente a su lado en las sillas. En una de estas urgencias urinarias tan comunes en los catadores de lúpulo, le di una patada al rifle de una de ellas que lo mandé unos metros más para allá. Al final todo quedó en disculpas mutuas y en un cruce de sonrisas con ese grupo de guapas veinteañeras militarizadas, pero en un primer momento, como decían los clásicos “me quede corrido”.
No fue esa mi única interacción con jóvenes militares. Estando ya en el país no quería desperdiciar la oportunidad de conocer Cisjordania y los territorios de la Autoridad palestina. La cosa tenía ciertas complicaciones, ya que el seguro del coche no contemplaba lo que pudiera sucederle fuera de los límites territoriales de Israel. Tuve que preguntarlo dos veces, ya que me asaltaba esa duda tan europea de creer que si hay soldados de tu país y se impone la ley de tu país será porque es tu país. Bueno pues el caso es que no. Así que me dispuse a subir la carretera de Hebrón a pesar de todo, y llegué a un puesto militar fronterizo con una torre de vigilancia como la de un aeropuerto pequeño. Allí los soldados me miraron el maletero del coche como siempre. Uno me preguntó dónde iba y me advirtió que lo hacía por mi cuenta y riesgo, y que podía haber algún toque de queda “curfews”. En ese momento me pareció puro tremendismo, lógico en un soldado joven influenciable por la propaganda del terrorismo palestino, que tiene una de las misiones más enervantes que pueda tener un militar, la del controlar la misma barrera día tras día durante dos años. De hecho, en esta “guerra” no hay frentes, hay controles, y es en ellos donde se producen la mayoría de los enfrentamientos, de los incidentes y, lamentablemente, también de los abusos por parte de los militares.
El caso es que me aventuré a entrar en los territorios, como si conmigo no fuera la cosa, y fue como pasar de conducir por autovía España, a hacerlo por comarcales en Marruecos. La falta de indicadores y de señales hizo que me perdiera, con lo que en la siguiente desviación elegí al azar y me perdí aún más. Se echaba la noche encima. Sólo me había cruzado con dos 4x4 que me adelantaron a toda velocidad; entiendo que serían de colonos. Por fin detrás en una curva me encontré con un terraplén de tierra cortando la carretera que de haber pasado media hora más tarde me hubiera empotrado con él. Visto lo visto, decidí volver por el mismo camino y dejarlo para otra ocasión. A la vuelta me encontré con el mismo soldado que me preguntó que porque volvía, y le conté mi cambio de opinión. Por último, me pidió el favor de llevar a una compañera que había terminado el turno hasta Ber’sheva pero no era cuestión meterse de noche en ciudades que no conocía así que amablemente me tuve que negar. La verdad es que ese soldado me resultó de lo más simpático. Espero que haya terminado su servicio y esté disfrutando en las playas de ko Samui o de Phuket en Tailandia que es donde suelen ir en grupos después de terminado el servicio militar para desquitarse del estrés y del tedio tan inherentes al caqui.
No es raro encontrar a jóvenes judíos que te asaltan para pedirte que les lleves a tal o cual sitio. Las esperas en las paradas de los autobuses deben ser largas y no es como aquí que la mayoría de los jóvenes se compran el coche con el primer trabajo, ya que el primer trabajo debe esperar a la finalización del larguísimo servicio militar. Israel no es un país que sea ostentoso, seguramente porque tampoco es demasiado rico. Se aprecia que los coches no se cambian cada dos o tres años, y tampoco hay demasiados automóviles de lujo. Sin embargo, esto es, curiosamente, muy agradable: la impudicia y la ostentación que pueden observarse tan comúnmente en Europa y que en esencia son faltas de respeto y provocaciones, allí prácticamente no existen. La publicidad sexualmente llamativa y ese afán por destacar con lo más escandaloso que se tenga en el armario, diríase que son socialmente repudiadas. Las chicas visten con un agradable recato con faldas largas y rebecas, mientras que los jóvenes no tienen ese aspecto de facinerosos postmodernos tan común por estos pagos. También es cierto que hay en Israel visiones extremas de la moralidad. Tuve la fortuna de cruzar por el barrio de Mea Shearim, el barrio de los judíos ultraortodoxos en Jerusalén, justo en el momento que se ponía el sol en sábado y sus habitantes salían de las sinagogas, y discutían en grupos supongo que sobre los misterios de la Torah. Allí el riguroso negro en los hombres y los pañuelos en la cabeza de las mujeres son la norma. Según me comentaron la sociedad israelí está cohesionada principalmente por la amenaza árabe, y que de no existir ésta, es probable que se produjeran tensiones graves entre la sociedad civil, más o menos, laica y los religiosos. No se entiende muy bien en los tiempos que corren que haya quien se vea excusado de un servicio militar de años, porque su papel en la sociedad es esperar a la llegada el mesías. Para más escarnio, muchos de ellos ni siquiera reconocen el Estado de Israel, igual que los árabes, aunque su motivación sea de orden religioso, y es que encuentran al estado de Israel digamos que demasiado secular (*).
Por último no puede hablarse de Israel y dejar de hacerlo de uno de los episodios más lamentables de la Historia de la humanidad: el genocidio de los judíos por parte de los nazis, o como se le conoce en Israel: la Shoah. Honestamente he de decir que no me pareció que en Israel fuera algo omnipresente. Por la impresión que tengo de los judíos que he ido conociendo a los largo de la vida, son los judíos de fuera de Israel, por ejemplo los de Estados Unidos, los que tienen una relación mucho más dramática y personal que los propios judíos de Israel. Quizá es que han podido sustituir ese sentimiento fatalista por otro constructivo relacionado con su éxito como una comunidad nacional capaz de elegir su futuro y defender su independencia. Obviamente allí está el museo Yad Vashem del holocausto y los archivos, etc., pero también puede encontrar en los escaparates de las librerías el libro de fotos de los F15 israelíes sobrevolando el campo de Auschwitz, lo que les recuerda que no es su condición de víctimas, sino su esfuerzo colectivo lo que les ha permitido ser lo que hoy son.
(*) Dejo aqui un vídeo musical muy interesante que muestra hasta que punto confluyen lo secular y lo religioso para los judíos. También se aprecia como el Holocausto está presente en las conciencias de todos los judíos, pero a mi entender, especialmente en las de los no israelíes.
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