(JCR)
El secuestro de más de 200 chicas de una escuela secundaria en el Noreste de Nigeria se ha convertido en un fenómeno que ha conmocionado a toda la humanidad por obra y gracia del efecto multiplicador de Internet y de las figuras mundiales que han prestado su imagen a la campaña “Bring Back Our Girls”, entre ellas Michelle Obama y un desfile de celebridades que van desde conocidos actores hasta destacados políticos. Todos, desde el Consejo de Seguridad de la ONU hasta el Vaticano, o incluso destacados líderes e instituciones islámicas –que hasta ahora habían guardado silencio cuando los islamistas realizaban alguna salvajada- han condenado este atentado, atrayendo una fuerte corriente de simpatía planetaria.
Para poner las cosas en su contexto, recordemos que los autores del secuestro, la secta islamista armada nigeriana Boko Haram (“la educación occidental es pecado”, en lengua Hausa), surgió en 2002 para reivindacar la implantación de la Sharía en el Noreste del país, y tras la muerte de su líder Mohamed Yusuf en 2009 comenzó a utilizar la violencia. Desde ese año se calcula que han muerto en Nigeria cerca de 5.000 personas (de las cuales sólo 1.400 en lo que va de año) y al menos 300.000 están desplazadas a causa de los ataques de Boko Haram, que alcanzan ya a países vecinos como Camerún y Níger. La captura de las muchachas, el 14 de abril pasado en una escuela en la localidad de Chibok no ha sido el único ataque perpetrado por este grupo terrorista, que pocos días atrás había matado a 70 personas en un atentado con bombas en la capital, Abuya, y el 5 de mayo se permitió secuestrar a ocho chicas más de otra escuela del estado de Borno, además de lanzar un ataque contra la ciudad de Gamboru Ngala en el que murieron 300 personas. Para mayor chulería, el actual líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, publicó un vídeo ese mismo día amenazando con matar a todos los cristianos y jactándose de sus planes de vender a las chicas en el mercado “por doce dólares” y de darlas en matrimonio o incluso a la edad de nueve años.
Nadie sabe dónde están las chicas actualmente. El gobierno de Nigeria asegura que no han salido del país, mientras que otras fuentes dicen que llevarían ya muchos días fuera, en remotos lugares de Camerún o de Chad, y hay incluso quien asegura que habrían llegado a la remota ciudad de Birao, en el Noreste de la República Centroafricana, donde podrían haber sido vendidas como esclavas en Sudán o incluso haber sido llevadas en avión a países árabes del Golfo. Los gobiernos de países como Estados Unidos, Francia, o incluso China, han ofrecido ayuda técnica y militar para localizar y liberar a las muchachas, a pesar de lo cual su futuro de momento parece de lo más incierto.
Todo este interés internacional contrasta fuertemente con la actitud de desinterés que el propio gobierno nigeriano tomó ante el asunto, algo que ha sido una constante durante los últimos años. Amnistía Internacional acaba de asegurar que las fuerzas de seguridad estacionadas en Chibok fueron alertadas pocas horas antes del ataque de Boko Haram pero que no hicieron nada para enviar refuerzos. Lo que está fuera de toda duda, es el que el presidente nigeriano Jonathan Goodluck tardó dos semanas en hacer una declaración pública sobre el asunto. No tuvo más remedio que hacerlo porque numerosos líderes mundiales estaban a punto de llegar al Foro Económico Mundial, que se celebró en Abuya, y donde el mandatario esperaba celebrar el prestigio de su país por la reciente evaluación que lo ha puesto como la mayor economía de África, por delante de Sudáfrica. Para empeorar las cosas, la esposa del presidente, Patience, ordenó la detención de dos mujeres que lideraron manifestaciones en la calle para protestar por el secuestro de las chicas: “dejad de jugar y de usar a las chicas para dar un mal nombre al gobierno”, fue una de las frases de sus desafortunadas declaraciones en las que pidió que “el asunto no salga de Borno”. Mayor metedura de pata, imposible, y sobre todo viniendo de una persona que no tiene ningún papel oficial como autoridad.
Personalmente, el secuestro de las chicas nigerianas me recuerda mucho a la famosa historia de las 139 chicas de Aboke, que fueron secuestrada por otro grupo fanático, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) de Joseph Kony en octubre de 1996 y que también acabó convirtiéndose en una causa conocida en todo el mundo y que atrajo enormes muestras de solidaridad sobre los miles de niños secuestrados por el LRA, aunque eran los tiempos en que el Internet no era lo que era hoy y no tuvo tanta repercusión pública ni se extendió con tanta rapidez. También en aquella ocasión el ejército ugandés había sido alertado con antelación de la inminencia de un ataque, pero no reaccionó con la rapidez necesaria.
Y hablando de ejército, no hay más remedio que insistir en que si Boko Haram lleva cinco años matando a miles de nigerianos y extendiendo un régimen de terror que ha hecho incluso que la mayor parte de las escuelas del Noreste de Nigeria hayan cerrado recientemente, esto se debe a que el país tiene un ejército corrupto, incompetente y brutal, que no es ni sombra de lo que era hace dos décadas, cuando era uno de los más profesionales y serios de África. Los numerosos abusos de derechos humanos que el ejército nigeriano ha cometido contra la población en su supuesta contraofensiva contra Boko Haram, como es de esperar, no ha hecho sino favorecer que se cree un caldo de cultivo para que jóvenes frustrados se unan a los fanáticos islamistas.
Una de las cosas que he aprendido en dos décadas y media de vivir en países africanos en conflicto es que los ciudadanos de este sufrido continente, como los de cualquier otro lugar del mundo, necesitan ejércitos competentes y con medio suficientes. O si lo prefieren, instituciones que garanticen su seguridad y gocen de la confianza del pueblo, porque no guste o no vivimos en un mundo en el que innumerables grupos de delincuentes, narcotraficantes, rebeldes, cazadores furtivos, salteadores de caminos, terroristas islamistas o del pelaje que sea están dispuestos a matar, secuestrar, extorsionar, incendiar pueblos, atracar a ciudadanos indefensos o cualquier otra salvajada con tal de imponer sus intereses, y es el Estado quien tiene la responsabilidad de asegurar que todo hijo de vecino pueda mandar a sus hijos a la escuela, viajar, hacer sus negocios e irse a dormir por la noche con la tranquilidad de saber que hay policías y soldados profesionales cuyo trabajo consiste en que podamos hacer todo eso en nuestra vida cotidiana sin preocupaciones.
Mucho me temo que uno de los asuntos en los que los que nos dedicamos a asuntos humanitarios hemos desbarrado en bastantes ocasiones es en despotricar contra los gastos militares en África, como si el que los gobiernos africanos invirtieran en educación o sanidad significara no poder hacer lo mismo en defensa y seguridad. Y al final ocurre lo de siempre_ que cuando hay alguna crisis seria, como en el Congo, Malí o Centroáfrica, no hay más remedio que traer tropas extranjeras para asegurar que sus sufridos habitantes no sean víctimas de bandas armadas dispuestas a matarlos por miles. Y tampoco hay que ser ingenuos: si un país africano no tiene medios técnicos para asegurar un buen sistema de inteligencia militar o de estrategia contra-terrorista, no hay nada malo en echar mano de la cooperación internacional en materia de defensa para que quienes tienen mejores sistemas de información y de seguridad ayuden a los países con ejércitos débiles y los formen bien para que hagan su trabajo, y no sólo para que sepan apuntar y disparar mejor, sino para que también estén mejor preparados para respetar los derechos humanos y para ganarse la confianza de la población.
Porque una de las cosas que me quedan más meridianamente claras es que si Nigeria tuviera un ejército bien preparado, sin corrupción, motivado, con buenos sistemas de información y con medios suficientes, hoy no estaríamos lamentando el secuestro de más de 200 niñas escolares a manos de un grupo de fanáticos, ni tampoco la insoportable angustia de sus padres y amigos.