Revista Cine
Ver Down terrace (2009) tras haber visto la película que lanzó a la fama a Ben Wheatley (Kill list, 2011), confirma tanto las expectativas puestas en él por los fans de su famosa segunda obra como los principales defectos que intuyeron los que no se dejaron atrapar por su tramposa propuesta. Por un lado tenemos a un director con un discurso propio, tanto estético como ético, también nos encontramos con un narrador solvente aunque algo limitado. Al mismo tiempo, se percive en el director un ansia por impactar al espectador a través de la amoralidad de sus historias y al crítico por la subversión de los géneros elegidos para contarlos. Si en Kill list usaba el género de terror, aquí hizo lo propio con el cine de gangsters, en concreto con la vertiente inglesa que tantos buenos ejemplos de gran cine ha dejado a lo largo de los años. Para ello Wheatley usa varios recursos en su intento de dar una vuelta de tuerca a este tipo de historias y al mismo tiempo aprovechar al máximo los escasos recursos económicos de los que dispone, siendo esto último sumayor virtud. Tomando como principal referente la ya mítica e innovadora serie Los Soprano (1999-2007), el director centra la acción en el ambiente domestico de esta peculiar familia de gangsters evitando mostrarles interactuando en sus lugares de trabajo habituales, justificado esto a través del guión debido a que los protagonistas acaban de salir de la cárcel, el director se ahorra de esta manera tener que usar mas decorados que la propia casa de los protagonistas (que no sería de extrañar que lo fuese también en la vida real). Así mismo, aprovecha este decorado natural y realista para narrar la película cámara en mano, con cierto aire documental pero sin convertirlo en algo cargante. Como se vio luego en su segundo largometraje (de manera más depurada), parece ser la opción preferida por el director para contar sus historias. Pero al igual que ocurría en aquella demasiadas cosas apuntan a que Wheatley busca desesperadamente llamar la atención de alguna manera para así poder acceder a mayores presupuestos. Por ejemplo, la manera en que está escrito, filmado e interpretado el personaje de Robert Hill; tanto sus diálogos como su interpretación están construidos con la intención de crear un personaje icónico y carismático, pero unas actuaciones algo justas, y diálogos torpes hacen que no acabe de pasar del estereotipo postmoderno. Incluso tratan de justificar culturalmente el porqué empezó a dedicarse al tráfico de drogas, queriendo crear así un personaje con el que el público empatice. El resto de los personajes no están tampoco a la altura de las intenciones; al personaje de la madre se le trata de dotar de unos toques trágicos y hasta shakesperianos en sus escasas intervenciones de relevancia, la intención es buena, pero el poco espacio y los tópicos diálogos hacen que caiga en un lugar común. Por último, el personaje del hijo (Robin Hill, co-guionista del film) es el que se lleva la peor parte, mal interpretado por el actor y con un extraño desarrollo a lo largo de la película cuya resolución final, lejos de la pretendida tragedia isabelina, nos hace pensar en él mas como un psicópata que como un ser atormentado; no deja de ser curioso que ambos actores sean padre e hijo en la vida real y puesto en imágenes por un director que parece estar muy interesado en el fratricidio y el infanticidio. Quizás solo sea coincidencia, o quizás como me temo, se trate de usar un tema controvertido y de difícil tratamiento en el cine para lograr cierta polémica gratuita. Finalmente, la caprichosa estructura de dividir la película en 14 días, no deja de ser más que un recurso que pretende dar realismo y tensión a la historia, situándola en un tiempo y espacio determinado pero que naufraga al hacer un uso de la elipsis demasiado gratuito que parece suplir agujeros de guión antes que mostrar una historia concisa. Ya sea por su escaso presupuesto, el cual le obliga a dejar parte de las ideas más interesantes como meros apuntes (el uso y abuso de la drogas en la familia) o por las limitaciones narrativas de un director todavía en formación, Down Terrace queda como una película que pretende mucho pero llega a poco. Alex Turol
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