Placa de azulejos de la Calle del Desengaño. Taller de Alfredo Ruiz de Luna
Ilustración del Fechtbuch de Paulus Hector Mair, 1542, Sächsische Landesbibliothek, Dresde
La refriega se mantuvo en todo lo alto hasta que sin darse cuenta les llegó la noche y tuvieron que parar a causa de la obvia falta de luz. Sin embargo, de forma repentina, la luna pareció abrirse espacio entre las nubes y, como si de un potentísimo foco se tratara, iluminó el campo de batalla con total claridad. Tal situación fue aprovechada para reanudar la contienda. Ambos caudillos decidieron batirse en duelo buscando el heroísmo individual pero el lance resultó nefasto para D. Francisco pues, herido de muerte, falleció al pie de una de las torres de la casa de su enemigo. Según la tradición, el victorioso D. Álvaro, en honor a la inestimable ayuda del satélite en su lucha, ordenó a un escultor que tallase una luna en la torre de su palacio, que a partir de entonces sería conocido como el Palacio de la Luna y por extensión daría nombre a la calle en la que se ubicaba.
Retrato de Vespasiano Gonzaga, Bernardino Campi, 1559 (Pinacoteca Civica, Como) y Caballero de Gracia, Víctor López-Jurado, 2005 (Oratorio del Caballero de Gracia, Madrid)
Como se ha mencionado más arriba, la calle de la Luna tiene como vecina a la calle del Desengaño cuya historia casualmente también está relacionada con los duelos y los finales inesperados. Nos toca ahora trasladarnos al siglo XVI, siendo testigos del enfrentamiento que mantuvieron en la misma calle dos conocidísimos personajes de la época en la Villa y Corte, el modenés caballero de Gracia, Iacopo de Gratti (secretario del nuncio apostólico del papa Gregorio XIII) y Vespasiano de Gonzaga Colonna (príncipe de Sabbioneta, hombre de confianza de Felipe II). Ambas personalidades decidieron batirse a muerte, no por orgullo ni por algún altercado venido a más, sino por algo mucho más clásico, por el amor de una joven dama. Tal y como relata la leyenda, ambos contendientes mantuvieron una intensa y encarnizada lucha con sus roperas hasta que, de repente, una presencia extraña frenaría en seco sus ímpetus violentos. Ante ellos, una enigmática figura femenina que, cubriendo su rostro con un largo velo, trataba de huir de un zorro que la perseguía. Ambos pendencieros, sin intercambiar palabra, dejaron a un lado su disputa y corrieron a auxiliar a la doncella. Cuando llegaron a su altura, el atrevido Caballero de Gracia hizo ademán de levantar el velo que cubría el rostro de la muchacha pero la joven se le adelantó descubriendo su cara y ambos contemplaron aterrorizados un semblante momificado, una cadavérica faz que aparentaba llevar muchísimo tiempo bajo tierra.
La Muerte, dama encapuchada
Se trataba de una inesperada visita del más allá ante la cual ambos coincidieron al exclamar: “¡Qué desengaño!”. Según las malas lenguas, la fantasmagórica dama era la misma mujer objeto de la lucha feroz que se había disfrazado para gastar una broma macabra y escarmentar a sus pretendientes. Hay quien da una versión más tétrica y cuenta que tal aparición era el fantasma de la joven pretendida que se había suicidado por la gran tensión que suponía tener dos pretendientes enfrentados y dispuestos a morir por su amor. Según se ve, ambos caballeros desistieron en su actitud de matarse e hicieron las paces, llegando incluso Iacopo de Gratti a sentir la necesidad de enderezar su vida y dedicarla a reconciliarse con el Creador. La historia de esta decepción redentora aparece reflejada a la perfección en el azulejo que viste esta céntrica calle e ilustra la cabecera de este artículo. Recuerden la recomendación, pasear por el casco histórico de esta ciudad dejándose picar la curiosidad con el nombre de sus rincones.