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Dulces, dulces

Publicado el 15 septiembre 2011 por Alvaropons

Dulces, dulcesSi ya me encantó la primera parte de Los años dulces, la adaptación que Jiro Taniguchi hace de la novela de Hiromi Kawakami, al finalizar la segunda entrega sólo puedo hablar de maravillas. Reafirmarme en todo lo que dije y multiplicar las loas y halagos a este autor, que borda ese difícil equilibrio entre la tensión romántica entre la protagonista y el profesor y un tono contenido, apenas esbozado, intimista, que deja los sentimientos ocultos tras un muro de sensaciones ajenas. Taniguchi ha sabido leer con brillantez la novela de Kawakami para fijar su atención en la descripción minuciosa del entorno de los enamorados, en el cúmulo de sensaciones que arropa la relación naciente entre Tsukiko y el profesor. Olores y sabores se presentan al lector a borbotones, representados con una fidelidad y cuidado exquisito, obligando a recrearse en ellos para entretener y desviar la atención del juego los roces robados, de la tímida mirada enamorada… Y todo con ese ritmo pausado, de buen gastrónomo, que te deja paladear con gusto cada momento, cada paso de la historia. Reconozco mi pasión y gusto por este tono tan profundamente intrínseco a la cultura japonesa, por esa manera de plantear los relatos que deja tiempo para la reflexión, para el análisis. Ese andar lento que obliga a detenerse, a mirar a los ojos al protagonista para preguntarle, para relacionarse con él y sentir como propias sus vivencias. Y Taniguchi demuestra un dominio del lenguaje gráfico abrumador para lograrlo: su dibujo se vuelve perfeccionista hasta en el detalle más nimio cuando describe los lugares, dejando una foto fija inmaculada del escenario donde los personajes vivirán con un trazo mucho más vital, que abandona la inmovilidad del acabado impecable para surcar un naturalismo más espontáneo. No es un cambio drástico, como era de espera en este autor, es un cambio sutil, que hay que ver con ojo entrenado quizás, pero que proporciona un fino contraste que dota de vida íntima a la narración.
Sorprende, en ese juego de contrastes gráficos insinuados, el cambio radical del relato de niñez, que opta muy acertadamente por una ruptura en el trazo (con referencias obvias a Tezuka y Mizuki) para acompañar los recuerdos de Tsukiko.
Aunque tras la lectura, vuelvo a quedarme maravillado por cómo Taniguchi controla los tiempos, cómo dosifica las acciones, cómo pauta los ritmos para que transitemos sin prisas por la historia, pero sin perder el interés, con silencios cronometrados para que el lector reflexione, con momentos de gran romanticismo contados con una delicadeza a prueba de cursilería y ñoñería, pero también con momentos dramáticos que, sin buscar el impacto sentimental brusco, logran que el lector se emocione. Una obra preciosa para degustar con tranquilidad (4).


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