Los cabeza de cartel y la cabalgata que les acompaña en rugido feroz por las infraestructuras de transporte que jalonan el país, que abren brechas en el paisaje para llegar a cualquier lugar remoto, saben mucho de comunicación pero poco, por no decir nada, de redes sociales y menos todavía de participación. Saben que salir en la tele les hace famosos y allí el mensaje es unidireccional y, aunque haya preguntas, ellos siempre tienen una respuesta, la última palabra. En la Red, los mensajes van, vienen, se devuelven, se reenvían, son objeto de opinión instantánea y vuelven al origen convertidos en pequeñas bombas listas para estallar en plena cara. Desde su punto de enfoque pintado en el suelo, en los estudios de televisión, enarbolan la bandera de la democracia, Ley de Hondt mediante, porque este sistema les renueva la oportunidad, cada cuatro años, de mantenerse en sus puestos e, incluso, volver a ellos si los perdieron por una mala gestión y encaramarse de nuevo al poder, un pastelito envenenado a repartir entre adeptos, simpatizantes, amigos y familiares, como si fuera una felicitación de Navidad.
Estas elecciones del 22-M sonaban en la misma onda que otras anteriores. La misma música ramplona y pegadiza, con mensaje anodino, de grupos encumbrados como producto comercial por las Majors. No iban a pasar a la historia. Eran como la canción del verano, para consumo efímero con la fórmula exitosa de cada año y el mensaje conservador de que si esto ya funciona y da beneficios, que innoven otros. Un pasito para delante, dos pasitos para atrás y vuelta a lo mismo para quedarse en medio de la pista, alternando siempre con la misma pareja odiada, dándole pisotones a la más mínima oportunidad e intentando descolocarla con piruetas estilísticas de lo más rocambolesco.
El domingo, alguien se coló en la cabina del discjockey, que había programado música enlatada para que durara hasta hoy viernes, último día de campaña, y cambió el ritmo. Pinchó cantautores frente a cantamañanas y cambió a los triunfitos por grupos alternativos, nacidos, producidos y autogestionados de forma casi artesanal a través de la Red. Ahora los bailarines han perdido el compás y resultan más patéticos que nunca. Las lecciones de baile que tomaron hace años y deberían haberles servido para siempre se han quedado obsoletas mientras continuaban dando vueltas. No se reciclaron a tiempo como aconsejaban ellos mismos a los precarios y parados (¡cinco millones!). Pero estamos a tiempo: hay cursos exprés por Internet que dan e-lecciones a quien quiera aprender. No hace falta ser muy ágil, basta con saber escuchar y tener voluntad de ponerse. Tras estas e-lecciones, si se han aprovechado satisfactoriamente los conocimientos aprendidos, los alumnos podrán extraer e-conclusiones muy constructivas.
Audio: La Habitación Roja