Segunda entrega de los versos del libro Poemas 3,14 ya publicados anteriormente en este mismo blog. Este ebook de poesías está en los formatos de epub, mobi, kindle, pdf, etc para bajar gratis sin necesidad de registrarse, etc. ¡Vale! Los próximos poemas que suba ya serán inéditos. Sigo pensando que un blog es un instrumento valioso para ordenar, poner en cajas pensamientos, escritos, críticas, ideas, poesías, relatos, tonterías y lienzos en la niebla. Encerrarlas en cajas para que no se escapen y vayan cayendo, rodando como balones de fútbol del ayer, hacia el sótano de los olvidos. Segunda andanada pues. Sigo escribiendo un segundo libro de poemas, más largo. Y el poemario crece y crece. Es algo que está bien, que te hace permanecer en la ilusión de ir hacia alguna parte, aunque el final no tenga ni un nombre ni un lugar fijo. Viviendo en la ilusión del progreso. Reordeno los versos ya publicados aquí. Voy a acabar de fregar los platos y vuelvo en un minuto.
El perro y el
poeta
Errante, siempre errante, el poeta
deambula por los espejos del arte inexistente.
Despierto. Lluvioso.
Algunas veces despierto
doy dos pasos fuera de los círculos.
Estos años descompuestos en fechas
que has olvidado, esa es la verdad.
Dos pasos fuera para hincar
mi rostro blanco en el barro fresco.
Pintando piedras, apabullado,
breve bajo la intemperie
¡aplastado por los cielos!
Mis tripas, gusanos sobre la llanura,
hundo mi vientre en la noche
embarrado en el arte inexistente.
Entonces, ¡oh, amor!, tú me llamas
para que vuelva con los vivos
y olvide mi obsesión por las piedras.
Me asomo a ti como un perro
con el hocico erguido al viento,
sorprendido hurgando, colmillos
dedos y uñas untados...
Tierra. Gruño,
es mi rebelión contra el tiempo.
Volver al mundo de cajas y ratones,
soñando piedras, apenas inexistente.
inexistente...
La Llanura de los Albados
Errante, siempre errante, el poeta
(Planeta Salvaje, de Laloux)
Dejamos atrás los grandes muros la meseta de piedra nos acogía abriéndose, toda la sequedad de los viejos arbustos las llamas del Mediterráneo sobre una acuarela verde, rejas de líquenes amarillentas matojos de bronce sobre la tierra, allí el pino retorcido pide viento crispado recitando aquí el cielo es presente. Íbamos los tres apretujados en aquel páramo vacío, títeres de los elementos bajo una cubierta azul, subíamos siguiendo los cantos tiznados por íberos y romanos. En la cima un pequeño templo. Cuatro paredes irregulares, cuatro paredes flotantes, las voces de los muertos al viento buscando la marca de Dios. Las puertas estaban abiertas. Nos esperamos pero tú corriste adentro. El altar te atraía, como la paz de las sombras. Palpar la luz carnosa, tocar la húmeda piedra blanca la blanca piedra horadada. Volvimos abajo riendo, rasgando los velos del aire, cogidos de la mano, saltando de roca en roca desbocados. Descendiendo hacia la puerta, dejando vagar la inconsciencia. Bajo nuestros pies, una vasta llanura, muriendo el verde en la lejanía. Seguimos un camino tortuoso de arena, hilo entre dos mundos: al este, el valle del mar, al sur la ciudad de los vivos, al oeste la labor de los hombres, en lontananza embriones de luz. Los cipreses adustos, la frontera donde muere esta senda. Trazado de acantilado, mascarón de herido granito el cuerpo de piedra suspendido bajo el cielo azul y negro. Nadie nos había avisado. Mirando las estrellas las tumbas abiertas que pisábamos, cunas para niños dibujando siluetas en la roca viva. La Llanura de los Albados. Verde lluvia llenando las ausencias. Tú creaste círculos en el agua estancada, proyectada a un pasado que es futuro, preguntando cuándo nos iríamos de cara por vez primera, sumergida en el lago del tesoro. Una mentira por cada pregunta, Una promesa que no cumpliré.
Poesía Mujer Lánguida
Lánguida, el tiempo sucumbe sobre la cama. Negros crines, nace tu pelo sobre las sábanas. ¡Adiós! Adiós a los labios prietos, a la lágrima ácida, al beso frío de esta ciudad que se hunde en el vómito de un deseo.
Mujer lánguida, arranco lloviznas y cortinas de arena en todas tus ventanas. Duermen tus pechos de nácar, vuelan las líneas que han regido los precisos y las rectas semanas. Aplastas con un dedo las hormigas que viven y comen en tu mirada.
Por fin volvemos. Tú y yo. Estiras un brazo, somnolienta, en el lago de los misterios, resucitas, tú que ignoras todo lo que no sea vida… ¡Pura vida! —anhelas—. Se desvanecen los continentes. De pie, rompes tu propio hechizo. La orilla aguarda, mujer hermosa y lánguida.
Canción de Amor
Si me dicen la última mañana
ha llegado, ¿qué canto entonaría?
¿Cuál fuera la flor que dejara
en los yermos campos de los días?
Oro y elogios, polvo de la brisa.
Vino y risas, hierba de un verano.
Si la hora maldita llega
me salva lo que me has dado.
Dado porque te amo con raíces
que no buscan agua sino tu hado
aunque hayas llenado de lluvia
los pozos de mil y una alegrías.
Me justifican tus besos de fuego,
tu pasión es aliento por el que respiro.
Si una mañana llega la noche,
real como una mirada perdida
soñaré en el seno de tu hermosura. 307
Me has invocado cerca del árbol caído y has apartado la hoja de mi cuello. Las madrugadas fundiéndose opacas, las horas de media luz fragmentadas.
Sorprendido, alejado de aquella ventana desde donde contemplaba los viejos espejos, he bajado al mar, y en las playas ríen los jóvenes henchidos de celo, mojados en llamas. Seco, he viajado a través de la noche que se expande hasta encontrar tus labios.
Olvida mis vacíos de lágrimas frías. El amor es un haz de luz palpitante. Rompe mi vestido de mármol y dura escarcha. Toma mi mano, ¡hazme corporal!, sobre el arrecife cortado por el viento.
Calcos de la cueva de Betín.
Ebook de poesías 3,14