Revista Cultura y Ocio

Eça de Queiroz: "El mandarín".

Publicado el 12 septiembre 2021 por Juancarlos53

"En lo más remoto de la China existe un mandarín más rico que todos los reyes de que hablan las fábulas o la historia. Nada conoces de él, ni el nombre, ni el semblante, ni la seda de que se viste. Para que heredes su infinita fortuna, basta con que toques esa campanilla, puesta a tu lado sobre un libro. Él dará tan solo un suspiro en los confines de Mongolia. Será entonces un cadáver; y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres hombre mortal: ¿tocarás tú la campanilla?"

Creo haber dicho en más de una ocasión que algunas de las lecturas que realizo vienen en parte motivadas por mi participación en algún Reto lector propuesto por blogs amigos. Uno de mis favoritos es el de "Autores de la A a la Z" que promueve Marisa desde su blog " Lecturápolis". Apellidos de autores que comiencen por la letra 'Q' no abundan; repasando listados de autores topé con uno, el del portugués José María Eça de Queiroz, de quien hacía ya unos años que no leía nada. Miel sobre hojuelas, me dije. Así que dicho y hecho. Me puse a leer una de sus novelas menos conocidas:

Cuando estudiaba Literatura y llegábamos al Realismo junto a los grandes novelistas rusos, franceses y españoles se deslizaba, como sin querer molestar a nadie, un portugués: Eça de Queiroz. Naturalmente, aparte de Galdós y Clarín de los españoles; Flaubert, Dostoievski y Tolstoi de los extranjeros, pocos autores más leíamos en esos años de estudio. Ni por soñación se nos ocurría leer a Eça de Queiroz; nos parecía, no sé, como algo menor, alguien insignificante al lado de los anteriores. Hubieron de pasar varios años para que ya en la madurez, sin el agobio de la obligación, leyera con mucho agrado varias novelas del escritor portugués. Pasaron por mis manos "El primo Basilio", "Los Maia", "El crimen del Padre Amaro", "El misterio de la carretera de Sintra"..., todas ellas novelas de corte realista escritas durante las décadas 70 y 80 del siglo XIX.

Eça de Queiroz:

La novela que he leído ahora, "El mandarín" (' O Mandarim') es de 1880 y apareció publicada tras tres de las citadas en el párrafo anterior y antes de la que es tenida por su mejor obra, "Los Maia", que es del año 1888. "El mandarín" es una excepción dentro de la narrativa de Queiroz al ser una obra imaginativa, de fantasía, totalmente alejada de la literatura salida de la observación -Realismo y Naturalismo- que por esos años se estilaba. El mismísimo escritor cuando en 1884 una revista literaria francesa eligió esta novela para incluirla en su publicación como muestra de la literatura que por entonces se estaba haciendo en Portugal escribió al redactor jefe de la misma para explicar la excepcionalidad de la obra elegida dentro del Realismo, la corriente narrativa con la que el escritor portuense se identificaba.

En la novela Teodoro, un joven oficinista que vive de pensión en casa de doña Augusta, lee en un libro adquirido en una librería de viejo que en China vive un mandarín inmensamente rico; si Teodoro tocase una campanilla este mandarín moriría de inmediato y todas sus riquezas serían heredadas por él. Al poco de haber leído tal cosa el Diablo se materializa ante Teodoro y le insta a tocar la campanilla, cosa que el joven escribiente hace. No ocurre nada durante unas semanas de manera que Teodoro llega a olvidar el asunto como si de un sueño se hubiera tratado. Pero un buen día se presenta ante él un hombre que le comunica que en la banca Rothschild de Londres tiene una serie de pagarés a su nombre a cuenta de ser el único heredero de la inmensa fortuna del fallecido mandarín Ti Chin Fu.

El joven Teodoro una vez que se hace con parte de los millones de los que es poseedor se dedica a ser un 'bon vivant': vivienda lujosa, criados, coches de caballos, amantes, restaurantes... Todo lo que en su pobreza anterior ansiaba lo hace ahora realidad. Sin embargo y de manera recurrente la imagen del mandarín se le muestra inopinadamente en su habitación, en sus sueños, en cualquier lugar haciendo que comience a pensar con gran sentimiento de culpa que su fantástica vida se debe a la pobreza en que habrán quedado sumidos los familiares del mandarín fallecido. Por esto decide viajar a China para en lo posible enmendar esta enorme injusticia. Allí en China ve que mandarines llamados Ti Chin Fu hay varios. Es difícil por no decir imposible devolver los dineros.

Teodoro tras sufrir varios robos en China y vivir la tediosa y lujosa vida de las legaciones europeas en Pekín se refugia en un monasterio desde donde escribe a sus asesores legales en China para que localicen a la viuda del mandarín fallecido por su causa y le entreguen el dinero, algo que estos no pueden realizar. Entonces decide abandonar la China, volver a Lisboa y allí retomar su vida de oficinista y realquilado. En un momento en que de nuevo la imagen de quien le entregó el dinero se le aparece Teodoro le pide encarecidamente que resucite al Mandarín, que no quiere para nada esos dineros. El sentido moral del relato se explicita en una especie de moraleja:

"Sólo tiene buen sabor el pan que día tras día ganan nuestras manos. ¡No matéis nunca al Mandarín!".

José María Eça de Queiroz vivió de 1845 a 1900. Estudió Derecho, ejerció la abogacía y su principal dedicación aparte de la literatura fue la diplomática ejerciendo funciones consulares en La Habana, Newcastle y Bristol. Muy importantes fueron los muchos viajes que realizó que le permitieron conocer diferentes culturas. Viajó por Egipto, Europa, China, Estados Unidos, Brasil, etc. Precisamente en "El mandarín" es relevante el conocimiento que demuestra de la cultura china y de la variada geografía de este inmenso país oriental. En cuanto a la cultura, la xenofobia de los europeos hacia los chinos queda patente en el relato:

  • "¿Qué hacía allí sino exponerme, por mi riqueza, a los asaltos de un pueblo que desde hace cuarenta y cuatro siglos, piratea en los mares y asola la tierra por la rapiña?​"
  • "¡Qué largos y lúgubres me resultaron los días de navegación desde Tien-Tsin a Tung-Chu, en barcos chatos, nauseabundos por el olor de los remeros chinos!"

El escritor disfruta en esta novela del abandono de la pura realidad sumergiéndose en descripciones que evocan la sensualidad y lujo orientales que tanto gustaba al Parnasianismo francés. Conviene hacer notar que Queiroz como buen hombre ilustrado del momento era un enamorado de Francia, en especial de París, donde por esos años está abriéndose paso con éxito creciente ese movimiento literario que pretendía huir por igual del Posromanticismo cuanto del Realismo literario.

"Los clientes, en un silencio sepulcral, leves como sombras, van examinando las preciosidades, porcelanas de la dinastía Ming, bronces, esmaltes, marfiles, sedas, armas taraceadas, los maravillosos abanicos de Swa-Ton; a veces, una bella muchacha de ojos rasgados, túnica azul y amapolas de papel en las trenzas, desdobla una pieza de raro brocado ante un obeso chino, que lo contempla religiosamente, con los dedos cruzados sobre el vientre; al fondo, el comerciante presuntuoso e inmóvil escribe con un pincel sobre largas tablillas de sándalo. Un perfume dulzón surge de las cosas, llenándolo todo de melancolía..."

Vecino a este gusto por el orientalismo e incluso inserto en él está el erotismo que en esta novela de Eça de Queiroz aparece tanto en la estadía del joven protagonista en Lisboa cuanto en su viaje por la lejana China. Nada más saberse millonario Teodoro se confiesa a sí mismo que con tal cantidad de dinero "¡Ninguna de las mujeres que veía se negaría a ofrecerme su seno desnudo a una señal de mi deseo!". Y luego ya en China, ante la hermosura de Vladimira, la generala, de la legación rusa en Pekín, que colabora con él para localizar al Mandarín, Teodoro sucumbe a sus encantos y confiesa la emoción, sensualidad y erotismo que lo embarga

"¡Qué bella estaba con sus vestidos de dama china! En sus cabellos recogidos relucían flores de melocotonero y las cejas parecían más puras y negras avivadas con la tinta de Nankín. La blusa de gasa, bordada en soutache de filigrana de oro, cubría sus senos pequeñitos y erguidos; unos amplios y flojos pantalones de foulard color muslo de ninfa, que le daban una gracia de harén, caían sobre sus finos tobillos, cubiertos por unas medias de seda amarilla; en su chinelita apenas cabían tres dedos de mi mano..."

Esta sensualidad, este erotismo subyugante, casa perfectamente con el descreimiento militante que el narrador en primera persona que es Teodoro muestra a lo largo de la novela. Desde el inicio insiste en la superchería que para él son las creencias religiosas, aunque sin embargo en algún momento de máxima dificultad o situación aparentemente irresoluble opte por volver a implorar a las deidades hace nada denunciadas por inútiles y falsas. Quizás en esta aparente contradicción lo que Queiroz quiera mostrar sea, más que irreligiosidad o ateísmo, un acendrado anticlericalismo; y encuentra en la ironía, en el humor crítico con su patria y cultura portuguesas, la mejor manera de manifestarlo

  • "Tenían que llegar mejores tiempos, y para adelantarlos yo hacía como portugués y como constitucional todo lo que debía: rezaba todas las noches a Nossa Senhora das Dores y compraba décimos de lotería."
  • "Rezo, es verdad, a Nossa Senhora das Dores, porque así como solicité clemencia a mi profesor para obtener mi título, así como para conseguir mis veinte mil reis imploré la benevolencia del señor diputado, de igual modo, para librarme de la tuberculosis, de la angina de pecho, del navajazo de algún rufián, de la cáscara de naranja resbaladiza con la que se rompe uno la pierna, de otros males públicos, necesito contar con una protección sobrenatural."
  • "Por desgracia, yo no creía en Él... Recurrí, pues, a mi antigua divinidad particular, a mi ídolo dilecto y madrina de mi familia, Nossa Senhora das Dores. Pagado magníficamente, un ejército de curas y canónigos, en las catedrales urbanas y en las capillas de las aldeas, pedía a Nossa Senhora das Dores que tendiera su mirada hacia mi mal interior..."

En esa crítica que Eça de Queiroz deja traslucir hacia su país me he sentido como español bastante identificado pues los españoles solemos pensar y obrar de idéntico modo.

Para finalizar no quisiera dejar sin destacar el fuerte culturalismo que muestra el escritor. Por doquier aparecen referencias a autores bien por su nombre como Voltaire o a través del título de alguna de sus obras como hace con el fundador del Naturalismo, Emile Zola, de quien cita sin nombrarlo a él " L'asommoir". En otros momentos el derroche cultural que hay en esta novela de fantasía lo realiza a través de la figura retórica de la antonomasia, o sea, citando el nombre de personajes de ficción como por ejemplo el de Trimalción de la novela "" del romano Petronio o de personajes históricos reales como por ejemplo el emperador romano Heliogábalo para así transmitir sin citarlas una serie de cualidades o comportamientos presentes en el susodicho personaje. Evidentemente este recurso exige del lector un cierto nivel de conocimientos, algo que por los años en que se escribe "El Mandarín" reivindicaban un buen número de creadores, entre ellos naturalmente los seguidores del Parnasianismo francés.

Eça de Queiroz:

Con lo anterior no quiero decir que Eça de Queiroz sea un autor seguidor de Gautier o de Leconte de Lisle, no, para nada. Lo que sí intento explicarme a mí mismo es cómo sería que él, que era un autor que se confesaba realista y naturalista, escribiese esta novela de fantasía condimentada con gotas de orientalismo, sensualidad y erotismo. Y la verdad es que me doy por satisfecho con mi elucubración anterior. Naturalmente lo que digo no es dogma, claro, no lo es siquiera para mí mismo; a lo más simplemente es una explicación plausible de la que partir para debatir y disentir. Porque lo claro y definitorio en la literatura general de José María Eça de Queiroz es su militancia estética en el Realismo y el Naturalismo, algo que hasta en esta excepcional novela suya también se puede ver, especialmente en su fuerte anticlericalismo y en la crítica a la injusticia que representa la desigualdad social:

"[...] como si la oración y el reino de los cielos fuesen una conquista y no aquel ficticio consuelo controlado por los poderosos, para aplacar a quienes nada poseen... Soy un burgués y sé que mi clase ofrece paraísos lejanos y deleites indescriptibles para que los pobres no reparen en las riquezas de que disfrutan y las propiedades que las sustentan."

"El mandarín" es sobre todo una novela que persigue hacer reflexionar. Reflexión que queda encerrada en la siguiente frase dirigida directamente al lector:

"No quedaría ni un solo mandarín vivo si tú pudieses, tan fácilmente como yo, eliminarlo y heredar sus millones, ¡oh, lector!, criatura improvisada por Dios, obra mala de un mal barro, mi semejante y mi hermano!"

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Eça de Queiroz: Ficha técnica de "El Mandarín"

Nº de páginas: 120
Editorial: EL ACANTILADO
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788496834019
Año de edición: 2008
Plaza de edición: BARCELONA
Traductor: JAVIER COCA SENANDE, RODRÍGUEZ AGUI

Eça de Queiroz:

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