Revista Ciencia

Ecosistemas: Y su fragilidad en las islas

Publicado el 20 noviembre 2020 por Rafael García Del Valle @erraticario

El depredador más terrible autóctono de la isla de Cuba es un pariente de las musarañas, el almiquí, un insectívoro de saliva venenosa que sólo es ligeramente mayor que un erizo.

La fiera situada en la cúspide de la cadena alimenticia de Madagascar es el fossa, un extraño animal emparentado con los antepasados de los felinos y que tiene el tamaño de un gato montés (aunque es muy musculoso y combativo). En Nueva Zelanda, un mundo insular alejado de los continentes, no hay
mamíferos terrestres autóctonos y varias especies de aves no voladoras desempeñan los papeles ecológicos que en otros lugares tienen, por ejemplo, los roedores.

Estos ejemplos ilustran algunos de los caracteres inusuales de los ecosistemas insulares. Las islas suelen estar habitadas por pocas especies. El número de especies en una isla es directamente proporcional a varios factores, como el tiempo que hace que se formó o su superficie, e inversamente proporcional a la distancia que la separa del continente. La representación de los distintos grupos animales en las islas suele estar sesgada con respecto a la de los continentes, ya que sólo los grupos con capacidad de recorrer grandes distancias habrán podido establecerse en ellas (por eso abundan las aves o los murciélagos). También el azar puede influir, cuando arriban a las islas animales que viajan en árboles arrastrados por las tempestades, por ejemplo.

El funcionamiento de los ecosistemas insulares suele ser peculiar, ya que la selección natural actúa sobre un reducido número de posibilidades y los animales tienen que adaptarse a tareas para las que en principio no estaban muy bien dotados. Como no suele haber la feroz competencia que se da en los continentes, donde han evolucionado durante millones de años muchas especies, estos animales no son eliminados. Un fenómeno muy conocido es la radiación adaptativa, de la que el ejemplo más llamativo es el de los pinzones de Darwin de las Galápagos, que inspiraron su teoría. A partir de una especie de pinzón que llegó casualmente a las islas, se generaron varias especies, cada una de ellas adaptada para rellenar uno de los nichos ecológicos que estaban vacíos en las islas.

Debido a esta escasez de especies y a la simplicidad de su red de relaciones, los ecosistemas insulares son muy inestables y sensibles a las alteraciones. Si eliminamos una especie en un continente, probablemente las consecuencias no serán nefastas, ya que hay varias especies con habilidades y requerimientos ecológicos muy parecidos, que podrían sustituirla. Pero si eliminamos una especie en un ecosistema insular, puede que no haya especies que la reemplacen, y el funcionamiento de todo el ecosistema puede quedar alterado.

La introducción de especies extranjeras en las islas suele tener consecuencias devastadoras. Los animales de las islas suelen ser confiados (algunos pájaros de las Galápagos pueden llegar a posarse en el sombrero de la gente), bonachones, indolentes y torpes. La presión de depredación suele ser escasa o incluso nula en su hábitat natural. Cuando llegan animales de los continentes, que han desarrollado mucha más malicia y agresividad (no les ha quedado más remedio), los animales autóctonos pueden acabar diezmados. Esto es particularmente grave cuando llegan animales transportados por el hombre, como ratas o cerdos, que son particularmente oportunistas, adaptables y voraces. El ejemplo más conocido es el del dodo de la isla Mauricio, una especie de paloma grande e incapaz de volar. Este animal apacible apenas intentaba huir cuando se acercaban los marineros, que apreciaban mucho su carne. La caza por parte del hombre, la depredación por parte de perros y gatos y el consumo de sus huevos por las ratas acabaron con él en menos de un siglo.

La pérdida de las especies de una isla es irreparable en muchos casos. Muchos de los organismos de una isla puede que no existan en ningún otro lugar. Han evolucionado aislados durante mucho tiempo del resto del mundo y han encontrado soluciones únicas a los retos que el ambiente les ofrecía. Por ejemplo, el aye-aye, un lémur de Madagascar, desempeña el papel de depredador de insectos de debajo de las cortezas de los árboles que en nuestras latitudes llevan a cabo los pájaros carpinteros. Pero mientras estos usan su pico y su larga lengua para extraer a los insectos, el aye-aye se vale de la garra de su larguísimo dedo medio (un pinzón de las Galápagos se vale de espinas de cactus para la misma función).

Los procesos de especiación (o generación de nuevas especies) pueden actuar con gran rapidez en las islas. Los colonizadores de las islas presentan lo que se llama “efecto fundador”. Una muestra numerosa de una población será representativa de los rasgos más usuales, pero una pequeña población que llega a una isla puede presentar, por puro azar, algunos caracteres raros. Al evolucionar sin intercambiar material genético con el grueso de la población, estos caracteres no se difuminan con el paso del tiempo, y si son adaptativos en el nuevo ambiente, pueden expandirse. Además, las nuevas condiciones ambientales pueden ejercer presiones de selección distintas a las del ambiente original y hacer que las especies cambien.

Las islas se convierten de este modo en laboratorios naturales donde se experimenta con formas novedosas y en puntos calientes de biodiversidad. También pueden constituir refugios donde sobreviven organismos muy antiguos, que han sido desplazados por formas más avanzadas en los continentes. Es el caso por ejemplo del tuatara, un reptil contemporáneo de los dinosaurios que aún puede encontrarse en algunas islas de Nueva Zelanda.

Las islas poseen un gran poder de atracción para el hombre. Simbolizan la libertad, la capacidad de poder empezar de nuevo, lejos de la comodidad y la rutina de los continentes, y nos ponen a prueba a nosotros mismos. La naturaleza de las islas también es indómita y extravagante, se rige por sus propias reglas y vive a su propio ritmo. Intentar domesticarla y convertir a las islas en un mundo semejante al nuestro significa, sin dudarlo, su muerte inevitable.

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