Me gustaría dedicar este artículo, a publicar el mes de julio en El Periódico del Tiétar, a Marta Sánchez Salvá (por su entusiasmo contagioso y trabajado del mejor espíritu de la indignación en vídeos, textos y enlaces) y, más tímidamente, al escritor y periodista Javier Pérez Andújar (por convertir sus escritos en El País en un quijote abierto al aprendiz de plumilla, no sé si con esto salvo, ofrendo y aun aprovecho la distancia, eso es lo que intento). Y es que me toca las narices que nos hayan cerrado la radio del pueblo, vaya.
Y va el PP de doña Mariví y gana las elecciones otra vez –por mayoría absoluta–, y lo primero que hace la señora alcaldesa es cerrar la radio del pueblo. Cortando de paso, al hacerlo, el enganche con la señal de Radio Gredos Sur, la emisora municipal con más solera del Valle. Bonito gesto, el de la señora alcaldesa, digo, y tan absoluto como la mayoría de su partido en el pleno. Así pues, punto final a un puñado de programas de radio. Punto final a un puñado de ilusiones modestas. Punto final a casi dos años de dedicación amorosa y desinteresada. Punto final a la causa pequeña de conseguir que Piedralaves cuente con una emisora propia, con una radio de los vecinos. Punto final, por cierto, entintado con el más exquisito de los respetos para con los afectados, a quienes se les comunica la noticia argumentando que así lo ha decidido la señora alcaldesa. Y punto, claro.
Pero no nos engañemos, que no estamos ya en edad. Pues lo que la señora alcaldesa defiende con el cierre de la radio es lo mismo que tiene en mente defender cada vez que toma una decisión allá en la torre de su despacho municipal, a saber: los intereses de su partido y por ende los suyos particulares, que son los únicos que la edil en jefe blande cuando esgrime el bastón de mando. Esta señora tan respetuosa como respetable –la sentencia es aplicable a cualquiera– se ha marcado como objetivo evitar a toda costa que en nuestro pueblo salgan adelante las iniciativas que apuntan precisamente a eso, a “hacer pueblo”, a cultivar la vecindad sin atender a colores ni banderas ni siglas tan explosivas en las pólvoras mojadas como deslumbrantes en las no demasiadas luces. A la señora alcaldesa no le mola pero que ni un pelo de su arrubiada cabellera que los vecinos hagan honor a su condición ajuntándose, chanando en nombre propio de las cosas que tienen en común –la primera de ellas, ¡el pueblo!–, cambiando pareceres, tomándose afecto los unos a los otros aunque sea a fuerza de disputar, pues ya se sabe que el roce… Así que cal y canto a la radio. Y punto, claro.
Me da a mí que lo que más quiere en el mundo doña Mariví es que quienes residimos en Piedralaves estemos tan atomizados como sea posible. En este pueblo no puede haber actividad en grupo de cualquiera sea la índole, no se puede crear ni afición ni escuela –válgame dios– si no están las mismas sujetas con hierro a la supervisión municipal; esa es la aspiración, la IDEA en platónica mayúscula y la madre del cordero que doña Mariví se zampa. Al actuar así, lo que la señora alcaldesa hace es velar por una causa tan noble como lo es la pureza, la pureza de opinión, la pureza de espíritu de los votantes que metieron en la urna la papeleta con su nombre. Pues alcaldesa sólo hay y puede y debe haber una, ella, y no es conveniente que quienes lo tienen claro se mezclen con los que lo piensan turbio, no vaya a ser. Así se gobierna un pueblo, señores, cavando una zanja en mitad, y con esta miseria zanjada se ganan en el pueblo dicho las elecciones democráticas: invitando a una limonada con dulces a los ancianos, limosneando hábilmente a la “familia” más cercana los cuatro céntimos laborables con que el consistorio prestidigita, y evitando a toda costa que se arrimen los rojos a los azules, los peludos a los afeitados, los viejos a los niños, los fulanos a las menganas, los blancos a los negros, los nativos a los foráneos… Quita, quita, que no hay nada más malo que el batiburrillo, que el corrillo moralmente incorrecto pues políticamente babeliano, así que vuelta del revés a lo que maullaba panza arriba el gatopardo sabio por envejecido y, para que las cosas sigan igual, que no se mueva ni el aire de división que se respira en el pueblo, ese que se corta en lonchas gordas con el cuchillo del filo rentablemente preconstitucional –que le cuenten lo abultado de la bolsa en votos y euros a los dos partidos mayoritarios del Estado, despertadores puntuales del retraso en las conciencias–. Este es el estado de las cosas que ha puesto el mango de la sartén municipal en la mano de la señora alcaldesa y, consecuentemente, los huevos frescos en su cesto y los rotos en su plato, situación a la que es aconsejable inyectar desde el ayuntamiento todos loss recursos en función de su acción conservante.
Le daría yo un buen sartenazo a más de uno, la verdad, y sin mudar un ápice el gesto que luzco en mi soberano jeto. Pues es verdad que me revuelve el fondo de la señora alcaldesa, y sus formas caciqueñas asimismo me revuelven, y me jode que el programa de radio que hago, y que va ya por su edición número 50, no pueda escucharse en el Macario, o en la carnicería, o en el taller del Turrón… Fastidia también no poder escuchar las turras de Mario a primera hora de la tarde, o la música que pinchan el Cuqui y el Julito –¡essse Julito!– los jueves, o el flamenco que apasiona metódica y semanalmente al metódico Justo todos lo miércoles a la misma hora, o el blasdeotero que Dani recita con la hondura porosa de su aliento tabaquista a la que le dejan sus obligaciones el rato de echarse un pito… Me jode, sí, me pica, y como me pica me voy rascar de la única manera que sé, escribiendo. Escribiendo a mis vecinos lo que pienso de nuestra señora alcaldesa, escribiendo por no poder pegarle un sartenazo plano, o precisamente para lanzárselo, a ver si así por lo menos llega esta carta a sus manos y se le revuelven las tripas al leerla como a mí cuando me doy de bruces con la manera desvergonzada que esta señora tiene de marcar el paso de Piedralaves para que el pueblo –ay, el pueblo– vaya siempre a la suya; esto es, a la suya de doña Mariví y los de su corrillo.
Eso voy a hacer, mira por dónde, me voy a dar el gusto. Me voy a dar el gusto y me lo voy a dar ya, que apuré, a mi pesar, a tragos brutos la paciencia. Y de punto final, que quede claro, nada de nada, Que como diría un séneca de corrala, cada día –y hoy lo es– empieza todo.
PFD: Caja de Música sigue emitiéndose en Radio Gredos Sur. Pero ya no se escucha en mi pueblo.