Ilustración de Carcayú, bajo idea de Doc Pastor.
Esta semana llega a los cines “El Capitán Trueno”, película que lleva a la gran pantalla las aventuras de uno de los héroes españoles por excelencia. Una producción que ha costado años y polémicas poder llevar a cabo, y que ya antes de su estreno está recibiendo críticas, y es que no es fácil trasladar el espíritu de la obra original hasta un medio distinto al que nació.
Hace años, los cómics apenas asomaban una tímida patita en el mundo del celuloide (expresión que, hoy por hoy, con los medio digitales, ha quedado totalmente obsoleta). Sin embargo, desde hace relativamente poco tiempo, las adaptaciones cinematográficas basadas en sus franquicias se han vuelto tan comunes como antes lo fuesen el western o el péplum, creando de paso (casi) un nuevo género.
Ahora que ya ha pasado la sorpresa y agrado inicial, el público es cada vez más escéptico ante lo que se les muestra en pantalla. La gente ya está acostumbrada a ver mallas en movimiento, ahora lo que demandan es fidelidad.
Y aquí surge el dilema. ¿Qué es más importante, calcar las viñetas, o transportar el espíritu? ¿Realmente lo que más gusta es ver la exactitud con la que se ha representado en imagen real una ilustración, o impera el ser capaz de reconocer el carácter de un personaje? Hay montones de ejemplos, para bien y para mal, de ambas opciones.
Empezando por los malos ejemplos tenemos “Wanted”, un film de acción protagonizado por Angelina Jolie basado en la obra de Mark Millar; aunque difiere en demasía y realmente el “basado en” se nos muestra sinsentido. Se gastaron el dinero en pagar un copyright que no necesitaban.
Sin embargo, en contrapartida tenemos la saga de Hellboy realizada por Guillermo del Toro, que toma los personajes creados por Mike Mignola y los dota de toda una nueva mitología mixta entre ambos autores, creando un resultado donde impera más el humor negro que el tono sombrío, pero que ha dejado contentos a la mayoría de los fans. Hasta el mismo dibujante se posicionó a favor de ambas películas.Antes de que Frank Miller perdiese contacto con la realidad, o empezaba a ello, llegó a los cines Sin City, en colaboración con Robert Rodríguez, donde la acción era un calco absoluto de las viñetas, una estética que recuperaba de forma exacta la ambientación de la historia original, y que impactaba ver de esa forma en cine. Esto hizo las delicias de los más fanáticos pero también tuvo sus quejas por esto mismo, y es que una película no es un cómic que se mueve.
A caballo entre ambas opciones se encuentra Watchmen, de Zack Snyder, que dividió al público porque, si bien la mayor parte del tiempo transportó con gran acierto los dibujos de Dave Gibbons y el guión de Alan Moore a la pantalla, tampoco dudó en adaptar toda la imaginería, e incluso el final, a los tiempos modernos para conseguir un producto que funcionase en concordancia a cómo se hacen y gustan las cosas hoy en día. Si el cómic requería haber leído tebeos de los 60/70, y más en su directa referencia visual, en la película sucede eso mismo, pues bebe visualmente de las películas de los 90 y demás para su orfebrería visual. Prueba es que Ozymandias es el Robin de Schumacher, el Búho el Batman de Keaton y el Comediante está muy cerca de Terminator.
Así pues, ¿qué es mejor, una historia donde todo sea tan nuevo que acabe siendo irreconocible, como Dragon Ball Evolution, un término intermedio que sea disfrutable para todo el mundo como X-Men: Primera Generación, o un trasvase directo cómic-película? La taquilla decidirá.