Eduardo del Pueyo/Miguel Baselga, III
Y es que el hombre sabía un rato. Te decía unas cosas realmente geniales. No sé si se le habían ocurrido a él o se las había soplado alguien. En los glissandi de la Alborada por ejemplo tenía el remedio perfecto. Un truco sencillísimo e infalible. Asombrosamente fácil pero no por ello menos eficaz. Con el principio de la Waldstein (que o bien le sobra o bien le falta pedal) igual. En la cadencia del 1er movimiento del concierto en Sol, también. La lista es enorme. Pero lo realmente excepcional no era que te regalara el pescado, sino que te enseñaba a pescar. “Hay que formar la cabeza y la mano. La cabeza para pensar y la mano para obrar en consecuencia. Pero no te equivoques hijo, el piano se toca más con la cabeza que con las manos. Y según pienses las cosas, sonarán de una manera o de otra”. Una vez con una Mazurka de Chopin me la definió como “…el tipo de obra que se estudia cinco minutos pero se piensa cinco horas.” Toda una declaración de intenciones.Vamos a dejarnos de zarandajas. Al final la diferencia se ve en cosas objetivas, palpables, concretas qué demonios. En un digitado, en una idea, en un pedal, en un concepto. Pero claro, hay que saber verlos y apreciarlos. No está al alcance de cualquiera. Que esa es otra… Y ya que estamos hablando de fobias, cuando tocó la integral de las sonatas de Beethoven allá por el año 78 en el Real, hubo todo un señor Catedrático del Conservatorio de Madrid que prohibió (sí, han leído bien, PROHIBIÓ) a sus alumnos asistir a los conciertos. Unos años más tarde cuando le dieron el Premio Nacional de Música (a Del Pueyo, no al catedrático de marras), me encargó que le recogiera la placa, que se la llevara de vuelta a Bruselas y de paso que le trajera un frasco de Floïd mentolado. Insistió en pagármelo a pesar de mi insistencia. No hubo manera de convencerle de que lo aceptara como regalo. “¡Te lo llevas!” fue su respuesta. En otra ocasión me encargó que le renovara el pasaporte en el consulado. Así me enteré de cual era su segundo apellido: Begué. Rellenó y firmó los impresos y me dio unas fotos. Debo reconocer que le mangué una que todavía conservo y que llevo siempre en la cartera. No a modo de estampita pero sí como recuerdo. Es la única que conservo.La verdad es que su método de trabajo, la llamada silla baja, sin ser Lourdes me ayudó muchísimo. No es momento ni lugar para explicar su metodología pero les aseguro que funciona y que para pianistas sin grandes facilidades innatas, entre los que sin duda me encuentro (y les aseguro que no es falsa modestia) resuelve muchas limitaciones. www.miguelbaselga.com