Llega la Navidad y Eduardo se siente solo e incompleto. Necesita un poco de afecto que le ayude a superar esos fríos días de invierno. Afortunadamente, la señora Peg le ha rescatado de su mansión encantada para llevarle junto a su marido y sus dos hijos. Ellos son buena gente en medio de un vecindario un tanto chismoso e hipócrita, más dado a la crítica que a la gratitud. Frente a la uniformidad de esas familias y de sus casas, Ed se levanta con toda la extravagancia y el sentido especial de quien dispone tijeras en lugar de manos. Sabemos que años atrás quedó sin terminar cuando su inventor sufrió un infarto al ir a injertárselas. De esta manera, nuestro héroe solitario tuvo que conformarse con unas tijeras que, a pesar de la destreza en su manejo, le reportarían más de un corte en el rostro.
Ahora, en la casa de su nueva familia, todo le resulta entrañable y gozoso… y sus inevitables torpezas son acogidas paciencia y comprensión. Sin embargo, las cosas se complican cuando conoce a Kim, la hija mayor, y descubre por primera vez lo que es el amor, porque con él llegan las audacias y los problemas, y también los celos y verdaderas intenciones del novio de Kim, que termina quitándose la máscara tras el fallido intento de robo… ¡en su propia casa! y con Ed como incriminado. A partir de entonces, todo se vuelve en contra del protagonista y el vecindario muestra su verdadera faz. Atrás quedan los días en que celebraban la llegada del jardinero artista o de quien les proporcionaba un nuevo look a ellos y a sus perros. Ahora toca ejercer de intolerancia y fanatismo, y emprender la caza y apaleamiento del monstruo
“Eduardo Manostijeras” quizá sea la película más lograda de Tim Burton, y sin duda aquella en la que mejor se refleja su propia actitud ante la vida y la sociedad. Entre la pesadilla y el sueño, entre lo mágico y lo imaginativo (la música de Danny Elfman y los coros son un prodigio), Burton construye un universo fácilmente reconocible en el que la sensibilidad y lo humano asoman bajo una máscara de excentricidad y rareza. Ed es uno mas de sus muchos personajes inadaptados, marginales, solitarios… pero también creativos, buenos, leales. Él no es como todos, perdidos en la uniformidad y pendientes de su imagen o de su placer. Frente al hedonismo narcisista de su entorno, Ed sabe lo que es amar… y esa es su principal aportación al llegar al barrio de los humanos. Su pálido rostro -pero lleno de expresividad gracias al buen hacer de Johnny Depp- irradia la luz que produce el amor a Kim, y su disposición a hacer lo que sea si ella se lo pide… y contrasta aparentemente con esa negativa a abrazarla por miedo a herirla. Y Ed también sabe callar ante la acusación injusta, renunciar a lo que tiene derecho… e incluso esfumarse en la oscuridad si es necesario. Ciertamente, su inventor no le dio una conciencia moral para distinguir el bien del mal, y su inocencia es clamorosa ante la vecina frívola y provocativa o ante el robo que se le organiza… pero entiende como nadie lo que es el sacrificio y el amor.
“Conviene hacer la fiesta de Navidad” dice Peg a su familia, y que sea la primera para el nuevo hijo… porque a quien le han dado clases de protocolo y educación le falta la principal lección de todas, la de vivir en familia. Y, además, este nuevo Frankenstein o Pinocho no tuvo su regalo de Navidad cuando el inventor iba a darle las manos, omisión que ahora es preciso reparar y concluir la labor de Pigmalion… con un abrazo y un beso de Kim. A su vez, este gesto llega poco después de que ella haya vivido un instante de éxtasis durante el baile bajo la nieve -escena mágica en su romanticismo, con una inspirada Winona Ryder-, auténtico descubrimiento del verdadero amor y de la falsedad del que mantenía con su novio. Digamos que, de alguna manera, sus corazones han entrado en sintonía en sus diferencias, que la vida ha adquirido un tono espiritual y profundo con la nevada, y que ese recuerdo permanecerá ya para siempre -no olvidemos que todo eso un recuerdo que una Kim anciana le cuenta a su nueva… en una noche de nieve-. Por eso, comprobamos que el final que Burton da a la cinta está, como toda ella, imbuido de un tono entre trágico y romántico, que trata de recoger tanto la crudeza como la hermosura de la vida.
Poesía para un entorno gótico donde la muerte se halla presente, con una realidad en colores vivos y tono pastel… que está vaciada de verdad, y con otra gris y entre sombras pero que esconde una humanidad a prueba de humillaciones e injusticias. Hay además abundantes toques cómicos, unas veces a partir de la situación de un individuo sin manos que no puede “tocar la comida con las manos” ni ponerlas en alto ante el reclamo policial, y otras con un sentido crítico-irónico hacia personajes vulgares que “casi no oyen lo que piensan” o que se mueven por superficiales sentimientos y hormonas. La inocencia de la mirada de Ed es, por otra parte, la de un niño que teme lo desconocido pero que, a la vez, se da cuenta en quién puede confiar y a quién debe proteger, de alquien que está dispuesto a todo con tal de no quedarse solo, y de quien aún no ha aprendido a ocultar sus sentimientos ni a controlar las emociones. Pero Burton quiso que un día Avon llamase a su puerta para traerle un regalo de Navidad que recordara durante toda su vida, y desde entonces nieva… también para que nosotros no nos olvidemos de que el hombre/mujer no están hechos para estar solos y menos en Navidad.
En las imágenes: Fotogramas de “Eduardo Manostijeras” © 1990 20th Century Fox. Todos los derechos reservados. “Batman vuelve” © 1992 Warner Bros. Pictures y PolyGram Filmed Entertainment. Todos los derechos reservados.
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Publicado el 19 diciembre, 2013 | Categoría: Años 90, Ciencia-ficción, Drama, Filmoteca, Hollywood
Etiquetas: amor, Danny Elfman, Eduardo Manostijeras, familia, Johnny Depp, Navidad, Tim Burton, Winona Ryder