Desde hace unos meses, mi grupo en el colegio ha vuelto a cambiar. Ahora estoy con los mayores es decir 5° y 6° de primaria. Y si os digo la verdad, me quedo con mis chiquitines de infantil, aún la inocencia corre por sus venas.
También me gusta trabajar con preadolescentes, pero sí es verdad que a la hora de intentar trabajar con ellos, algunos te lo ponen muy muy difícil.
En la mayoría de los casos, intento apelar a la empatía, os explico mi perspectiva en este caso.
Cuando hablo por primera vez con un grupo de niños nuevo, o que había tenido antes, pero que han crecido un poco, y por tanto, no son ni por asomo los mismos con los que traté la vez anterior.
Los reúno y les doy una serie de normas, pero sobre todo les hablo desde mi persona.
Les explico, que ni estoy en contra de ellos, ni quiero fastidiarles, ni soy el enemigo, que intento en la manera de lo posible ponerme en su lugar en la mayoría de los momentos.
Que intento hacer mi trabajo de la mejor manera posible, y que cada una de las cosas que hacen me influye a mí directamente, ya que ellos en el tiempo que están conmigo, son mi total responsabilidad.
Igualmente que lo que yo hago influye en ellos, pero intento que sea de la manera más positiva posible.
Que yo entiendo que ellos creen que pueden hacer todo lo que se les ocurre, pero que tienen que medir las consecuencias tanto para ellos como para los demás, que tienen cada una de sus acciones.
Es decir, apelo a su empatía. No pretendo darles lástima, ni pretendo que sean mis amigos, pero sí que comprendan que quizás, lo que hagan puede afectar a alguien más que a ellos mismos, en este caso a mí y a sus compañeros.
Y que por tanto, no pueden hacer todo lo que les pase por la cabeza, porque lo que quizás a ellos les parece gracioso, guay, o un bien para ellos, puede afectar a los demás de manera negativa.
Además les recuerdo que yo les trato con respeto y educación, y por tanto pido lo mismo de ellos.
Por supuesto, sin olvidar que hay unas normas mínimas de convivencia y de respeto que jamás deben ser incumplidas.
El problema, que algunos de ellos con 11, 12 e incluso 13 años, no entienden de empatía.
Son incapacidades de mirar algo más que no sea su propia persona, no se paran a plantearse si sus acciones pueden dañar a alguien.
Incluso, aunque en alguna ocasión sean ellos la víctima, y se sientan mal por lo que les ha hecho otro, no interiorizan que cuando lo hacen ellos, los demás se pueden sentir así de mal.
En casos extremos, hay incluso cierta satisfacción por hacerle mal a otra persona.
Y aunque todos alguna vez, nos hemos saltado normas, y hemos cometido errores con los demás.
En algunos de ellos, veo indiferencia.
No veo el más mínimo remordimiento o arrepentimiento cuando se les regaña, cuando se charla con ellos de lo ocurrido, o incluso dependiendo de la gravedad se les castiga, ni aún siendo testigos o comprendiendo el daño que han hecho en otra persona.
Yo y supongo la mayoría que estáis leyendo, habéis pasado por la preadolescencia de la mejor manera que habéis podido.
Recuerdo sentirme mal, cuando se me ha regañado, cuando se me ha castigado, me he sentido mal, si le he hecho algo a alguien. Me he arrepentido y he sentido empatía.
Ya fuera por otro alumno/a o por mis profesores que eran grandes sufridores de todo lo que hacíamos.
Pero el problema no está en esos niños, porque la empatía no es algo que venga de fábrica, es algo que se enseña, es algo que hay que hacer ver a los niños desde pequeñitos.
Hablarles de emociones, sentimientos, de cómo todo lo que hacen puede afectar a los demás, ya sea de manera positiva o negativa.
No castigar, regañar simplemente, cuando hacen mal a alguien, sino hacerles entender lo que puede sentir esa persona y que quizás ellos han sentido lo mismo en alguna ocasión.
Por supuesto, lo más importante, dar ejemplo, siempre dar ejemplo. No podemos ser unos egoístas, unas personas que miran solo por sí mismas, y hacen y deshacen sin importar el daño que podemos hacer y pretender que nuestros hijos sean empáticos.
Tampoco podemos dejar en manos de la escuela, enseñar la empatía. La escuela es una extensión de lo que se enseña y se hace en casa, un refuerzo, una consolidación de lo que aprende en familia.
Y el momento, es cuando se están desarrollando como personas, desde pequeños, no como escucho lamentarse a algunos padres, "ya voy tarde con este niño, no sé lo que voy a hacer con él".
Realmente nunca es tarde, pero por supuesto, es mucho mejor ponerle la guía al árbol cuando es pequeño, porque una vez que es grande es más difícil enderezarlo.