El declive masivo de las colonias de abejas es un drama para la humanidad. Se atribuyen varias causas, pero la más creíble según los investigadores apunta al uso masivo de productos químicos en la agricultura. Los monocultivos intensivos propician la muerte del insecto más importante para la producción de alimentos. Sin abejas, el hombre tiene poco que hacer y su supervivencia se vería complicada de forma prácticamente irremediable. Un tercio de la alimentación mundial depende directamente de la polinización de las abejas. Los beneficios económicos que genera este insecto polinizador alcanzan cifras exorbitantes. En América, el número de colmenas pasó de seis millones en 1947 a 2,5 millones en la actualidad.
Encontrar las causas y la solución al declive de las colonias de abejas se ha convertido en una prioridad del Gobierno estadounidense, que el pasado mes de junio publicó un decreto por el que se creará una comisión gubernamental dedicada exclusivamente al análisis de los males que afectan a las poblaciones de abejas y otros insectos básicos para la producción agrícola como los coleópteros, las mariposas y los dípteros. Frente a este declive registrado en todo el planeta, especialmente agudo en zonas industrializadas y en las que se practica una agricultura industrial basada en la química, la Agencia para la Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA) y el Ministerio de Agricultura (USDA) son los encargados de determinar las causas de la desaparición de las abejas en Estados Unidos y de encontrar soluciones. Ambos estamentos presentarán un plan de acción en los próximos seis meses.
La polinización de las plantas (reproducción mediante la transferencia aérea de polen de una planta a otra) por los insectos es vital para los cultivos frutícolas y para el conjunto de la industria alimentaria. La polinización es un pilar fundamental de la seguridad alimentaria de Estados Unidos y de todo el mundo. En Estados Unidos 90 tipos de cultivos dependen directamente de la polinización, generando 24.000 millones de dólares para la economía nacional. De estas cifras, las abejas son responsables exclusivas de 71 tipos de cultivo y generan 15.000 millones de dólares.
Las abejas mantienen el cultivo de la almendra en California, donde 1,4 millones de colmenas están en fase de desaparición. De no mediar un remedio milagroso, los hogares estadounidenses comenzarán a encontrar problemas para adquirir frutas, legumbres y cacao, productos que subirán de precio de forma importante.
La mortalidad de las abejas, atribuida al uso masivo de pesticidas, alcanzó unos índices alarmantes durante estos últimos años. Cada invierno desaparece un 30% de las colonias existentes. Este índice dobla el margen de tolerancia que podrían soportar los agricultores. En sólo el invierno de 2012-2013, Canadá vio como desparecía el 29% de sus colonias, mientras que en Europa desapareció el 20%.
Después de muchas investigaciones, se identificó a uno de los agentes causantes de esta catástrofe: los insecticidas denominados neonicotinoides, empleados de forma corriente en la agricultura industrial. Se trata de otro de los “logros” de las multinacionales agroquímicas que mata y destruye el medioambiente y los insectos (dos de los componentes de este insecticida bloquean el sistema nervioso de los insectos provocando la muerte de colonias enteras) por un precio bastante asequible para el agricultor. Este mal que afecta a las colonias enteras se conoce como el CCD (Colony Collapse Disorder) o síndrome del colapso de las abejas. Otras posibles causas (virus, parásitos y cambios genéticos y climáticos) necesitan más tiempo para ser identificadas.
Según explican los cincuenta científicos independientes que desde hace cuatro años investigan y analizan más de 800 estudios consagrados a los pesticidas sistémicos (los que penetran en el interior de la planta) a base de neonicotinoides y de fipronil, “estos pesticidas representan un riesgo para las funciones y los servicios de los ecosistemas que va más allá de las inquietudes relativas a una sola especie</i>”.
Estos insecticidas, que suponen el 40% de las ventas totales en todo el mundo, son extremadamente peligrosos para los invertebrados terrestres y acuáticos, especialmente para los gusanos y para todos los polinizadores, para los pájaros, peces y anfibios y muy probablemente para los reptiles. Estos pesticidas son muy tóxicos, muy persistentes y solubles en el agua.
Según los científicos es hora de iniciar un proceso de supresión de este tipo de sustancias químicas cuyo impacto global sobre la biodiversidad supone un peligro demasiado grave como para posponer su prohibición.
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