Revista Sociedad
Como en las malas películas del Oeste, no hay día sin tiroteo en EEUU. Aparentemente, el delirio de los norteamericanos por las armas y su uso está llevando al país al borde de la locura colectiva. Tiros con víctimas mortales los hay cada semana en escuelas, supermercados, cines... Ayer 19 personas resultaron heridas de bala cuando tres individuos comenzaron a disparar contra un cortejo que celebraba el Día de Madre en Nueva Orleans. La policía se ha apresurado a comunicar que los autores, que por el momento no han sido detenidos, no son "terroristas" y que el ataque sería un acto de delincuencia común. Un servidor, en su ignorancia de las cuestiones de "seguridad pública" y "defensa nacional", cavila que el concepto de delincuencia común que tienen las autoridades norteamericanas, al considerar que emprenderla a tiros con los participantes en un desfile lúdico es un acto de esas características y no un ataque terrorista, resulta como mínimo sorprendente y desde luego interesado. Al parecer "terrorismo" es todo aquello que ejecuta un individuo no WASP (blanco, anglosajón y protestante) presuntamente en nombre de un sistema político o creencia religiosa supuestamente ajena al "American Way of Life". Que un WASP tirotee a una multitud o vuele un edificio del Gobierno Federal es considerado un acto de patriotismo exacerbado o en el peor de los casos, una acción cometida por delincuentes comunes. Los autores del ataque criminal llevado a cabo en Nueva Orleans son, según las primeras informaciones, jóvenes blancos, de pelo corto y aspecto corriente. Echen cuentas. Decenas de miles de norteamericanos mueren a tiros cada año. Hay en ese país 300 millones de armas en manos privadas: fusiles de asalto, bazookas y hasta helicópteros artillados. La semana pasada un niño de siete años mató a su hermana de cinco con la "escopeta infantil" (sic) que poseía, regalo de sus padres (las escopetas infantiles no son un juguete sino auténticas armas de fuego, que los padres adquieren para que los niños se acostumbren a disparar). En muchos colegios de educación secundaria hay arcos detectores de armas, para impedir que críos de 12 ó 14 años entren en clase portando pistolas y armas automáticas. Cualquier psicólogo que no esté a sueldo de la Asociación Nacional del Rifle (ANR), esa mafia de criminales promotores de matanzas al por mayor, nos explicará que el culto a las armas de fuego que practican con tanto fervor los norteamericanos nada tiene que ver con su mitificada historia (el Far West peliculero) y las libertades garantizadas por la dichosa Segunda Enmienda, y sí con los complejos sexuales en una sociedad intolerablemente machista y de valores muy reaccionarios en las relaciones sociales. Exactamente lo mismo que sucede en España en relación a los automóviles y el culto al vehículo privado, sin ir más lejos. Y luego está en papel, infame, que juegan los políticos. Los que no viven sobornados por la ANR, carecen de agallas para enfrentarse a los responsables de ese estado de cosas. En el tema que nos ocupa el presidente Barack Obama ha vuelto a mostrarse como un charlatán capaz de hacer bonitos discursos, pero que vive encadenado por los intereses de la Industria de la Muerte (ese complejo militar-industrial al que se refirió el general Eisenhower "como el mayor peligro para los EEUU"), a cuyo dictado se ha plegado en cada conflicto planteado. La sociedad estadounidense está enferma de odio a sí misma y muere de complejos ante un mundo en cambio acelerado al que no entiende y en el que barrunta que su papel hegemónico ha terminado para siempre. Los norteamericanos tienen miedo y están desconcertados, y solo el pene de hierro que muchos llevan en sus bolsillos o en la guantera del coche les devuelve la confianza en sí mismos. Las matanzas por tanto van a seguir sin solución de continuidad, en Nueva Orleans y en Irak. En la fotografía que ilustra el post un niño prueba un rifle en una tienda de armas de EEUU, en una imagen de la agencia EFE.