¿Cómo pueden coexistir en nuestro pequeño ecosistema más de 190 especies de plantas, en apenas 25 hectáreas? ¿Acaso no sería de esperar que algunas especies, las más competitivas, acabasen extendiéndose a costa de eliminar a las demás? La realidad es más complicada que eso. Por ejemplo, las cambiantes condiciones meteorológicas favorecen ora a unas especies, ora a otras, y eso es obvio en este invierno, tras más de 200 litros de lluvia. Ese agua ha revelado la presencia de unas plantas que parecen impropias de nuestro seco monte manchego: entre el musgo, minúsculas y relucientes, han crecido hepáticas. Estas plantas, las más primitivas de todas las terrestres, las que medran en los ribazos umbríos y mojados de los arroyos de montaña, estas extrañas hojas laminares que extienden sus raicillas sobre el barro, crecen ahora en el mismo ecosistema que en verano ve sucumbir ante la sequía hasta a las plantas crasas. ¿Cuántos años habrán aguardado sus esporas hasta que, por fin, el tiempo les ha sido propicio? ¿Cuántos las habría pasado yo por alto de no ser por estas lluvias? En breve, las rosetas de Riccia, con sus hojas de apenas 3 mm de anchura, se secarán, pero en la tierra habrán dejado el invisible testigo de sus genes, encapsulados, preparados para soportar meses, años, hasta que por fin llegue la breve época favorable que permite a esta especie crecer y mostrarse al mundo por pocas semanas. Porque en la naturaleza no sólo está los que vemos normalmente, también hay especies fugitivas, como esta hepática, seres que viven al margen de las reglas de la mayoría, a la espera de su momento, "almacenadas" en el ecosistema en forma de esporas de resistencia, como un recuerdo dispuesto a ser revivido cuando se den las condiciones idóneas. El aumento de biodiversidad causado por estas especies es un caso de storage effect, "efecto almacenaje".
Más sobre Riccia en Guía de campo de los líquenes, musgos y hepáticas (Wirth et al., Omega).