La primera crisis del petroleo se manifestó en la caida generalizada del ritmo del crecimiento económico entre 1974 y 1976; en este último año, y como consecuencia del duro proceso de ajuste realizado en los dos años anteriores se produjo un proceso de reactivación que continuó en los dos años siguientes a un ritmo aceptable, aunque sin recuperar los niveles de crecimiento anteriores a la crisis.
En segundo lugar, la tasa de inflación experimentó un crecimiento brusco. Pero además, y al contrario de lo que había sucedido durante los 25 años anteriores, las relaciones entre la inflación y el nivel de crecimiento económico se alteraron de forma radical. En los años cincuenta y sesenta, era suficiente una pequeña recesión para frenar las expectativas inflacionistas; por el contrario, a raíz de la primera crisis del petróleo, se produce una relación inversa entre la disminución del crecimiento y las tasas de inflación.
Finalmente, aparece otro gran problema, sin duda el más dramático por sus consecuencias sociales: el incremento del desempleo. Aunque la existencia de una tasa elevada de paro fue una característica intrínseca al funcionamiento de la economía capitalista durante el siglo XIX y en el XX hasta la Segunda Guerra Mundial, desde 1950 hasta 1973 se había reducido fuertemente como consecuencia de la aplicación de políticas económicas adecuadas. Sin embargo, después de la crisis del petroleo se produjo un incremento súbito de las tasas de desempleo, que se fue agudizando a medida que pasaban los años. Lo más preocupante de todo ello es que no aparecía con características coyunturales. Los años que siguieron fueron de una cierta recuperación económica sin que por ello las tasas de desempleo descendieran, como consecuencia de las presiones inflacionistas y de los desequilibrios de balanza de pagos.
Todo esto va acompañado de una quiebra completa de los mecanismos económicos tradicionales, lo que daba a la crisis un carácter más grave: la hacía resistente a las terapias monetarias o fiscales que tan buenos resultados habían dado en los 25 años precedentes.
A finales de 1978, lo peor de la crisis petrolera parecía haber pasado ya; las economías europeas avanzaban en sus ritmos de crecimiento compatible con un cierto descenso en las tasas de inflación. En estas condiciones se inicia la segunda crisis petrolera y todas las optimistas previsiones se vinieron abajo, produciéndose de nuevo una desaceleración en la actividad económica y un reforzamiento de las tensiones inflacionistas. Por lo que se refiere al empleo total, que había mejorado a lo largo de 1979, empezó a verse afectado por la dismininución de la actividad durante 1980. Este proceso se complicó más por los elevados tipos de interés del dinero, el alza sin precedentes del dolar. Todo ello condujo, a finales de 1982, a la cifra record de 30 millones de parados en el área de la OCDE: el triple de los existentes antes de la primera crisis y casi el doble de los existentes en 1978.
A pesar del descenso de los precios del petróleo iniciado a finales de 1981, la recuperación fue mucho más dificil que después de la primera crisis. La debilidad de la demanda y el alto desempleo en el mundo industrializado, llevó a la adopción de prácticas proteccionistas y a la reducción de la demanda de materias primas. Con ello, las exportaciones del mundo menos desarrollado se vio seriamente perjudicado, contribuyendo a reducir el poder de compra y el crecimiento del comercio mundial
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