Revista Opinión
Os lo voy a contar…
El ego, aquello que creemos ser, nuestra unicidad y personalidad inalienables es una jaula de oro. Es aquel lugar donde nos sentimos seguros y confortables porque aún cuando las emociones se van de madre siguen estando bajo control. El ego son las vallas que guardan celosamente lo que creemos o nos han hecho creer ser: ese individuo ya no tan joven, hipermétrope y con franca alopecia, que se gana la vida en una ciudad del occidente en decadencia de principios del siglo XXI; sin adscripción política ni equipo de futbol concretos. Sin embargo, el vallado del ego no deja de ser un límite que establecemos por motivos que ahora expondré en mitad de un campo que se vislumbra infinito y de nombre CONSCIENCIA.
El ego es una estrategia evolutiva y como tal de supervivencia. Sin ese apego es improbable que hubiésemos prosperado como individuos y por extensión como especie. Un amigo lo comparaba hace tiempo a la función de la de la leche en los lactantes: un elemento necesario durante determinada etapa de crecimiento. Sin embargo, cumplida su función comienza a resultar una carga y es preciso trascenderlo. Un vistazo a las principales tradiciones orientales lo demoniza hasta grado extremo, acusándole de ser la fuente de todas las desdichas. No diría tanto pero si es un residuo que puede resultar muy perjudicial y amargarnos la vida en buena media. Afortunadamente, la consciencia viene al rescate.
No es ningún secreto que hace algo más de un año comencé a adiestrarme en el ejercicio de la meditación para superar un estado depresivo. En principio, iba buscando detener aquel torrente de pensamiento incontrolable que se apoderaba de mí a la menor contrariedad (había pasado por sucesivas épocas de estrés que me habían dejado exhausto). Sin embargo, la perseverancia en aquel ejercicio me llevó a toparme con lo inesperado: la constatación de una realidad que trascendía lo racional (único paradigma aceptable hasta el momento). No os voy a contar la película de cómo me rebelé ante aquel descubrimiento: solo puedo decir que a los treintaymuchos me vi en la necesidad (si quería ser honesto conmigo) de derrumbar el viejo templo de la sabiduría y lanzarme a explorar ese nuevo campo que se abría una vez lograba desasirme de lo que hasta entonces pensaba era mi esencia. Superadas las fronteras egoícas la realidad no termina sino que se amplía. Se abre el campo de la CONSCIENCIA y quizás sea el descubrimiento más importante realizado en toda mi vida.
Aunque me habían hablado de ello, siempre había encontrado maneras de zafarme de la evidencia. Lo que antes atribuía a férreas convicciones morales, a la obediencia al imperativo categórico kantiano, al temor al castigo y la culpa no eran sino expresiones de una realidad mucho más sutil y hermosa: la de que TODO ESTÁ CONECTADO. Lo percibí como una iluminación y lo atribuí a un estado psíquico alterado pero los meses de investigación posteriores arrojaron el mismo resultado: TODO ESTÁ CONECTADO, íntima, sutil pero poderosamente conectado. Lo que hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos porque no hay diferencia entre el uno y el todo. Y de nada sirven las actitudes narcóticas, escapistas o la negación. Antes o después esa verdad ultima, tan poderosa que una vez contemplada trasforma tu vida para siempre, no puede esquivarse. No queda otra entonces que tragarse el orgullo y los años de costumbre, volver a empezar de cero y aprender a disfrutarlo. Lo cantaba Franco Batiatto que para mí es un sabio: “Vivir no es tan complicado si puedes renacer después”.