Habitualmente, cuando pensamos en la literatura del Siglo de Oro lo hacemos con la mente puesta en los grandes nombres: Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope...
Lo hacemos así porque creemos que estos autores han conseguido superar lo más arqueológico de su época para poder comunicar de forma directa con el lector actual. Es la diferencia entre escuchar la Novena de Beethoven o la Tercera de Muzio Clementi.
Y no estamos mal desencaminados. Sin embargo, conocer a los autores de segunda o tercera línea antiguos nos permite experimentar otro tipo de placeres. Por un lado, descubrir a un autor antiguo cuya lectura no ha estado mediatizada por la tradición crítica o interpretativa: podemos hacer una lectura virgen de este autor, sin ideas preconcebidas. En segundo lugar, si sus rasgos estilísticos están demasiado anclados en los modi scribiendi de la época, su lectura puede permitirnos una aproximación a estos rasgos, lo cual nos ayudará a descubrir también rasgos de los grandes autores que pertenecen a la época y no son hallazgos expresivos exclusivamente suyos. ¿Qué deben Cervantes, Quevedo, a sus lecturas previas y a su época? En tercer lugar, en ocasiones podemos encontrarnos con algún descubrimiento insospechado, una de esas joyas (aunque sea una pequeña joya) que el tiempo ha reservado para nosotros. Este es el caso de un raro poeta, apenas conocido y menos leído, a caballo entre el siglo XVI y XVII. Me refiero al abad Antonio de Maluenda, poeta burgalés.
Biografía
Maluenda nació en 1554 (sabemos que fue bautizado en septiembre) cuando Burgos era una ciudad con una importante actividad económica, centrada, sobre todo, en el comercio de la lana con el norte de Europa.
Su familia era una de las más importantes de la ciudad. De hecho, la casa familiar, remodelada sobre unas viviendas antiguas por su padre, Andrés de Maluenda, fue una de las más importantes de Burgos. Tenemos la suerte de que se conserva actualmente: se trata del edificio que alberga el Archivo Municipal de Burgos, conocido como el palacio de Castilfalé, por ser este su último propietario. Aunque muy reformado (su aspecto no es el que tendría en el siglo XVI), al tratarse de un edificio público, puede visitarse, al menos en ciertas dependencias. Antonio de Maluenda no nació en esta casa, pero sí se crio, junto a sus cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres.
Los varones, mayores que él, se dedicaron a la empresa familiar (que, tras morir el padre, estuvo gobernada con mano férrea por su madre, Isabel de la Torre). En cambio, Antonio estudió cánones en Salamanca. Consta que estaba en esta ciudad en 1576, aunque parece que no concluyó los estudios. En su formación, la música ocupó un importantísimo lugar, y destacó no solo por sus conocimientos musicales, sino como afamado vihuelista. Es por esto, a través de sus aficiones musicales, que ha trascendido su figura, pues la temática musical forma un grupo importante de sus poemas, y lo relacionan con Villamediana.
No se sabe cuándo se ordenó sacerdote, pero ya lo era en 1585. Resulta sorprendente que diera este paso. Muchos hombres de letras lo hicieron con la intención de asegurarse unas rentas que les permitiesen dedicarse a su verdadera pasión, la literatura, los estudios humanísticos, la música. Sin embargo, este no parece ser el caso de Maluenda, pues sabemos que poseía suficientes rentas originadas en el patrimonio familiar. Parece un personaje más cortesano que religioso.
A pesar de ello, su biografía estuvo asociada a la catedral de Burgos, así como a la iglesia de san Millán de Lara, a unos 50 kilómetros al sur de esta ciudad. De ahí su título de abad. Durante mucho tiempo, su vida transcurrió entre San Millán, Burgos y Madrid. Sin embargo, por lo que conocemos, no mostró un gran apego al recogido mundo de la religión. Entre 1580 y 1585 vivió en Roma. No perdió el tiempo el buen abad, pues tuvo dos hijas, fruto de ciertos amoríos (con diferentes mujeres): Leonor y Catalina. Sabemos que Catalina vivió con su padre hasta que ingresó en el convento de San Bernardo en Burgos, que estaba próximo a la casa familiar. En cambio, Leonor, a pesar de los deseos y requerimientos de su padre para que fuese a vivir con él a la Península, se quedó (que sepamos) en Nápoles. Quizá no le interesaba mucho el futuro monjil que le aguardaba.
Murió nuestro poeta en 1615. Fue enterrado, como el resto de su familia, en la capilla de las Once Mil Vírgenes del convento de San Pablo, de Burgos, hoy derruido. En su lugar se ha edificado el Museo de la Evolución Humana. Entre los trabajos previos a su construcción destacaron ciertas investigaciones arqueológicas que descubrieron la cripta de esta capilla propiedad de los Maluenda, que pusieron al descubierto la aventajada posición económica de la familia.
Maluenda fue muy apreciado por sus contemporáneos por diferentes razones. Por un lado, como sacerdote y orador. Cuando en 1592 fue presentado a Felipe II, este estuvo hablando con él largo y tendido, e impresionó tanto al monarca que le pidió que fuese su capellán personal. No consta que aceptara su propuesta. También fue especialmente admirado por su virtuosismo a la vihuela. Como tal, le dedicó un soneto Mosquera de Figueroa:
El que pudo imitar esta armonía
y con la artificiosa y diestra mano
llegó donde ninguno fue más digno,
es Maluenda, que en arte y melodía
allá con los divinos es humano,
y acá con los humanos es divino.
Como poeta fue muy admirado entre sus contemporáneos, hasta el punto de que se le conocía como el Homero burgalés, aunque no fue poeta épico, sino lírico. A todo ello debe añadirse la desahogada posición económica que ya he comentado y que lo diferencian de las estrecheces económicas de otros poetas coetáneos. Quizá por ello Maluenda renunció a su canonjía de la catedral en 1589: podía permitirse el lujo de renunciar a las rentas que iban asociadas al cargo. Es posible que su vida, demasiado mundana (por decirlo de algún modo), lo hiciera incompatible con el cargo.
La poesía
Este carácter mundano se refleja plenamente en su poesía, lo cual no deja de sorprender en un sacerdote. No es que crea que entre el clero no se produzca este tipo de comportamientos. A la vista está en la actualidad, así como en los tiempos antiguos. Pero siempre se ha llevado con discreto silencio y se han evitado las manifestaciones públicas. Quizá por eso la difusión de su obra, en contraste con la fama que tuvo en vida, haya sido tan limitada.
Su obra nos ha llegado a través de un solo manuscrito, que compiló un sobrino suyo a mediados del siglo XVII. No tuvo mayor trascendencia ni difusión, hasta que en 1892, Juan Pérez de Guzmán, rescatando el manuscrito del fondo oscuro de una biblioteca, publicó una edición en Sevilla. Se trata, sin embargo, de una edición muy limitada, pues su tirada fue de solo 100 ejemplares. Afortunadamente, en la actualidad pueden consultarse estas dos fuentes, tanto el manuscrito como la edición del siglo XIX, en internet. Existe, además, una página de la Universidad de León que recoge y resume toda la información conocida sobre el poeta. Una edición de la obra hecha con criterios modernos se hace imprescindible para poder leer bien al abad Maluenda.
Pérez de Guzmán intentó una clasificación temática de su poesía, compuesta por casi cien sonetos y unos pocos poemas más, como la Canción al ángel de la guarda, cuyo título puede engañar al lector desprevenido.
Los primeros son de carácter devoto, como corresponde a un abad. Los títulos dan una idea de su contenido: Al santísimo sacramento, Degollación de san Juan Bautista, A santa Teresa de Jesús, A las reliquias de la santa iglesia de Burgos. A ellos se añaden los poemas fúnebres, como los tres dedicados a Felipe II, escritos con la retórica al uso. Hay un par de sonetos dedicados a familiares. El titulado A doña Catalina de Maluenda, sobrina del Homero burgalés, bien pudiera estar escrito en realidad para su propia hija, a no ser que Maluenda tuviera realmente una sobrina con el mismo nombre que su hija.
Por encima de todos, destaca el soneto escrito para consolar a su hermano mayor, don Francisco de Maluenda (que, dedicado al negocio familiar, vivía en Rouen) escrito en ocasión de la muerte de su padre y que muestra una mayor sinceridad que otros sonetos fúnebres de la época. En él se descubre que el padre murió lejos de Burgos ("lejos de su patrio nido"), quizá en un viaje emprendido por razones comerciales, pues ya está "libre de una gran carga":
Mas si tienes la vista aguda y larga
del ya cano y maduro entendimiento
por el triste suceso de su historia,
verás que, libre de una grave carga,
voló ligero al estrellado asiento,
dando remate y lustre a su memoria.
Cultivó también la poesía laudatoria dedicada siempre a una persona o a un motivo concreto, como la que titula A los hijos de la ciudad de Burgos o las que compone A la muerte de un niño o A un retrato de una señora ya difunta, en el que desarrolla el motivo del contraste entre el retrato realizado por un pintor y el natural hecho por el "eterno Pintor, es decir, Dios". Junto a estos, los sonetos meditativos componen un grupo de poemas propios de un poeta religioso, con poemas dedicados al paso del tiempo, al desengaño, etc., que anuncian el pensamiento barroco. Sin embargo, lo que más sorprende, teniendo en cuenta precisamente su condición religiosa, es que la mayor parte de los sonetos son de tema amoroso.
La poesía amorosa
Evidentemente, la poesía lírica tiene un punto de ficción que obliga a que no deba identificarse el yo del poema con el yo biográfico del poeta. Pero, a pesar de ello, los poetas de condición religiosa fueron en ocasiones reprehendidos por las autoridades eclesiásticas por mostrar excesiva sensualidad en sus poemas, imágenes demasiado explícitas, como se dice en el siglo XXI. Uno de los ejemplos más evidentes es Góngora, de quien se consideraron demasiado procaces las imágenes de algunos versos. Quizá el único que se escapó a estas críticas fue Lope, pero lo cierto es que, tras ordenarse sacerdote, sus poemas amorosos no tuvieron el mismo carácter que los de Rimas. En fray Luis, de conocida poesía horacianista y tono ascético, encontramos unos pocos sonetos de carácter amoroso, al modo herreriano (dedicados a Luz), que poseen bellas imágenes cargadas de sensualidad:
Sin embargo, el poema concluye con ese tormento interior característico del Siglo de Oro que oscila entre el vuelo de la imaginación y el sufrimiento de quien sabe que debe contenerse, llevado del pensamiento impositivo religioso y social. Pero los sonetos de fray Luis son solo cinco y no fueron incluidos en la colección que preparó su autor. Los sonetos amorosos de Maluenda, en cambio, constituyen la parte más abundante de su producción, y en ellos encontramos lo más interesante de su obra, y no solo donde se desarrolla mejor su expresión personal, sino también la parte más original, así como algún soneto que sorprende por su pensamiento plenamente actual.
Como muchas colecciones de poemas petrarquistas, presenta un soneto que podría considerarse el soneto prólogo, en el que se debate entre su amor pasado y el arrepentimiento por esta relación amorosa que la tradición obliga a que sea extramatrimonial.
El poema se presenta como un arrepentimiento de la relación ya superada del pasado. Sin embargo, la colección de poemas no compone la típica biografía amorosa siguiendo el canon petrarquista del Canzionere, con los poemas in vita e in morte. Es más, algunos de ellos están dedicados a otras damas con nombres poéticos diversos (Filis, Cintia, Silvia, etc.), lo que hace que la colección no tenga una estructura unitaria como sí la tiene, por ejemplo, la obra de Herrera, Algunas obras... de 1582. A pesar de ello, sí desarrollan de forma autónoma motivos característicos de la tradición poética. Como es habitual, es extraño el poema de amor gozoso. Gran parte de los sonetos presentan el tormento amoroso frente al desdén de la belle dame sans merci, como era costumbre: la dama se muestra desdeñosa a los sentimientos del yo poético, lo que hará que este sufra en silencio su pasión.
Cielos, si tal castigo se merece
solo por suspenderse el pensamiento
al milagro no visto de su gloría,
¿quién osará decir lo que padece?
Mas ¿quién podrá encubrír el sentimiento,
siendo eterno el dolor y la memoria?
El tormento amoroso no solo nace del desdén de la amada. También se gesta por el peso de la conciencia cristiana del pecado, que obliga al creyente a llevar una vida de virtud. En este sentido se escribe la Canción al Ángel de la Guarda, poema que va más allá de lo que parece prometer el título devoto. En él, el yo se debate entre el deseo y la consciencia del deber cristiano. Lo más interesante del poema es el principio, que recuerda un conocido soneto metafísico de Quevedo que se desarrolla sobre la alegoría de la fortaleza:
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
La Canción de Maluenda presenta la misma alegoría y alguna expresión similar, aunque sin llegar a la intensidad expresiva del poeta barroco:
¡Ah de la Guarda, paraninfo santo,
ángel-soldado, capitán valiente!
¡Ah de la vela, que el presidio asaltan!
¡Al arma! ¡Al arma, que el horror y espanto
del enemigo ya se acerca y siente,
y del incendio las centellas saltan!
¡Socorro! ¡Apriesa, que las fuerzas faltan!
Como Quevedo, otro amante atormentado, Maluenda se deja llevar por su pasión, que irrumpe en sueños en forma de sueño erótico, en el conocido soneto dedicado a Floralba:
El soneto sobre el sueño erótico ya se encuentra en Juan Boscán, que inicia la tradición entre nosotros:
La moda del soneto al sueño erótico debió estar bastante extendida, pues lo encuentro en el desconocido poeta Marqués de Peñafiel:
Dióme el Amor soñando este contento
para que despertando me advirtiese
que es dios, y puede darme lo imposible;
o para que por mí, y en este cuento,
cualquier hombre discreto conociese
que Amor, si no es soñando, es insufrible.
A ellos hay que añadir ahora al abad Maluenda que, como es habitual, se queja de que el placer por gozar el amor de la amada haya sido tan breve, y la identifica con la muerte:
¡Oh breve gloria! ¡Oh sueño dulce y vano,
clara y cierta señal del mal presente!
¿cuál dios te envió, que así de mí te alejas?
Dicen que de la muerte eres hermano,
mas tu aspereza esta opinión desmiente,
pues, llevándome el bien, vivo me dejas.
La vejez y el amor
Entre los poemas amorosos destacan aquellos que se presentan desde la madurez o, lisa y llanamente, desde la vejez, lo cual no quiere decir que estén escritos al final de su vida. En sus poemas, el motivo presenta un doble papel. En primer lugar, es el momento en el que el yo se sitúa para recordar los amores ya pasados de la juventud. Se presentan desde el arrepentimiento. Maluenda sigue la tópica petrarquista: es el "discurso vario de mi historia / con lágrimas y versos celebrado" que ya hemos visto.
Pero nuestro poeta va más allá, pues desarrolla el tema del viejo enamorado, y es aquí donde Maluenda se aparta de la tradición y de sus contemporáneos. Desde los latinos (poesía, comedia), el viejo enamorado ha sido siempre objeto de sátira y de una visión caricaturesca que llega hasta el siglo XIX y más allá. Así, los viejos de los entremeses de Cervantes ( El juez de divorcios, El viejo celoso), o versiones más realistas (menos caricaturescas) como El sí de las niñas de Moratín. Carolina Coronado volverá al poema satírico en su romance dedicado A un viejo enamorado. En Maluenda se plantea el tema de forma muy distinta en un pequeño conjunto de sonetos. Empieza reconociendo que ha pasado el tiempo del enamoramiento, pero "aún no está libre" de la tentación. Y, aunque se encuentra "más recatado", es decir, más sereno por la madurez, todavía pueden despertarse en él "los rebeldes sentidos ya obedientes".
ni la dolencia grave fue de suerte
que en mi convalecencia perezosa
no me retienten varios accidentes.
Y así más recatado, que no fuerte,
traigo en guarda del alma temerosa
los rebeldes sentidos ya obedientes.
En un nuevo soneto, reaparece el amor en su vida, cuando el yo creía haber alcanzado el equilibrio entre la razón y los sentidos desbocados y haber superado "la niebla del dolor pasado"
En este estado, se presenta de nuevo el amor en la vida madura del yo, lo que produce una gran zozobra en su interior y se ve como una amenaza y a la vez una oportunidad, "del cuchillo la esperanza".
Así, en la nueva y súbita mudanza
de mi bien repentino y sospechoso,
no puedo respirar sin sobresalto.
Cerca está del cuchillo la esperanza,
tras la calma se turba el mar piadoso,
tal es la condición del bien más alto.
Por eso, dada su experiencia, muestra sus reticencias ante la nueva experiencia amorosa:
Mas ya con la experiencia de mis males
ha llegado a tal punto el escarmiento
que del favor más cierto estoy dudoso.
En fin, aun los remedios son mortales:
¿Cómo podrá el enfermo pensamientoa
las sombras del bien tener reposo?
Finalmente, el yo parece vencer todas las dudas y lanzarse de lleno a la nueva experiencia sin sentir temor, pero vuelto más juicioso y cauto, pues será "loco en amor, en callar sabio".
Al fin cuando se esfuerza la obediencia
solo sirve quejarse del agravio
de aguzar la paciencia del tirano.
Y así pasando yo por tu sentencia
seré loco en amar, en callar sabio,
no resistiendo a tu furor en vano.
Por tanto, encontramos en Maluenda a un nuevo poeta antiguo, apenas tocado por la crítica, con poemas que presentan relación con otros de su época (se ha señalado a Villamediana, aquí hemos visto a Quevedo y Mosquera) y que, a pesar de ser un poeta menor que cultivó los géneros propios de su momento histórico, es capaz de presentar un pequeño grupo de poemas sobre el enamoramiento y la vejez con características originales que lo distinguen de su época.
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