En alguna otra entrada de este blog ya hemos indicado que las enfermedades transmisibles son, necesariamente, enfermedades sociales. Un náufrago en una isla solitaria difícilmente adquirirá una enfermedad contagiosa.
Se está atravesando un periodo de notoriedad para una de las formas de infecciones virales del hígado, la hepatits C, básicamente por los problemas entorno a los nuevos recursos terapéuticos para esa enfermedad (Iba a decir “contra” esa enfermedad, en la linea más o menos bélica que siempre ha tenido la Infectología, originariamente fundada por militares.
Como sabéis, de las mejor conocidas formas de infección viral, la producida por el virus A se trasmite principalmente por ingestión de agua o alimentos contaminados. La hepatitis B por contacto con flúidos corporales como transfusiones, por compartir agujas hipodérmicas o por transmisión sexual. La hepatitis C se transmite casi exclusivamente por contacto con sangre o hemoderivados. Es posible que antes de que se introdujeran practicas hemoterapéuticas, hace 150 años, la hepatitis C fuese casi inexistente. Los pacientes de más de 70 años adquirieron la hepatitis C por inyecciones intramusculares de sangre, práctica de dudosa utilidad en el tratamiento de la anemia, la inapetencia o el escaso desarrollo de niños (especialmente niñas) en la primera mitad del siglo XX. Los más por contaminación transfusional en el curso de intervenciones quirúrgicas. Actualmente la vía materno-fetal sería la que más puede afectar a los niños, mientras que las otras: tatuajes, agujas compartidas, etc., son más propias de los adultos.
Alrededor de la hepatitis C existe un sentimiento, más o menos explicitado, de yatrogenia. Y tal incluye igual a los pacientes, que pueden sentirse maltratados por el sistema asistencial, como de cierta culpabilidad corporativa entre los sanitarios.
Pero el problema social de la hepatitis C es el precio de su tratamiento. Hasta ahora el tratamiento recomendado de Peginterferon-alfa (PEG-IFN) y ribavirina (RBV), aunque dispendioso, estaba subvencionado en el sistema de la Seguridad Social. Aún así, solo la mitad de los infectados se beneficiaban del tratamiento. Con la aparición de nuevos antivirales las perspectivas mejoran notablemente, especialmente de las infecciones con el genotipo I del virus. Pero los nuevos antivirales, simeprevir y sofosbuvir, tienen una precio de venta del tratamiento completo de miles de euros. las reticencias del ministerio de Sanidad de autorizar la cobertura de estos fármacos ha generado un conflicto considerable.
El oscuro secreto detrás de los precios de los antivirales ha sido fácilmente revelado: Los ingresos de los laboratorios fabricantes dependen del número de prescripciones multiplicado por el precio al por mayor del fármaco. (http://www.fool.com/investing/general/2015/01/10/the-dark-secret-in-the-abbvie-gilead-sciences-hepa.aspx ) Y ahí está el punto de la negociación.
Pero los gobiernos y sus sistemas de protección a la salud, si de verdad quieren hacer cuentas, deberían incluir los costes reales de la cronicidad, los de los tratamientos de rescate como el transplante hepático para los que desarrollan cirrosis o carcinomas hepáticos y sumar el coste del sufrimiento, aunque sólo fuera en horas de trabajo perdidas. No parece que con la incorporación de economistas, técnicos en empresa y gestores al sistema sanitario se haya conseguido que valoren adecuadamente una contabilidad analítica verdadera. Probablemente porque en las escuelas donde se forman continúan primando la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas como paradigma del capitalismo puro y duro.
Entonces es cuando la gente lleva sus reivindicaciones a la calle
(http://politica.elpais.com/politica/2015/01/10/actualidad/1420883112_303977.html).
X. Allué (Editor)