Se acerca la Navidad.
En las calles y en las plazas ya han aparecido los abetos (artificiales o no) que se han engalanado con guirnaldas rojas y rosarios de diminutas luces y leds.
En los árboles de los paseos se han colgado lucecillas de diversos colores y en los maceteros las poinsetias (las llamadas “flores de pascua”) ornan las calles.
En los comercios proliferan las guirnaldas entre plateadas y doradas y toda una serie de objetos de color rojo predominante, como botitas, guantecillos, campanillas, figuras de renos; en fin, toda esa suerte de elementos decorativos que se utilizan como buen reclamo en las fechas próximas al 25 de Diciembre.
Los centros comerciales ya abren sus puertas todos los domingos, porque ahora, con la mezcolanza de las celebraciones de Papá Noël y los Reyes Magos, lo importante es vender y vender y vender…
Está claro. La Navidad, como fecha y como celebración está llegando, junto con la Navidad tiempo de negocios y ventas.
Pero en medio de esa vorágine de decoraciones, regalos, compras, turrones, celebraciones empresariales, felicitaciones, se nos está escapando, nos estamos olvidando, de “la otra Navidad”.
La Navidad de los que intentan llegar en patera a nuestras costas; o los que se encaraman a las vallas lacerantes para alcanzar el falso estado de bienestar que aparenta brindar Europa; o de los que duermen entre cartones en cualquier rincón protegido de nuestras calles; o de quienes han de acudir al banco de alimentos para recoger unos garbanzos o unos pacotes de leche; o de quienes sufren cualquier clase de abandono, en las residencias geriátricas, en los hospicios y orfanatos, en las clínicas; o de las personas que aguantan malos tratos de parejas y a veces de hijos; o de quienes experimentan la soledad de sus cuerpos o de sus mentes.
Esta otra Navidad, la de los que no son ni esperan ser felices, la de los que necesitan mucho de otros, es la que debe movernos a tener presentes a quienes precisan nuestra ayuda material, nuestra palabra amiga, nuestro consejo, el calor de nuestras sonrisas, la benevolencia de nuestra comprensión; en dos palabras: nuestro amor.
Sí, porque quiérase o no, la Navidad es para los creyentes la conmemoración del Amor infinito de Dios hacia el género humano. Y eso es lo que hemos de transmitir a los que nos rodean.
Y para quienes no tienen el don de la fe religiosa, la Navidad es tiempo de amor, de confraternidad, de ayuda, de entrega, de unión, y por eso también hay que acoger a los demás.
Sintámonos unidos ante tantas y tantas guerras y desgracias que asolan el mundo, ante tanto abandono a nuestros semejantes más necesitados, y hagamos patente y efectiva (hechos y no palabras) nuestra solidaridad y entrega realizando al menos una buena acción con ese mendigo que espera a la puerta del supermercado, con esa mujer que está en la calle con dos niños, o ese anciano que va recogiendo las colillas…con ese vecino que está solo…¡Que una sonrisa amable ya empieza a mitigar sus desamparos y penas!
Y que esa atención se transforme en entendimiento con los nuestros, y con los vecinos, y amigos, y no amigos, y empleados, y servidores.
Ésta es la felicitación que este año, en estas fechas, inspira la realidad de nuestro entorno.
Y ése es el gran abrazo amigo, abrazo en la Navidad, que envío a los lectores y a quienes ni siquiera conocen este blog, a todos los hombres de buena voluntad, con el deseo ferviente de
¡PAZ Y AMOR EN LA NAVIDAD!
Y como pequeño presente navideño, inserto el link de la bella "Canción para la Navidad", de José Luis Perales: https://www.youtube.com/watch?v=oQBPqSIZ1q8
"Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año".- Charles Dickens (1812-1870) Escritor británico.
Revista Opinión
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