Revista Cine
Director: Ciro Guerra
"El abrazo de la serpiente" es la tercera película del colombiano Ciro Guerra, interesante realizador cuyos dos primeros largometrajes ya fueron comentados positivamente acá, y cómo no, si son dos contundentes experiencias cinematográficas. La presente, que es la última nominada a mejor película de habla no inglesa de este año que faltaba por comentar, no podía ser diferente, toda vez que Guerra cada vez se va superando más: se nota que toma desafíos y que no tiene pensado salir vencido. De hecho, no sale vencido en lo absoluto, por si hace falta aclararlo. Me pregunto qué tendrá en mente para su cuarto film...
En la selva amazónica, en dos tiempos distintos pero con el mismo indígena como elemento en común, un alemán, primero, y un estadounidense después, acuden al mencionado chamán para que les ayude a encontrar una planta de propiedades cuasi milagrosas. Ambos viajes, íntimamente ligados entre sí, darán cuenta de los cambios que se producen en el tiempo en aquellas tierras "alejadas de la mano de dios".
Viaje e identidad: el viaje a través de la identidad. Motivos fundamentales del cine de Ciro Guerra en tanto motor narrativo y unidad dramática. En "La sombra del caminante", su opera prima, Guerra reflexionaba, con el paisaje urbano como telón de fondo, sobre la violencia y memoria colombiana como elementos forjadores de identidad y conflicto, teniendo como premisa argumental la extraña pero auténtica amistad de dos hombres escupidos por la vida y la sociedad cuyos pasados irán mermando su cómplice relación. "Los viajes del viento" era algo más etérea pero no por ello menos interesada en la radiografía sociocultural de las distintas comunidades del paisaje rural, lo que se hace imprescindible considerando la cantidad de mitos y leyendas que abundan y enriquecen la zona: de un momento a otro la vida misma se convierte en una experiencia mística y espiritual: debe ser la vida e influencia de la naturaleza, cuyo poder es francamente insondable. "El abrazo de la serpiente" va más atrás en el tiempo y su apuesta es más ambiciosa: el emprendido por los hombres blancos y el chamán es un viaje por la identidad de la tierra, violada incansablemente y manchada de sangre sin pudor, pero que aún conserva memoria e historia en sus inmensos escenarios: la brutalidad del colonialismo y la aniquilación de numerosas tribus indígenas cuyas canciones nunca serán escuchadas. Aparentemente, el motivo en primera instancia es la locura inherente del escenario amazónico como gran enemigo del hombre, consumido por esa fuerza incontrolable proveniente de las entrañas del mismo diablo: el hombre civilizado adentrándose en el corazón de las tinieblas, hogar de la barbarie. No obstante, el panorama es desoladoramente obvio e incontestable: no era la selva amazónica la que contenía locura y barbarie, fueron los civilizadores quienes la trajeron con ella, corrompiendo comunidades, apuñalando y mutilando la vida natural, quebrantando el espíritu de la zona. (Aterrador el tramo que nos encontramos con una singular misión cristiana bastante profana, a decir verdad, aunque está claro el origen de tal desviación). Pasan desapercibidas, pero Guerra nos deja imágenes elocuentes a rabiar, como aquella en la que el estadounidense clava un cuchillo en un árbol y éste comienza a sangrar (metafóricamente hablando, claro, el cine de Guerra es muy metafórico y poético: sabe que los objetos esconden historia y memoria, y que el cine es lo único capaz de darle nueva vida y voz). Y ya que hablamos de metáforas y figuras narrativas, no hay que ignorar los motivos que el alemán y el estadounidense dan para sus viajes: el primero se quiere curar y el segundo quiere poder soñar; por su parte, el chamán joven quiere reencontrarse con su tribu aniquilada, mientras que la versión vieja ha perdido gran parte de su memoria, ha olvidado tradiciones suyas y experiencias previas (como el viaje con el alemán), por lo que la planta le puede devolver tan esencial trozo de vida a su cuerpo. Lo llamativo es que estas premisas argumentales se diluyen o funden con la naturaleza y la experiencia misma, finalmente más importante que aquello que la motivó. No puede ser de otra manera considerando, primero, que el cine de Guerra es eminentemente conceptual, de reflexión, cocinado a fuego lento (ritmo pausado, si hace falta la redundancia; anticlimático, si cabe) y con imágenes de tempo poderosísimo, y segundo, que le dedica el film a esas tribus que dejaron de existir: el motivo pudo ser cualquiera (el hombre blanco es muy azaroso), mas el chamán y todos los elementos afectados por la llegada de la civilización tienen una importancia capital inamovible. A estas alturas no hace falta decir que Guerra ha depurado magistralmente su estilo y/o ejecución cinematográfica, su impresionante puesta en escena, y destaco sobre todo las transiciones entre tiempo y tiempo, ejecutadas casi imperceptiblemente a través de ríos y árboles y el cielo, como si no hubieran barreras, como si la masacre de ayer no fuera diferente en nada a la de hoy.
Lo dije la otra vez y es necesario decirlo ahora: Ciro Guerra se erige como uno de los mejores cineastas de latinoamérica en lo que va de siglo. Su cine habla por sí solo y es prueba irrefutable de ello.