Vamos adentrándonos en el otoño, y en nuestro monte, sobre la tierra empapada, entre la hojarasca, crecen setas y pululan seres diminutos, como los colémbolos saltarines. Pese a su tamaño minúsculo, los colémbolos no escapan a una de las reglas no escritas para los animales, el comer y ser comido. Igual que los antílopes son cazados por el leopardo y las focas por el oso polar, los colémbolos tienen a su propio gran depredador: el ácaro rojo de terciopelo (arriba). Este arácnido, de aspecto verdaderamente aterciopelado bajo la lupa, que con su color rojo advierte de su posible toxicidad, apenas mide tres milímetros, apenas puede corretear sobre sus largas patas, y su vista es tan mala que necesita tantear su camino constantemente, usando para ello su largo par de patas delanteras como un ciego con dos bastones, pero en su mundo el ácaro rojo ocupa una posición ecológica similar a la de un león o un águila - salvando diferencias tales como que el ácaro también come huevos de insecto. Sin embargo, los animales tan pequeños como este ácaro tienen abiertas muchas más posibilidades que los grandes vertebrados, maneras de vivir que serían imposibles para aves y mamíferos. Lo podemos comprobar una tarde de agosto, cogiendo algunos saltamontes y examinando sus alas. No será raro encontrarlas plagadas de motas rojizas, que a través de la lupa revelarán ser larvas de ácaro, fijadas por la boca a las venas de las alas del saltamontes, alimentándose del fluido que las recorre, la hemolinfa. A su manera, los insectos también albergan "piojos". Cuando esas larvas crecen, después de mucho saltar a bordo de su hospedador, se sueltan y se transforman en el animal del dibujo, similar a una araña escarlata pero con ese aire primitivo de los ácaros. No en vano los ácaros se cuentan entre los primeros animales que se adaptaron a la vida en tierra firme, hace más de 400 millones de años. Mucho tiempo después, la evolución produjo a los saltamontes, y sólo entonces pudieron aparecer, a su vez, los ácaros rojos de terciopelo. Lo caminos de la evolución son largos y tortuosos, pero los de la fauna diminuta pueden ser asombrosamente distintos de los que han seguido los grandes animales.
Más sobre los parásitos de los saltamontes en Faune de France - Ortoptéroïdes (Chopard, 1951), descargable desde el enlace que proporciono en la barra derecha del blog.