Esta es la última entrada de una trilogía que ha sido publicada en este mismo blog de manera no-consecutiva en las últimas semanas. La primera parte puede leerse aquí y la segunda aquí.
Desconcertadas; así parecían haber quedado la neurociencia y la psicología ante el panorama que se presentaba con la evaluación de los estudios que hasta entonces se habían realizado en torno a la naturaleza de las emociones. El fracaso estrepitoso de Cannon y Schachter nos habían dejado con un mal sabor de boca ¿Era posible estudiar las emociones sin caer en absurdos silogismos con aplicación práctica imposible? El acertijo parecía dejar en ridículo a cualquier investigador que se propusiese resolverlo. Entonces, comprendimos el error... una tara que llevábamos arrastrando desde el siglo XVII y que William James había detectado sin poder deshacerse de ella eficazmente.
El errorEn 1994 António R. Damásio, premio Príncipe de Asturias en 2005, publicaba una obra que haría remover los fundamentos de la neurociencia hasta la actualidad: El error de Descartes. Tras una revisión exhaustiva a las investigaciones llevadas a cabo en el campo de la neuropsicología a finales del siglo XX y una interesante reflexión sobre el peculiar caso de Phineas P. Gage, Damásio formula la hipótesis del marcador somático y propone una perspectiva innovadora sobre las emociones y el supuesto conflicto entre cuerpo y cerebro. Para el investigador lusitano, el mayor obstáculo al que se enfrentan las ciencias del comportamiento para comprender la psique humana es la herencia cartesiana y la concepción de una mente separada, desarraigada del cuerpo:
Este es el error de Descartes: la separación abismal entre el cuerpo y la mente, entre el material del que está hecho el cuerpo, medible, dimensionado, operado mecánicamente, infinitamente divisible, por un lado, y la esencia de la mente, que no se puede medir, no tiene dimensiones, es asimétrica, no divisible [...] Más específicamente: que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico.¿Lloramos porque estamos tristes o estamos tristes porque lloramos? Para Damásio el acertijo maldito encierra en sí mismo el problema y la solución. El problema: la separación del cuerpo y el cerebro (la mente); el error de Descartes salpicó a Cannon y a Schachter, al primero a través del auge de la fisiología y el cerebrocentrismo (el cerebro como centro de operaciones y el cuerpo como un fiel mayordomo de este) y al segundo por la aparición de los ordenadores y la atractiva teoría del procesamiento de la información propuesta por un acérrimo cartesiano (Noam Chomsky podría casarse con Descartes si pudiese). La solución: si la línea entre la mente y el cambio visceral es tan delgada ¿Será porque ambas son en realidad una expresión distinta de la misma sustancia? Es decir, si la línea entre los cambios viscerales y la experiencia o conciencia misma de la emoción son a veces indistinguibles, puede que sea porque la emoción propiamente dicha sea una interacción de ambos factores, de modo que la ausencia de alguno de sus elementos provocaría un impacto inminente en la experiencia subjetiva de la emoción. ¡William James encarnado en Damásio! exclamarán los lectores que han seguido esta trilogía. Sin embargo (dejando de lado la plausibilidad de la reencarnación), aunque es verdad que la teoría de James se asemeja bastante a la resolución de Damásio, lo cierto es que la comprensión del cuerpo y la mente del último se nutre de un siglo y medio de investigación que permite hacer matizaciones que el miembro del Club Metafísico no podía haber dilucidado ni en su mejor momento de lucidez científica.
William James: descanse en pazNo es casualidad que el portugués haya llegado a las mismas conclusiones que su colega norteamericano; la revisión de los conceptos de James por parte de Damásio le permitieron a este último y a numerosos autores plantearse nuevas estrategias de investigación que hacían posible un estudio de la emoción que no excluía al cuerpo, ni elevaba al cerebro o el estímulo por encima de los fenómenos viscerales. El esfuerzo por entender lo que realmente quería decir William nos ha llevado a replantearnos el concepto de emoción con más acierto, cien años después de su fallecimiento. William James, por fin descansa en paz.
Para muestra un botón. O dos. El primero, la clasificación de emociones que António Damásio describe en su obra: emociones primarias ( tempranas) y secundarias ( adultas). Tras revisar las propuestas de James y sus limitaciones junto con el estudio de las valiosas aportaciones de Paul Ekman (entre las más relevantes, la relación entre expresiones faciales y cambios en los patrones de actividad cerebral de emociones como la alegría), el investigador lusitano plantea que el mecanismo explicativo de James sólo abarca las emociones primarias, aquellas que vienen de serie y permiten al recién nacido adaptarse a su medio social junto con las demandas del ambiente más próximo. De este modo, las emociones tempranas servirían de soporte para aquellas emociones adultas producto del aprendizaje y la historia personal de cada individuo, las cuales estarían relacionadas con el sentimiento, una representación cognitiva perdurable en torno a la emoción.
El segundo botón: algún seguidor de la saga del acertijo maldito recordará la primera objeción de Cannon y los estudios de Sherrington que la apoyaban; saltándose el canon de Morgan, el premio nobel se había precipitado al interpretar (especular, mejor dicho) sobre la experiencia subjetiva de unos mininos. Detectado el error y tratando con minuciosidad las premisas de William James, investigadores como George Hohmann seguían sintiéndose incómodos con la objeción: si James tenía razón con respecto a la relevancia del cuerpo en la experiencia emocional ¿No se supone que aquellos individuos con lesiones medulares deberían emocionarse de manera distinta? Esta fue la pregunta que dio lugar a sus estudios con personas parapléjicas en 1966 (puede que la hipótesis fuese producto de una autoinspección concienzuda, ya que él mismo era parapléjico). A través de entrevistas estructuradas, Hohmann preguntaba a sus participantes acerca de sus experiencias de ira, temor, excitación sexual y pena, antes y después del accidente que los había lesionado. A continuación presentamos el sorprendente testimonio de un individuo con lesión cervical que participó en dicho estudio:
Me siento y construyo cosas con mi mente, y me preocupo mucho, pero no es más que el poder del pensamiento. Un día estaba en la cama en casa y se me cayó un cigarro donde no podía alcanzarlo. Finalmente pude cogerlo y apagarlo. Pude haber salido ardiendo allí mismo, pero el asunto gracioso es que no me agité. Sencillamente no sentí miedo, como se supondría.Su cerebro sabía que podía haber miedo pero la configuración de la emoción había cambiado drásticamente; la experiencia emocional era distinta después de la lesión cervical. William James tenía razón. Y para recalcar la compenetración cerebro-cuerpo, António Damásio nos muestra también la otra cara de la moneda, describiéndonos el relato de un paciente con lesión en el lóbulo frontal que no se inmutaba ante el riesgo que suponía conducir en una carretera helada: el feedback entre la representación de peligro y las vísceras se hallaba alterada. Su conducción fría y calculadora era inalterable; puede que el pulso le temblara pero eso ya no interfería. La experiencia emocional era distinta después de la lesión cerebral.
Reconciliación: nuevos horizontesLa reconciliación entre el cuerpo y el cerebro (mente) dentro del ámbito de la psicología y la neurociencia no sólo soluciona un problema teórico o conceptual, sino que también comienza a mejorar nuestro enfoque terapéutico y la manera en la que concebimos el tratamiento para distintos trastornos y síntomas relacionados estrechamente con la experiencia emocional. Si incluimos al cuerpo en la explicación de la experiencia emocional, comprenderemos mejor por qué la relajación progresiva muscular puede mejorar la calidad de vida de los sujetos con problemas de estrés y ansiedad. Si reconocemos que el cerebro también juega un papel fundamental en los cambios viscerales del patrón emocional, puede que entendamos mejor por qué la Terapia Racional Emotiva Conductual (1953) de Ellis acierta al tratar en primer lugar los síntomas secundarios como la culpabilidad para luego intervenir en los síntomas primarios, ligados a los aspectos más viscerales (e innatos) de la emoción. Nuevos y esperanzadores horizontes amigos míos.
Y sí... puede que muchos se hayan quedado insatisfechos con el desenlace inacabado de este enigma maldito donde no hay blanco o negro, sino una amalgama de grises que poco a poco vamos comprendiendo gracias a la labor conjunta de investigadores cuya pasión es arrojar luz sobre nuestra psique, compleja y a veces oscura. Y ahí nuestra lección de humildad, nuestra moraleja psicológica: puede que el acertijo maldito sólo sea un reflejo del mayor enigma de todos, un acertijo bendito y fascinante: el ser humano.
Referencia bibliográfica relevante
Damasio, A.R. (2010). El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona: Drakontos.
Leahley, T. H. (2005). Historia de la psicología: Principales corrientes del pensamiento psicológico. (6ª ed.). Madrid: Pearson Educación, S.A.
Papanicolau, A.C. (2004). Emoción: una reconsideración sobre la teoría somática. Revista Española de Neuropsicología. Monografías, 6 (1-2), 11-125.