Puede parecer oportunista en un día como hoy dedicar tiempo a escribir sobre la debacle sin excusas de Lakers. Probablemente sería lo más lógico, ya que los actuales bicampeones tendrán que ver el resto de semifinales de Conferencia y Playoffs desde sus casas, ya de vacaciones. Pero todo eso no deja de ser una mera anécdota comparado con la marcha de una de las peores formas posibles de uno de los entrenadores más grandes que ha dado el baloncesto. Los Sixers campeones en el 83 cayeron de manera inesperada frente a los Nets en Primera Ronda de 1984, por lo que la eliminación de Lakers no deja de ser eso, una sorpresa, pero de rango medio dentro de la historia de la NBA.
La ventaja de escribir en frío es que te permite analizar las consecuencias de una determinada acción más reposado, sin la alteración propia y justificada de los minutos posteriores. Por eso, anoche, mientras intentaba dormir me acechaba un pensamiento recurrente. Dicho pensamiento iba y venía con forma humana, un poco desgarbada, con cojera simulada y agarrotamiento lumbar. En la imagen se mezclaban posturas, formas, colores. Unas veces aparecía de un gris oscuro casi negro y sin embargo cercano al color plata; otras, de blanco resplandeciente. Mientras este pensamiento iba y venía, se dignaba a pararse durante unos segundos para que pudiera fijar mi atención y recaer de nuevo en más detalles: siempre de impecable traje y camisas y corbatas sencillas, como si no quisieran que tu vista se parara más de un segundo en ella. Mientras paraba, podía apreciar ciertos ticks que se repiten: mano en los bolsillos, palabras al oído de alguien que pasa a su lado, sin gritar pero queriendo levantar la voz, haciéndose respetar. Caigo en la gravedad que alarga mi habitual insomnio de las madrugadas de los domingos: es una imagen que se nubla, que no vuelve. No sé si estos recuerdos se irán borrando mientras vaya pasando el tiempo y otros ocupen ese lugar.
Phil Jackson se retira de los banquillos de la NBA dejando el guión de su historia a medio acabar. A veces nos enojamos con razón cuando los tópicos hollywoodienses preparan un final de película sencillo, esperado, victorioso. La que desde el verano había sido anunciada como última temporada de Phil Jackson en los banquillos había sido creada en el imaginario del aficionado al baloncesto como un final de cine. Las crónicas que hablaran de su último partido NBA debían llevar el título de "Jackson se marcha a lo grande" o "El baile de la victoria", en alusión a las palabras de Jackson de que este sería "el último baile". Porque ahora sí que el Maestro Zen se va. Su primera marcha de Chicago Bulls respondió al guión de la película de héroes: otro último baile que el propio Jackson bautizó como "un vals precioso" sobre el parquet del Delta Center de Salt Lake City. Con protagonistas acaparadores y secundarios de lujo, el único pego es que el malvado de la película se salió con la suya, desmantelando la última gran dinastía del baloncesto profesional estadounidense, cerrando la puerta a la renovación de Jackson, Pippen y Rodman y empujando a Michael Jordan a una retirada forzada y posteriormente demostrada que era equívoca. Ahora no existen malvados como aquel directivo rechoncho llamado Jerry Krause, sino que ha sido una cuestión decidida sobre la cancha de baloncesto. Por eso nos sorprende que el final a la carrera de Phil Jackson no se coronara con su anillo número 12 como entrenador (13 en total).
Por suerte esta mañana al despertarme he acudido rápido hacia la videoteca de mi disco duro portátil y me he puesto a visualizar qué tenía por ahí. Dentro de mi manía ordenada y casi enfermiza, voy abriendo carpetas dentro de carpetas para lograr dar con el objetivo de la búsqueda desesperada a las 8 de la mañana: "dentro de Baloncesto está NBA, dentro de NBA tengo Temporada Regular, Playoffs y Finales. A ver, dentro de Finales... sí, 91, 92, 93, 96, 97, 98, 2000... Voy a probar con una (pero que no sean ni 97 ni 98, que tampoco nos regodeemos en el sufrimiento de mis Jazz), por ejemplo, 93". Y sí, ahí estaba, de pie en la banda con manos en los bolsillos y media sonrisa ante una falta más que dudosa sobre Charles Barkley, "El Gordo". Y está Jordan, y Pippen. Y hasta Danny Ainge. Sigo abriendo carpetas y voy dando con partidos donde vuelven todos esos que hoy disfrutan de un lujoso retiro o incluso los que nos han dejado para siempre.
Los grandes de este deporte siempre viven. Y si no, cuando recurran a mí en forma de imágenes borrosas en mitad de una fría noche de fin de semana, podré levantarme, encender mi televisor y disfrutar de ellos, bajo el calor de una manta y ante unas palomitas, que para eso se han convertido en mitos. En leyendas.