Revista Cultura y Ocio

El Afrancesado, Pedro de Alarcón

Por Jossorio

El Afrancesado, Pedro de Alarcón

EL AFRANCESADO

En la pequeña villa del Padrón, sita en territorio gallego,[33-1] y
allá por el año[33-2] del 1808, vendía sapos y culebras y agua llovediza,[33-3]
a fuer de legítimo boticario, un tal GARCÍA[33-4] DE PAREDES,
misántropo solterón, descendiente acaso, y sin acaso,[33-5] de aquel
05 varón[33-6] ilustre que mataba un toro de una puñada.

Era una fría y triste noche de otoño. El cielo estaba encapotado
por densas nubes, y la total carencia de alumbrado terrestre
dejaba a las tinieblas campar por su respeto[33-7] en todas las
calles y plazas de la población.
10 A eso de las diez de aquella pavorosa noche, que las lúgubres
circunstancias de la patria hacían mucho más siniestra, desembocó
en la plaza que hoy se llamará[33-8] de la Constitución un silencioso
grupo de sombras, aun más negras que la obscuridad de
cielo y tierra, las cuales avanzaron hacia la botica de García de
15 Paredes, cerrada completamente desde las Ánimas,[33-9] o sea desde
las ocho y media en punto.

-¿Qué hacemos?[33-10]-dijo una de las sombras en correctísimo
gallego.

-Nadie nos ha visto....-observó otra.

20 -¡Derribar la puerta!-propuso una mujer.

-¡Y matarlos!-murmuraron hasta quince voces.

-¡Yo me encargo del boticario!-exclamó un chico.

-¡De ése nos encargamos todos!

-¡Por judío![33-11]

25 -¡Por afrancesado!

-Dicen que hoy cenan con él más de veinte franceses....

-¡Ya lo creo! ¡Como saben que ahí están seguros, han
acudido en montón!
(p34)
-¡ Ah! Si fuera en mi casa! ¡Tres alojados llevo echados[34-1]
al pozo!

-¡Mi mujer degolló ayer a uno!...

-¡Y yo ... (dijo un fraile con voz de figle) he asfixiado a
05 dos capitanes, dejando carbón encendido en su celda, que antes
era mía![34-2]

-¡Y ese infame boticario los protege!

-¡Qué expresivo estuvo ayer en paseo con esos viles
excomulgados!

10 -¡Quién lo había de esperar[34-3] de García de Paredes! ¡No
hace un mes que era el más valiente, el más patriota, el más
realista del pueblo!

-¡Toma! ¡Como que[34-4] vendía en la botica retratos del
príncipe Fernando![34-5]

15 -¡Y ahora los vende de Napoleón!

-Antes nos excitaba a la defensa contra los invasores....

-Y desde que vinieron al Padrón se pasó a ellos....

-¡Y esta noche da de cenar a todos los jefes!

-¡Oíd qué algazara traen![34-6] ¡Pues no gritan ¡viva el
20 Emperador!

-Paciencia.... (murmuró el fraile.) Todavía es muy
temprano.

-Dejémosles emborracharse.... (expuso una vieja.)
Después entramos[34-7]... ¡y ni uno ha de quedar vivo!

25 -¡Pido que se haga cuartos[34-8] al boticario!

-¡Se le hará ochavos,[34-9] si queréis! Un afrancesado es más
odioso que un francés. El francés atropella a un pueblo extraño:
el afrancesado vende y deshonra a su patria. El francés comete
un asesinato: el afrancesado ¡un parricidio!

30 Mientras ocurría la anterior escena en la puerta de la botica,
García de Paredes y sus convidados corrían la francachela[34-10] más
alegre y desaforada que os podáis figurar.
(p35)
Veinte eran, en efecto, los franceses que el boticario tenía a
la mesa, todos ellos jefes y oficiales.

García de Paredes contaría[35-1] cuarenta y cinco años; era
alto y seco y más amarillo que una momia; dijérase[35-2] que su
05 piel estaba muerta hacía mucho tiempo; llegábale la frente a
la nuca, gracias a una calva limpia y reluciente, cuyo brillo tenía
algo de fosfórico; sus ojos, negros y apagados, hundidos en las
descarnadas cuencas, se parecían a esas lagunas encerradas
entre montañas, que sólo ofrecen obscuridad, vértigos y muerte
10 al que las mira; lagunas que nada reflejan; que rugen sordamente
alguna vez,[35-3] pero sin alterarse; que devoran todo lo que
cae en su superficie; que nada devuelven; que nadie ha podido
sondear; que no se alimentan de ningún río, y cuyo fondo
busca la imaginación en los mares antípodas.

15 La cena era abundante, el vino bueno, la conversación
alegre y animada.

Los franceses reían, juraban, blasfemaban, cantaban, fumaban,
comían y bebían a un mismo tiempo.

Quién[35-4] había contado los amores secretos de Napoleón;
20 quién la noche del 2 de Mayo[35-5] en Madrid; cuál[35-6] la batalla de
las Pirámides;[35-7] cuál otro la ejecución de Luis XVI.[35-8]

García de Paredes bebía, reía y charlaba como los demás, o
quizás más que ninguno;[35-9] y tan elocuente había estado en favor
de la causa imperial, que los soldados del César[35-10] lo habían
25 abrazado, lo habían vitoreado, le habían improvisado himnos.

-¡Señores! (había dicho el boticario): la guerra que os
hacemos los españoles es tan necia como inmotivada. Vosotros,
hijos de la Revolución, venís a sacar a España[35-11] de su tradicional
abatimiento, a despreocuparla, a disipar las tinieblas religiosas,
30 a mejorar sus anticuadas costumbres, a enseñarnos esas utilísimas
e inconcusas "verdades de que no hay Dios, de que no hay
otra vida, de que la penitencia, el ayuno, la castidad y demás
virtudes católicas son quijotescas[35-12] locuras, impropias de un pueblo
civilizado, y de que Napoleón es el verdadero Mesías, el (p36)
redentor de los pueblos, el amigo de la especie humana...."
¡Señores! ¡Viva el Emperador cuanto yo deseo que viva!

-¡Bravo, vítor!-exclamaron los hombres del 2 de Mayo.

El boticario inclinó la frente con indecible angustia.

05 Pronto volvió a alzarla, tan firme y tan sereno como antes.

Bebióse un vaso de vino, y continuó:

-Un abuelo mío, un García de Paredes, un bárbaro, un
Sansón,[36-1] un Hércules, un Milón de Crotona,[36-2] mató doscientos
franceses en un día.... Creo que fué en Italia. ¡Ya veis que
10 no era tan afrancesado como yo! ¡Adiestróse en las lides contra
los moros del reino de Granada; armóle caballero el mismo
Rey Católico,[36-3] y montó más de una vez la guardia en el Quirinal,[36-4]
siendo Papa nuestro tío Alejandro Borja![36-5] ¡Eh, eh!
¡No me hacíais tan linajudo!-Pues este DIEGO GARCÍA DE
15 PAREDES, este ascendiente mío..., que ha tenido un descendiente
boticario, tomó a Cosenza y Manfredonia; entró por
asalto en Cerinola, y peleó como bueno[36-6] en la batalla de Pavía![36-7]
¡Allí hicimos prisionero a un rey de Francia, cuya espada ha
estado en Madrid cerca de tres siglos, hasta que nos la robó
20 hace tres meses ese hijo de un posadero que viene a vuestra
cabeza, y a quien llaman Murat![36-8]

Aquí hizo otra pausa el boticario. Algunos franceses demostraron
querer contestarle; pero él, levantándose, e imponiendo
a todos silencio con su actitud, empuñó convulsivamente un
25 vaso, y exclamó con voz atronadora:

-¡Brindo, señores, porque maldito sea mi abuelo, que era
un animal, y porque se halle ahora mismo en los profundos
infiernos!-¡Vivan los franceses de Francisco I[36-9] y de Napoleón
Bonaparte!

30 -¡Vivan!...-respondieron los invasores, dándose por
satisfechos.

Y todos apuraron su vaso.

Oyóse en esto[36-10] rumor en la calle, o, mejor dicho, a la puerta
de la botica.
(p37)
-¿Habéis oído?-preguntaron los franceses.

García de Paredes se sonrió.

-¡Vendrán[37-1] a matarme!-dijo.

-¿Quién?

05 -Los vecinos[37-2] del Padrón.

-¿Por qué?

-¡Por afrancesado!-Hace algunas noches que rondan mi
casa....-Pero ¿qué nos importa?-Continuemos nuestra
fiesta.

10 -Sí ... ¡continuemos! exclamaron los convidados.
¡Estamos aquí para defenderos!

Y chocando ya botellas contra botellas, que no[37-3] vasos contra
vasos.

-¡Viva Napoleón! ¡Muera Fernando![37-4] ¡Muera Galicia![37-5]-gritaron
15 a una voz.

García de Paredes esperó a que[37-6] se acallase el brindis, y
murmuró con acento lúgubre:

-¡Celedonio!

El mancebo[37-7] de la botica asomó por una puertecilla su cabeza
20 pálida y demudada, sin atreverse a penetrar en aquella caverna.

-Celedonio, trae papel y tintero-dijo tranquilamente el
boticario.

El mancebo volvió con recado de escribir.[37-8]

-¡Siéntate! (continuó su amo.)-Ahora, escribe las cantidades
25 que yo te vaya diciendo. Divídelas en dos columnas.
Encima de la columna de la derecha, pon: Deuda,[37-9] y encima
de la otra: Crédito.

-Señor ... (balbuceó el mancebo.)-En la puerta hay
una especie de motín.... Gritan ¡muera el boticario!...
30 Y ¡quieren entrar!

-¡Cállate y déjalos!-Escribe lo que te he dicho.

Los franceses se rieron de admiración al ver al farmacéutico
ocupado en ajustar cuentas cuando le rodeaban la muerte y la ruina.
(p38)
Celedonio alzó la cabeza y enristró la pluma, esperando cantidades
que anotar.

-¡Vamos a ver, señores! (dijo entonces García de Paredes,
dirigiéndose a sus comensales.)-Se trata de resumir nuestra
05 fiesta en un solo brindis. Empecemos por orden de colocación.

-Vos,[38-1] Capitán, decidme: ¿cuántos españoles habréis matado[38-2]
desde que pasasteis los Pirineos?[38-3]

-¡Bravo! ¡Magnífica idea!-exclamaron los franceses.

-Yo.... (dijo el interrogado, trepándose en la silla y
10 retorciéndose el bigote con petulancia.) Yo ... habré
matado ... personalmente ... con mi espada ... ¡poned
unos diez o doce!

-¡Once a la derecha![38-4]-gritó el boticario, dirigiéndose al
mancebo.

15 El mancebo repitió, después de escribir:

-Deuda ... once.

-¡Corriente! (prosiguió el anfitrión.)-¿Y vos?...-Con
vos hablo, señor Julio....

-Yo ... seis.

20 -¿Y vos, mi Comandante?

-Yo ... veinte.

-Yo ... ocho.

-Yo catorce.

-Yo ... ninguno.

25 -¡Yo no sé!...; he tirado a ciegas....-respondía
cada cual, según le llegaba su turno.

Y el mancebo seguía anotando cantidades a la derecha.

-¡Veamos ahora, Capitán! (continuó García de Paredes.)-Volvamos
a empezar[38-5] por vos. ¿Cuántos españoles esperáis
30 matar en el resto de la guerra, suponiendo que dure todavía...
tres años?

-¡Eh!... (respondió el Capitán.)-¿Quién calcula[38-6] eso?

-Calculadlo...; os lo suplico....

-Poned otros once.
(p39)
-Once a la izquierda....-dictó García de Paredes.

Y Celedonio repitió:

-Crédito, once.

-¿Y vos?-interrogó el farmacéutico por el mismo orden[39-1]
05 seguido anteriormente.

-Yo ... quince.

-Yo ... veinte.

-Yo ... ciento.

-Yo ... mil-respondían los franceses.

10 -¡Ponlos todos a diez, Celedonio!... (murmuró irónicamente
el boticario.)-Ahora, suma por separado[39-2] las dos
columnas.

El pobre joven, que había anotado las cantidades con sudores
de muerte, vióse obligado a hacer el resumen con los dedos,
15 como las viejas. Tal era su terror.

Al cabo de un rato de horrible silencio, exclamó, dirigiéndose
a su amo:

-Deuda..., 285.-Crédito..., 200.

-Es decir ... (añadió García de Paredes), ¡doscientos
20 ochenta y cinco muertos, y doscientos sentenciados! ¡Total,
cuatrocientas ochenta y cinco víctimas!!!

Y pronunció estas palabras con voz tan honda y sepulcral,
que los franceses se miraron alarmados.

En tanto, el boticario ajustaba una nueva cuenta.

25 -¡Somos unos héroes!-exclamó al terminarla.-Nos
hemos bebido[39-3] setenta botellas, o sean[39-4]] ciento cinco libras y
media de vino, que, repartidas entre veintiuno, pues todos hemos
bebido con igual bizarría, dan cinco libras de líquido por
cabeza.-¡Repito que somos unos héroes!

30 Crujieron en esto las tablas de la puerta de la botica, y el
mancebo balbuceó tambaleándose:

-¡Ya entran!...

-¿Qué hora es?-preguntó el boticario con suma
tranquilidad.
(p40)
-Las once. Pero ¿no oye usted que entran?

-¡Déjalos! Ya es hora.[40-1]

-¡Hora!... ¿de qué?-murmuraron los franceses, procurando
levantarse.

05 Pero estaban tan ebrios, que no podían moverse de sus sillas.

-¡Que entren![40-2] ¡Que entren!... (exclamaban, sin embargo,
con voz vinosa, sacando los sables con mucha dificultad
y sin conseguir ponerse de pie.) ¡Que entren esos canallas!
¡Nosotros los recibiremos!

10 En esto,[40-3] sonaba ya abajo, en la botica, el estrépito de los
botes y redomas que los vecinos[40-4] del Padrón hacían pedazos, y
oíase resonar en la escalera este grito unánime y terrible:

-¡Muera el afrancesado!

Levantóse García de Paredes, como impulsado por un resorte,
15 al oír semejante clamor dentro de su casa, y apoyóse en la mesa
para no caer de nuevo sobre la silla. Tendió en torno suyo
una mirada de inexplicable regocijo, dejó ver en sus labios la
inmortal sonrisa del triunfador, y así, transfigurado y hermoso,
con el doble temblor de la muerte y del entusiasmo, pronunció
20 las siguientes palabras, entrecortadas y solemnes como las campanadas
del toque de agonía:[40-5]

-¡Franceses!... Si cualquiera de vosotros, o todos juntos,
hallarais ocasión propicia de vengar la muerte de doscientos
ochenta y cinco compatriotas y de salvar la vida a otros doscientos
25 más; si sacrificando vuestra existencia pudieseis desenojar
la indignada sombra de vuestros antepasados, castigar a los
verdugos de doscientos ochenta y cinco héroes, y librar de la
muerte a doscientos compañeros, a doscientos hermanos,
aumentando así las huestes del ejército patrio con doscientos
30 campeones de la independencia nacional, ¿repararíais ni[40-6] un
momento en vuestra miserable vida? ¿Dudaríais ni un punto (p41)
en abrazaros, como Sansón,[41-1] a la columna del templo, y morir,
a precio de matar a los enemigos de Dios?

-¿Qué dice?-se preguntaron los franceses.

-Señor..., ¡los asesinos están en la antesala!-exclamó
05 Celedonio.

-¡Que entren!... (gritó García de Paredes.)-Ábreles
la puerta de la sala.... ¿Qué vengan todos ... a ver cómo
muere el descendiente de un soldado de Pavía![41-2]

Los franceses, aterrados, estúpidos, clavados en sus sillas por
10 insoportable letargo, creyendo que la muerte de que hablaba el
español iba a entrar en aquel aposento en pos de los amotinados,
hacían penosos esfuerzos por levantar los sables, que yacían
sobre la mesa; pero ni siquiera conseguían que sus flojos dedos
asiesen las empuñaduras: parecía que los hierros[41-3] estaban adheridos[41-4]
15 a la tabla por insuperable fuerza de atracción.

En esto inundaron la estancia más de cincuenta hombres y
mujeres, armados con palos, puñales y pistolas, dando tremendos
alaridos y lanzando fuego por los ojos.

-¡Mueran todos!-exclamaron algunas mujeres, lanzándose
20 las primeras.

-¡Deteneos!-gritó García de Paredes con tal voz, con
tal actitud, con tal fisonomía, que, unido este grito a la inmovilidad
y silencio de los veinte franceses, impuso frío terror a
la muchedumbre, la cual no se esperaba[41-5] aquel tranquilo y
25 lúgubre recibimiento.

-No tenéis para qué[41-6] blandir los puñales.... (continuó
el boticario con voz desfallecida.)-He hecho más que todos
vosotros por la independencia de la Patria.... ¡Me he fingido
afrancesado!... Y ¡ya veis!... los veinte Jefes y Oficiales
30 invasores ... ¡los veinte!-no los toquéis[41-7]...-¡están
envenenados!...

Un grito simultáneo de terror y admiración salió del pecho
de los españoles. Dieron éstos un paso más hacia los convidados,
y hallaron que la mayor parte estaban ya muertos, con la (p42)
cabeza caída hacia adelante, los brazos extendidos sobre la
mesa, y la mano crispada en la empuñadura de los sables. Los
demás agonizaban silenciosamente.

-¡Viva García de Paredes!-exclamaron entonces los españoles,
05 rodeando al héroe moribundo.

-Celedonio.... (murmuró el farmacéutico.)-El opio se
ha concluido.... Manda por opio a la Coruña[42-1]....

Y cayó de rodillas.

Sólo entonces comprendieron los vecinos del Padrón que el
10 boticario estaba también envenenado.

Vierais[42-2] entonces un cuadro tan sublime como espantoso.-Varias
mujeres, sentadas en el suelo, sostenían en sus faldas y en
sus brazos al expirante patriota, siendo las primeras en colmarlo
de caricias y bendiciones, como antes fueron las primeras en
15 pedir su muerte.-Los hombres habían cogido todas las luces
de la mesa, y alumbraban arrodillados aquel grupo de patriotismo
y caridad....-Quedaban, finalmente, en la sombra
veinte muertos o moribundos, de los cuales algunos iban desplomándose
contra el suelo con pavorosa pesantez.

20 Y a cada suspiro de muerte que se oía, a cada francés que
venía a tierra, una sonrisa gloriosa iluminaba la faz de García
de Paredes, el cual de allí a poco devolvió su espíritu al cielo,
bendecido por un Ministro del Señor y llorado de sus hermanos
en la Patria.

Madrid, 1856.


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