(JCR)
Cada vez que paso por el camino principal de Obo en dirección al campo de refugiados congoleños, cerca de las oficinas de la ONG italiana donde me suelo conectar a internet, me encuentro con la misma estampa descorazonadora: los restos del kiosko de Matías, destruido por sus vecinos hace un par de semanas, con sus enseres desparramados a los que nadie se atreve a echar mano. Matías es un anciano al que hace poco le acusaron de brujería. Le echaron del pueblo a palos y tuvo suerte de salir vivo porque otros como él, etiquetados de endemoniados, no tuvieron su misma suerte y terminaron expirando suplicando en vano clemencia bajo una lluvia de piedras.
Imposible llevar el caso a la policía. En este apartadísimo rincón de la selva de la República Centroafricana sólo hay dos agentes (sin sueldo, con la familia lejos y casi siempre con la botella de licor a mano en su oficina) en un edificio que se cae de viejo y sin un lugar donde detener a sospechosos. El presidente del tribunal no está casi nunca en Obo, y cuando tiene que juzgar un caso él mismo hace de juez, fiscal y secretario. El desafortunado acusado no tendrá el privilegio de contar con un abogado que le defienda porque los únicos letrados del país se encuentran en Bangui, a 1.300 kilómetros de aquí. Por lo demás, la brujería figura como un delito en el Código Penal del país (artículos 149 y 150) y las cárceles del país están llenas de mujeres –casi siempre ancianas- acusadas de brujas que languidecen esperando el día de su muerte. Así que a personas como Matías es mejor que ni se les pase por la cabeza presentar una denuncia, porque lo más seguro es que el asunto termine volviéndose contra él, y lo mejor que podrá hacer es poner tierra por medio y marcharse lo antes posible a un lugar donde no le conozca nadie, si es que tiene los medios para empezar una nueva vida. Me contaron que un embajador de la Unión Europea que insistió hace pocos años ante el gobierno para que cambiaran este estado de cosas tuvo que abandonar su puesto después de ser acusado de injerencia en asuntos internos.
Creo que los lectores que nos siguen a mi compañero y a mí en este blog (que empezamos en 2006) verán que hablamos con afecto de África y destacamos aspectos positivos de sus culturas como la hospitalidad, la vida comunitaria y la importancia del mundo espiritual, además de presentar a hombres y mujeres de este continente que destacan por su talla humana. Esto no significa que cerremos los ojos a otros aspectos mucho menos amables y no menos reales que representan una rémora para el avance de los pueblos africanos. Lo contrario sería pecar de ingenuidad y de paternalismo. Por lo que se refiere a creencias irracionales en supuestas brujerías, males de ojo y posesiones de espíritus malignos, no hay más remedio que llamar a las cosas por su nombre y decir que cuanto antes desaparezcan de la vida social africana, mejor. A África no le hacemos ningún favor si la presentamos como el paraíso perdido y la reserva de valores espirituales que brilla en medio de un mundo supuestamente materialista. En esto, como en muchos otros aspectos, hay mucho de mito, y muchos africanos sufren a causa de costumbres y creencias que no tienen nada de positivo y que sencillamente les hacen la vida imposible.
MI compañero de blog suele decir que “no hay mayor pobreza que la de la cabeza”, y tiene toda la razón del mundo. Si África es pobre no es sólo a causa de la colonización (que concluyó hace ya 50 años y que, por cierto, también sufrieron países asiáticos que hoy día son economías pujantes) y de la explotación y los conflictos que sufre de un extremo a otro del continente, muchas veces azuzados desde fuera pero casi siempre por culpa de sus propios dirigentes. Nos guste o no, hay factores culturales que bloquean cualquier iniciativa de desarrollo. Hay comunidades en África donde nadie se atreve a hacer las cosas de manera distinta a como lo hacen todos, donde nadie da el primer paso para mejorar su vivienda, tener un huerto familiar con métodos que aumenten la productividad o a iniciar un negocio por miedo a ser acusados… de brujería. Y ¡ay de quien levante la voz y se atreva a cuestionar estas creencias! Él mismo se expone a que le cuelguen el mismo sambenito y terminar expulsado, cuando no apaleado. Mal asunto cuando el miedo es el motor de las decisiones cotidianas.
¿Cambiará este estado de cosas? Yo creo que sí, aunque las velocidades serán distintas según los lugares y las circunstancias. Esto ocurrirá en parte por la aparición de líderes africanos que tendrán el valor de cuestionar las creencias de su propia gente, y en parte porque África cambia a marchas forzadas y no tendrá más remedio que dejar ciertos aspectos culturales atrás al quedar expuesta a la globalización que llega a todos sus rincones. El cristianismo, con su liberación de miedos ancestrales y su nueva escala de valores, tiene el poder de transformar las mentalidades para que las personas pierdan sus miedos y se comporten de forma distinta. También es indudable que la educación desempeña aquí un valor fundamental, y que todo lo que sea apostar por aulas, formación de maestros y mejorar los sistemas escolares en países africanos siempre traerá resultados esperanzadores.
No son sólo estas tradiciones las que estrangulan a África. También hay multitud de prejuicios y relaciones envenenadas entre distintas comunidades que están detrás de innumerables conflictos y situaciones violentas, pero de esto les hablaré en mi próximo post.