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El amante del volcán.

Publicado el 08 julio 2011 por Icíar
El amante del volcán.
Escritora: Susan Sontag
Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XVIII, principios del siglo XIX. Eran los tiempos de Franklin, Leopoldo Mozart con su precoz hijo, el castrado Caffarelli, el poeta Goethe, Luis XVI y María Antonieta. Es el tiempo de la revolución francesa, el tiempo de la Ilustración, “el saber estaba de moda” y también es tiempo de Napoleón, y del romanticismo. “Era la época de la exageración”.
El escenario es Nápoles, donde habita el Vesubio, el volcán cuya erupción de origen natural, va a hacer juego con otra erupción más revolucionaria, cuya lava va extendiéndose desde Francia. Nápoles estaba gobernado por el Rey borbón, Fernando IV de Nápoles (hijo de Carlos III, rey de España) , aunque la Historia habla de que el verdadero gobierno fue de su esposa, la Reina de origen austríaco María Carolina (hermana de María Antonieta). Nápoles, considerada capital atrasada y llena de supersticiones, de libre sensualidad. Era también el tiempo del marqués de Sade. “Epoca en que todas las obligaciones éticas se examinaban por primera vez, el comienzo de lo que nosotros llamamos la época moderna”.
Los personajes centrales es un trío. Son el embajador británico en Nápoles, “el Cavaliere”, “doble”, (que no clon) como le gusta avisar a la escritora, del personaje histórico, sir William Hamilton; también su segunda esposa, Lady Hamilton, 36 años más joven que él; y el futuro enamorado de ella, el almirante Nelson, personaje admirado en su época por sus importantes victorias. Para la escritora, en un sentido irónico, lo llamará todo el rato: el héroe.
Sin embargo, la vida de estos personajes, y por raro que parezca en una novela histórica, no va a ser lo más importante, aunque me han parecido vidas muy bien construidas, creíbles y coherentes. Lo que deja huella de este libro, además de las cuantiosas anécdotas y curiosidades que esta inteligente, libre pensadora y brillante autora trae, es el enfoque que le da a los personajes, la forma en que tiene de desmontar una imagen aparente, para mostrarnos una esencia exportable a muchos otros personajes históricos o no históricos, pasados y actuales. Es un libro que por encima de todo desmitifica y critica. No se cree nada. Va por libre. Desmitifica al héroe; critica al deseo de gustar sin ideas propias, adoptadas; al refugio calentito del materialismo; y sobre todo al mirar hacia otro lado.
De las cosas más graciosas que desmitifica, porque me divierte ese llamar a lo que se cree transcendental (siendo otra cosa): es la socorrida llamada a la “aflicción espiritiual”, toda esa aflicción, que nos llena de inquietud, a la que da otro nombre y explica con otras carencias que el individuo está deseando abrazar. Lo mismo pasa con el amor romántico platónico, para ella una forma de sustituir la consumación por la exaltación. Es que detrás de toda esta exaltación, se encuentra un inmenso ego egoísta, “¡cuánto amor propio se muestra bajo el disfraz de la devoción desinteresada!” (Léase "Carta de una desconocida" de Zweig).
Los tres formarán parte, cada uno de una forma, en la implacable “limpieza” que vino a continuación,  para apagar fuegos revolucionarios y salvar la causa monárquica en Nápoles. Mueren muchos nobles ilustrados, entre ellos la escritora-poeta Eleonora de Fonseca Pimentel, a la que en sus páginas finales, Susan Sontag, rinde tributo.
Lady Hamilton muere repudiada por todos, será juzgada sobre todo por el fracaso en lo que se considera “el mayor y más femenino logro de una mujer: la conservación y el pertinente cuidado de un cuerpo que había dejado atrás su juventud” Su escudo ha desaparecido, y los juicios reprimidos por su baja cuna ya pueden libremente aparecer.
Para despedida, y porque no quiero olvidar la referencia de Plinio el Viejo, que ligado al Cavaliere, va y viene en la novela: Plinio el Viejo, fue un escritor, científico, naturalista y militar, y que sin embargo no es recordado principalemente por estos saberes, sino por un hecho accidental, por ser la víctima inolvidable de la erupción del Vesubio en el año 79 dC, la erupción que dejó sepultada a Pompeya y Herculano.

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