El amor no ha sido interpretado siempre como lo es hoy en día. Novelas y películas sobre otras etapas históricas nos tienden a llevar hacia la idea de que las relaciones amorosas entre personas han tenido siempre una base similar y esto, claramente, no es así. En esta materia somos claros deudores del Romanticismo, que transformó la forma de interpretación de este tipo de sentimientos e, incluso, los sentimientos en sí. Pero, entonces, ¿cómo se vivía el amor en la Edad Media?
Lo primero que hemos de entender es que la visión del hombre medieval hacia el amor queda determinada, desde un primer momento, por la imagen negativa de la mujer y el sentimiento de pecado que impregna todo lo que tenga que ver con ésta. De esta manera, el verdadero sentimiento elevado, el verdadero amor, sólo se transmite por la amistad entre hombres ya que, según la concepción de la época, éstos son los únicos seres totalmente completos y capaces de expresar este tipo de emociones.
Sin embargo, en el siglo XI se desarrolla una auténtica revolución, confiriendo un enorme refinamiento e importancia al amor entre hombre y mujer: es el conocido como “amor cortés”, que se desarrollará en los ambientes aristocráticos. La mujer se convierte para el amante en un ser inaccesible, culmen de todo tipo de valores del género femenino. Este tipo de amor que es, además, de tipo adúltero, ya que según la concepción de la época este sentimiento era algo totalmente ajeno al matrimonio e, incluso, negativo en el caso de que existiera. Esta nueva concepción toma, además, una forma similar a la relación de vasallaje que rinde un siervo a su señor. De esta manera el enamorado presta juramento de amor a la dama a la que presta sus atenciones y muestras de cortesía.
Pero, pese a que este tipo de amor puede parecernos, en cierta manera, muy similar a la concepción que se tiene de este tipo de sentimientos en la actualidad la realidad es bien distinta. El “amor cortés” es una construcción cultural, una forma de competición entre los hombres para conseguir una mujer, que, en la concepción de la época, es poco más que un trofeo. De todas formas, dicho amor casi nunca llega a consumarse y vemos, incluso, como los señores de algunas casas nobiliarias fomentan que los “jóvenes” (caballeros que aún no han contraído matrimonio) rindan honores a sus propias esposas, participando, así, en este tipo de “juego“.
En definitiva, más que de auténtico amor, nos encontramos ante un tipo de comportamiento derivado por el desarrollo cultural del período. Poco más que una competición o distracción propia de esta etapa que, aunque posteriormente dará lugar a producciones tan bellas y elevadas como el Roman de la Rose, poco tendrá que ver con los verdaderos sentimientos de los hombres de la época.