




Nunca una epidemia de Peste negra fue, seguramente, tan inspiradora y oportuna como la habida en Florencia (Italia) en 1348. El gran escritor Giovanni Boccaccio (1313-1375) fue testigo de ella; imaginó que unos jóvenes, siete mujeres y tres hombres, se refugiaron lejos en un bosque para evitar los maléficos efectos de la enfermedad y, mientras pasaban los días, decidieron que cada uno contase un cuento durante las diez noches ("decameron") que estuvieron retirados. Así surgió de su pluma una de las obras maestras de la Literatura Universal. En una de ellas relata el encuentro entre Ifigenia (personaje ya de la mitología griega, transportado aquí como una bella doncella) y Cimón (Cimone), el hijo de un noble personaje de Chipre.
La historia describe al Cimón como un joven de gran belleza, alto, bien parecido, pero absolutamente estúpido sin solución. Ni su padre, ni maestros, habían conseguido que Cimón se educase, siendo hasta su voz aberrante y sus maneras groseras. De modo que el padre lo envió al campo a labrar la tierra y, en una ocasión, al mediodía, que iba de un sembrado a otro, vió durmiendo a una hermosísima joven durmiendo cubierta sólo por un vestido tan sutil que casi nada de las cándidas carnes escondía. Fue tan grande la admiración del joven Cimón que pensó que aquello era lo más maravilloso y hermoso que había visto cualquier ser viviente nunca. La joven dormida era Ifigenia, y Cimón, desde aquel día cambió su apostura, sus maneras y sus formas, convirtiéndose en un refinado espíritu, cauteloso, elegante y fino cortesano.
Águeda de Catania fue una hermosa joven siciliana que vivió en el siglo III de nuestra era. Su belleza llegó a oídos de un senador romano, Quintianus, el cual quiso seducirla sin saber que ella, cristiana, ya había elegido a Jesucristo como único amor de su vida. Según cuenta el martirologio, el senador, ofendido, decide entonces recluirla, incluso, en un prostíbulo por su despecho cruel, conservando Águeda su virginidad de modo milagroso. Albergando aún un despecho no contenido, Quintianus decide que la torturen cortándole los dos senos. De esta forma aparece en el magnífico óleo de Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770), donde la auxilian cubriéndole las heridas sangrantes del pecho.
Dos consecuencias que el sentimiento amoroso, algo inespecífico, casi neutro, tiene. En un caso se convierte en una salvación y en otro en una maldición. ¿Qué rara cosa es algo que puede transformar mejorando el espíritu y, a la vez, destruir ese mismo espíritu y hasta el cuerpo que lo alberga? Los creadores, como siempre, reflejan en su obra la mirada de una escena emocional, sutilmente bella y sugerente. El Arte,aquí como en otros casos, nos sirve siempre, nos ayuda siempre, nos recuerda siempre.
(Cuadro del pintor británico, prerrafaelista, Frederic Leighton (1830-1896), Cimón e Ifigenia, 1884, Galería de Arte de Sidney; Óleo de Giovanni Tiépolo, Martirio de Santa Águeda, 1750, Berlín; Grabado con la imagen del pintor Tiépolo; Fotografía del pintor Frederic Leighton; Cuadro del pintor inglés Waterhouse, El Decamerón, 1916, Liverpool.)
