Había sido el Romanticismo el que vendría a transformar la representación desinhibida, reivindicada y elevada del sentimiento amoroso más inevitable. Aunque la literatura medieval tuvo ya su anticipación en la historia del apasionamiento más desaforado, marginal incluso, refulgente y del todo retratado ya como el revulsivo inspirador de los seres entregados a su destino insípido, insulso y desmerecedor, el mundo no se permitiría evidenciarlo claramente hasta casi el siglo XIX.
Fue Dante, el gran poeta italiano del siglo XIII, quien contó la historia real de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta de Verruchio. Y pudo hacerlo porque por entonces pocos leían, y, además, lo contaría desde el infierno, desde aquel desconocido lugar que le permitiría al poeta desnudar las estúpidas rigideces de una sociedad mezquina e intolerante. En Rimini, pequeña población de la Emilia-Romaña italiana, vivieron los protagonistas de la famosa historia. Allí, en los enfrentamientos entre güelfos (partidarios del poder territorial del papado) y gibelinos (partidarios del poder imperial contrario), regía como magistrado supremo de la ciudad el condottiero Malatesta.
Su hijo Giovanni, hombre físicamente poco afortunado, le seguiría en sus hazañas bélicas y poderosas. Así que sería él el designado para celebrar un matrimonio acordado y necesario en aquellas luchas de facciones. Francesca era la hija hermosa, jovencísima y obediente de Guido de Polenta. Ambas familias establecieron así la unión inevitable en 1275. Sin embargo, cuando Francesca conociera al hermano de Giovanni, Paolo, ésta quedaría absolutamente imbuída del arrebato más desolador y poderoso que la especie humana pueda desarrollar entre sus miembros.
Paolo era cultivado, entregado a su literatura y a las narraciones poéticas que, por entonces, la clase adinerada se permitía orgullosa y satisfecha de promocionar. Y fue éste el encargado de atesorar con su saber las necesitadas frustraciones de su cuñada. En una famosa ópera de Gabriele d'Annunzio del año 1914 se describe -en el segundo acto- la escena definitiva que el Arte enmarcará sublime en las eternas sensaciones de aquel sinsentido. Cuando Paolo está leyéndole a Francesca un poema, como todas las otras veces que lo hacía, sucedió que aquella inhibición de otras veces ahora se deformó.
A cambio, el verso se transformaría asi en beso, y la pasión desbocaría en la mayor tragedia amorosa medieval conocida entonces. En ese momento, cuando ambos se entregaban a su deseo, Giovanni los sorprendería sin quererlo. Y, sin quererlo, los asesinó a los dos. En aquellos tiempos, los amantes adúlteros eran condenados del todo, y para siempre, a la eternidad más pavorosa y desalmada. Tan sólo el gran Dante los cubriría de la gloria efímera de su Canto. En su gran obra La Divina Comedia los retrataría, compasivo e inspirado para siempre con sus indelebles versos. Y que, luego, pasarían de la palabra a la imagen, de la rima a los óleos de los pintores decimonónicos de entonces, cómplices inspirados e inspiradores de aquella inevitable e inútil pasión.
(Óleo Francesca de Rimini y Paolo de Verruchio observados por Dante y Virgilio, 1855, del pintor francés de origen holandés Ary Scheffer, 1795-1858; Cuadro Muerte de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta, 1870, del pintor Alexandre Cabanel, Museo de Orsay, París; Obra prerrafaelita Paolo y Francesca, 1867, del pintor Dante Gabriel Rossetti; Obra del pintor austriaco Ernst Klimt, Paolo y Francesca, 1890, Museo Belvedere, Viena; Cuadro Francesca de Rimini y Paolo Malatesta, 1837, del pintor escocés William Dyce; Obra Francesca de Rimini y Paolo, 1870, del pintor italiano Amos Cassioli; Dos obras del pintor neoclásico Ingres, Giovanni descubre a Paolo y Francesca, 1819, y detalle de otra obra del mismo autor, Paolo y Francesca, 1819.)
Revista Arte
Sus últimos artículos
-
El Arte es como la Alquimia: sorprendente, bello, desenvuelto, equilibrado, preciso y feliz.
-
La orfandad interconectada de un mundo desvalido tuvo ya su némesis cien años antes.
-
El amor, como el Arte, es una hipóstasis maravillosa, es la evidencia subjetiva y profunda de ver las cosas invisibles...
-
El centro del mundo es la representación ritual de un orden sagrado, el Arte, cuya expresión sensible es la creación del hombre.