Revista Libros
Don DeLillo es uno de los genios de la literatura contemporánea, aunque no es un autor fácil: su obra es densa y compleja, sus frases y sus diálogos están construidos al milímetro y requieren la paciencia y la complicidad del lector. A mí me entusiasma, y por eso celebro mucho que se hayan publicado, por fin, sus relatos. Ordenados cronológicamente según se fueron publicando en su país, llama la atención que el nivel (altísimo) sea el mismo en sus comienzos que en la actualidad. Quiero decir con ello que DeLillo ya empezó siendo un maestro.
Todos los cuentos son magníficos, no hay ninguno que sobre. Pero cada cual tendrá sus preferencias. Y las mías están en el primero y en el último de los relatos porque ambos me recuerdan a episodios de mi propia vida: en “Creación” nos encontramos con unos cuantos personajes que, habiendo perdido un avión, no son capaces de salir de una isla, algo que a mí me sucedió antaño, cuando junto a unos amigos perdimos el vuelo que nos sacaría de Tenerife… pero nosotros logramos salir después de 24 horas de aeropuerto, trayectos de aquí para allá, largas esperas y mucha desesperación, y por eso entiendo perfectamente las sensaciones que describe DeLillo, porque las he vivido; y en “La Hambrienta” nos cuenta la historia de un tipo cuya vida consiste en estar dentro de los cines, viendo películas, encadenando una función con otra, tal y como yo hacía en mi niñez y en mi adolescencia, siendo capaz de pasarme ocho y diez horas seguidas ante las pantallas de los cines de mi ciudad natal. Aquí van unos cuantos extractos de varios de los relatos:
Christa llevaba ya cuatro días tratando de salir de la isla. Había empezado a tener mucho miedo durante estas últimas veinticuatro horas. Las duras experiencias del aeropuerto, dijo, la habían hecho sentirse desamparada y patética y perdida. Los trayectos en taxi por los montes. La lluvia y el calor. Y el borde, el borde oscuro, el estado de ánimo o el tono implicados, la lógica aciaga del lugar. Era todo como un sueño, una pesadilla de aislamiento y restricciones. Tenía que salir de la isla. Nos quedarían esas horas juntos. Este episodio, lo llamaba ella. Pero tenía que ayudarla a salir de allí.
[Del relato “Creación”]
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Tiene que haber algo divertido en esto, en alguna parte, algo que nos permita sobrellevar la noche.
[Del relato “La acróbata de marfil”]
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Había okupas en algunas plantas. Sor Edgar no necesitaba verlos para saber quiénes eran. Eran una civilización de indigentes malviviendo sin calefacción, sin luz, sin agua. Eran familias nucleares con juguetes y mascotas, yonquis que deambulaban de noche calzando las Reebok de algún muerto. Sabía quiénes eran por asimilación, por la ingestión de mensajes en clave que emitían las calles. Eran forrajeadores y recolectores, redentores de latas, la gente que iba dando guiñadas por los vagones del metro con vasos de papel. Y putillas tomando el sol en los tejados cuando hacía buen tiempo y hombres con órdenes de busca y captura por imprudencia temeraria e indiferencia depravada y otras ofensas de las que requieren las redondas locuciones victorianas que los tribunales modernos han adoptado para hacer juego con el entarimado. Y pregoneros del Espíritu, de eso estaba segura: una pandilla de carismáticos que brincaban llorando por la última planta, vociferando palabras e impalabras, curando heridas de arma blanca a fuerza de oraciones.
[Del relato “El ángel Esmeralda”]
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-Mirad Grecia. Mirad las calles.
-Disturbios, huelgas, protestas, piquetes.
-Toda Europa tiene la mirada puesta en Grecia.
-Caos es una palabra griega.
-Vuelos cancelados, banderas quemadas, piedras volando en una dirección, gas lacrimógeno flotando en otra dirección.
-Los trabajadores están furiosos. Los trabajadores se manifiestan.
-Echar la culpa al trabajador. Enterrar al trabajador.
-Congelarle el salario. Subirle los impuestos.
-Robar al trabajador. Jorobar al trabajador.
-Cualquier día, ya. Esperen y verán.
-Nuevas banderas, nuevas pancartas.
-La hoz y el martillo.
-La hoz y el martillo.
[…]
Eso era lo que había temido, que la niña hablase de las noticias, todas las noticias de todo el tiempo, y de cómo su padre decía siempre que las noticias existen para poder desaparecer, esa es la razón de ser de las noticias, sean cuales sean, ocurran donde ocurran. Dependemos de que las noticias desaparezcan, dice mi padre. Luego mi padre se convirtió en noticia. Luego desapareció.
[Del relato “La hoz y el martillo”]
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El mundo estaba ahí arriba, enmarcado en la pantalla, montado y corregido y fuertemente atado, y ellos estaban aquí, en el lugar que les correspondía, en la oscuridad aislada, siendo lo que eran, estando a salvo.
[…]
Terminada la película, ninguna gana de moverse, fuera no hay nada más que calor levantándose de las aceras. Su sitio, el de ambos, era este, en una fila de butacas vacías, sin elecciones falsas.
[…]
Algo le ocurrió a mi memoria en algún punto del recorrido. Es porque no duermo bien. El sueño y la memoria están relacionados.
[…]
Antes lo sabía todo de todas las películas que he visto alguna vez, pero ahora está borrándoseme.
[…]
Antes me sabía de memoria los títulos en inglés de todas las películas extranjeras, además del original. Pero me cojea la memoria. Una cosa no cambia ni para usted ni para mí. Nos organizamos el día, ¿verdad? Lo recopilamos todo, lo organizamos, lo dotamos de sentido. Y una vez que ocupamos nuestras butacas y comienza la proyección, es como algo que siempre supimos, una y otra vez, pero no podemos compartirlo con otros.
[Del relato “La Hambrienta”]
[Traducción de Ramón Buenaventura]