Revista Arte

El anhelo, la curiosidad, la evasión, la excitación o el distanciamiento en la mirada.

Por Artepoesia
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De todas las acciones imprecisas, a veces involuntarias, también impulsivas, y casi siempre llevadas a cabo desde un lugar protegido, solitario, evasivo y solaz, la más primitiva, infantil y devota, suele ser la mirada perdida. No es ver en sí nada, no es eso, ya que ésto exije un objetivo previo y definido, un motivo para hacerlo, una necesidad de asimilarlo, de entenderlo, de aprehenderlo. Pero cuando miramos no con los ojos sino con el pensamiento, con el deseo, con lo más íntimo de nuestra desconocida razón, entonces llegamos a  despersonalizarnos del todo, ahora somos ya otra cosa de lo que somos. Es parte de lo que sucede cuando vemos un cuadro, una imagen o una película: ya no somos conscientes de que existimos para ver, sólo ahora lo que vemos existe ya. Es por ello que, en gran parte, es nuestro inconsciente el que actúa cuando nos sucede ésto, y o la historia, lo narrado o lo impreso, sustituye lo que somos, o la lejanía, el fuego, la distancia, el horizonte, la fuga visual, acaban por desterrarnos de nuestra realidad inmediata.
Cuando el rey Minos le prometió al dios del Mar, Poseidón, que sacrificaría lo que éste le ofreciese, no imaginó el perverso rey que sería un extraordinario y hermoso toro. Así que, deslumbrado por tal ejemplar, nada marino, decidió que se lo quedaría para él. La cólera de Poseidón, ultrajado éste ya, tramó ahora su venganza. Consiguió que la esposa de Minos, Pasífae, se enamorara del temible astado. Con un artefacto de madera parecido a una vaca, construido por Dédalo, pudo Pasífae satisfacer su deseo. Ésta quedó encinta de la bestia, y así fue como nació, mitad toro, mitad hombre, el legendario Minotauro. Para que éste pudiese vivir sin escapar, y sin perderse, fue encerrado para siempre en el agenciado laberinto.
Es ahora asomado al muro alto, lejano y solitario donde el pintor George Frederick Watts pinta en 1885 al desolado Minotauro. ¿Qué mira? Nada. No se ve nada más allá. Pero él sabe que debe ser lo único que existe, además de él. Se siente confuso, porque no comprende qué es eso que es distinto a sí mismo, aunque no sea nada lo que vea más allá del muro de su prisión. Al ser mitad hombre, se infiere de ésto que es esta la mitad que le lleva a alzarse y dejar, por una vez, la rutina alienante del laberinto. Algo le hace querer entender que más allá hay algo. Sólo lo intuye, pero, no lo ve.
¿Qué se mira cuando nada se ve?, las miradas perdidas encierran un misterio, o está en lo que miramos o en nosotros mismos. Es como la mujer que mira el fuego, está poseída por él, desde el distanciamiento puede sólo ahora maravillarse viendo las terribles llamaradas del horror. Las otras miradas, las clandestinas, encierran además un deseo, un anhelo, en este caso está fuera de nosotros aquel misterio. Pero, también, hay cosas que se miran sin que estén, son las cosas que queremos ver, porque las conocemos de antes. Entonces, nos transformamos por completo, nos entregamos a la pasión de hacerlo, de vivirlo ya con nuestro anhelo. Es el caso del personaje del cuento de Canterbury, pintado por Edward Burne-Jones en 1871, la desesperada Dorigen. Esta esposa afligida deseaba cada día ver la llegada de su amado, que en un barco regresaría ya de la guerra. 
Pasaban las semanas, y el velero no aparecía en el horizonte. Su desesperación la plasma el pintor desde la habitación donde Dorigen, todos los días, abre ya sus ventanas desplegándolas éstas por completo. El órgano de música, reflejado a la derecha del lienzo, es de los que requieren que alguien, otra persona, ayude necesariamente para tocarlo. Es una de las formas que el autor prerrafaelita utiliza para acentuar, aún más, la terrible soledad que obliga así ahora la mirada.  La verdad es que todos miramos a veces sin ver algo, o ésto no existe; o lo pensamos, es decir, lo imaginamos; o existe, y lo anhelamos porque no está; o, sencillamente, acabamos dejando que nuestros ojos hagan lo único que saben hacer, mirar, mirar y mirar, exista o no lo que miremos.
(Cuadro del pintor George Frederick Watts, Minotauro, 1885, Tate Gallery; Óleo La criada cautelosa, 1834, del pintor Peter Fendi; Cuadro del pintor norteamericano Edward Hopper, Mujer mirando por la ventana; Imagen de la pintora actual americana de origen Chino, Jia Lu, Salida, 1997; Cuadro del pintor actual Scott Mattlin, Obra Figurativa; Lienzo del pintor Paul Delvaux, El Fuego, 1935; Óleo del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, Anhelo de Dorigen, 1871.)

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LOS COMENTARIOS (1)

Por  Periodico Paraguay
publicado el 21 agosto a las 23:59
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Muy buenooo!!!