Este peculiar título se le otorga debido a que durante este año se desarrollaron una serie de pruebas diagnósticas prenatales no invasivas. Hasta ahora, para corroborar que un nonato es portador del síndrome de Down, entre otros trastornos congénitos, es necesario someter a la futura madre a una prueba de extracción de líquido amniótico, esto a través de una punción con una aguja gruesa o catéter, con todos los riesgos que esto puede significar en particular para el producto.
Hoy en día, en los Estados Unidos se empieza adoptar una prueba basada en los avances de la secuenciación del ADN, dando la oportunidad de investigar una pequeña fracción del ADN fetal que corre por las venas de la mujer embarazada. A penas el 3 al 10 por cieo del ADN libre (fuera de las céulas) circulante en la madre pertenece al producto y esto es suficiente para determinar si el feto tiene un número incorrecto de ciertos cromosomas, responsables de enfermedades hereditarias.
Pero no solo representa el hecho de que la prueba deja de ser invasiva, sino que además ya no es necesario esperar a la semana 15 o 20 del embarazo para hacerlo, sino ya en la semana 10 se puede realizar el estudio con una muestra de sangre, como en cualquier estudio de laboratorio común.
Si bien la tecnología no invasiva debutó oficialmente en octubre del 2011, fue este año el que vió el nacimiento de la primera generación de opciones con tres compañías que ofrecen pruebas y una cuarta que viene en camino. Esto marcó una nueva tendencia en el mercado así como una lucha por los derechos de patente. Lo más importante, las promesa de pruebas fetales más potentes en un futuro representan un reto bioético que enfrentarán padres y genetistas por igual, planteando que tanta información genética se quiere o debe saber, así como el uso que se le de a ella.
Sin lugar a dudas uno de los mayores puntos a discusión que desencadenarán estás pruebas son las posibles consecuencias del estar enterados de un resultado y la posibilidad del aborto, la legalidad o no de este, el derecho de la mujer a decidir y un eterno etcétera.
Por lo general serán las grandes religiones y en particular sus cabezas quienes opondrán resistencia reacia a este tipo de metodología diagnóstica, bajo la cerrazón de que la voluntad de dios debe prevalecer. Lamentablemente se basan las discusiones éticas en religión, cuando la Ética debería ser totalmente deslindada del credo de cada individuo. La moral y la ética no son sinónimos como en muchas ocasiones se nos ha querido hacer ver o por error confundimos.
Cada quien será libre de creer y practicar el credo o no de su preferencia, pero ello no tiene nada que ver sobre lo ético o no de un hecho. Cuando se trata de defender una postura bajo la sombra de un tema religioso corremos el riesgo de acabar, como sucede con el aborto, la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo, en caer en fanatismos y no lograr avanzar en temas realmente trascendentales.
La importancia de poder conocer el diagnóstico de un producto aún no nacido debe de ser visto más allá de la posibilidad de que los padres puedan o no abortar, el planteamiento ético no solo se limita a eso, sino al “diseño” genético del individuo, a la probabilidad de tener “hijos a la carta” o visto desde la esfera de un país “ciudadanos a la medida”. Por otro lado tenemos la posibilidad de ofrecer tratamientos, algunos in útero o bien la planificación de un sistema de atención específico para el individuo desde antes, para una vez que nazca poder brindarle toda la atención debida.
Sin lugar a dudas la Ciencia y con ella la Medicina avanzan día a día a pasos agigantados y lo que puede ser un verdadero problema es que la sociedad no ha evolucionado en su forma de pensar a la misma velocidad, en ocasiones veo una sociedad cuasi medieval incrustada en un mundo futurista. Es necesario que como individuos y ciudadanos avancemos y permitamos abrir más las discusión a temas éticos (no religiosos), llegando al fondo sin caer en fanatimos.