Revista Arte

El año que conocí a Claudio Bravo

Por Caru

El legado del pintor orientalista
Debió ser por el invierno de 1972, cuando yo estudiaba 3º de arquitectura y tenía un pequeño estudio muy luminoso en un torreón neobarroco del barrio de los Jerónimos,  con unas maravillosas vistas al Jardín Botánico y al Museo del Prado. Era un espacio de planta octogonal de unos 40 m² donde un grupo de estudiantes de arquitectura dibujábamos y hacíamos maquetas de proyectos. Me ganaba un dinero dando clases de dibujo en academias para estudiantes de arquitectura, y además le dedicaba las tardes al dibujo de acuarela y a la pintura abstracta en grandes formatos.
Muy cerca del estudio se encontraba un conocido gimnasio frecuentado por intelectuales, artistas y escritores. Un grupo de amigos amantes del deporte acudíamos alli para mantenernos en forma con sus clases de gimnasia sueca.
Claudio Bravo era un asiduo de la actividad deportiva y solíamos coincidir a última hora de la tarde, después frecuentabamos los restaurantes y cafeterías del barrio de las letras. En la visión del arte  pese a tener diferentes planteamientos, mostrábamos la inquietud, casi insoluble de la dialéctica entre figuración y abstracción, (el eterno debate entre lo real y los procesos informalistas).
En su estudio de puerta hierro tuve la ocasión de mostrarle varias carpetas de mi obra plástica con dibujos de acuarela inspirados en los maestros del renacimiento italiano como Piero de la Francesca, y composiciones abstractas con óleo y acrílico siguiendo las tendencias de la pintura impresionista americana. Pollock, Rothko y De Kooning. Aquellas obras le resultaron muy interesantes y me animó a seguir por ese camino, investigando el color, la forma y la materia.
Una tarde me comentó que había decido irse a vivir a Marruecos, donde había comprado un antiguo palacio del siglo XVIII, para instalar allí su vivienda estudio. Yo seguía al corriente de su trayectoria a través de la galería Marlborough de Madrid. Había perfeccionado aun más su exquisita técnica, y el fabuloso tratamiento de sus modelos marroquíes, las túnicas, los paisajes de poblados sienas y las naturalezas llenas del color de las frutas y sus maravillosos kilims. Me llamaron la atención las series de composiciones abstractas con papeles y telas recordando la estética de Rothko.
Hace 15 días supe de su fallecimiento a los 74 años en su palacio de Marruecos. Murió en Taroudant Marruecos contemplando los verdes valles de las Kasbashs, respirando el aroma del Atlas, y soñando con el ideal imposible de Leonardo Da Vinci. Fue sin duda un gran pintor figurativo de gusto exquisito con un estilo italianizante además de un ultivado filósofo que estuvo a contracorriente de los pintores realistas  a la “moda” y poseía un don especial y único para las proporciones y el esfumatto.
Fernando Cienfuegos


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