El año que vivimos peligrosamente (una película de Peter Weir protagonizada por Mel Gibson y Sigourney Weaver) viene el pelo para definir un año de sobresaltos, emociones desbordadas o masculladas en el interior creciendo como una larva, que se resiste a irse tranquilo y sin molestar. No hay tregua y hasta el último minuto, hasta el mismo momento en que mordamos la primera uva en las campanadas, el Gobierno, en el poder desde hace poco más de un año (qué largo se ha hecho y aún le quedan otros tres), va a estar despistándonos con los cuartos. A falta de confirmación de que el mundo vaya a acabar el viernes de la semana que viene, 21 de diciembre, no nos va a quedar otra que resistir otro duro invierno, al que seguirá una primavera de alergias, ésta sin brotes verdes que crezcan en la aridez que ha calado en la tierra y en el ánimo. Son ya demasiados años que estamos viviendo peligrosamente y eso desgasta al más animoso. Y en este contexto de penurias, la corrupción golpea el cerebro como gota malaya. La percepción es que la hay, y mucha, y la realidad lo confirma. Ayer, día Internacional contra la Corrupción, Transparency International dio a conocer un estudio sobre la percepción de la corrupción. España, en cuestión de honestidad y buena gobernanza como antítesis a la corrupción, ocupa el puesto 31, por detrás de Botsuana. Cuantificar los datos, aunque estén basados en la percepción que es subjetiva, puede ser un buen comienzo para luchar contra la corrupción, causante primera de esta crisis que no hace prisioneros. Cambiar el rumbo e intentar enmendar la situación, al menos disimular un poco, debería ser el siguiente paso. Pero si los mayas no lo remedian, llegará la Navidad, que cada vez se parece más a una cortina de humo con las que acostumbran a tenernos entretenidos durante unos días. Y volveremos estos días a hacer cuentas para cuadrar unos presupuestos cada vez más exiguos con unos precios cada vez más altos y el deber universal en estas fechas de ser feliz. Debería elaborarse un estudio también sobre la percepción sobre los precios para, al menos, ocupar las primeras posiciones en algún informe, al nivel del norte de Europa, pero se empeñan en hacer estudios sobre elementos positivos y siempre quedamos relegados a los últimos puestos.