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Dicen que era un pueblo maldito, el crimen y la maldad imperaba en los corazones de los hombres y estos descargaban su odio y venganza contra los más débiles. No cabía duda que el mal había sentado sus reales y contagiado hasta la tierra, donde sólo brotaba maleza y mala yerba.Allí los malos mandaban, eran la ley y no dudaban en aplicarla contra sus enemigos o contra quienes no estuvieran de acuerdo con ellos. Las jóvenes eran violadas, los niños asesinados, los padres secuestrados y diariamente se vivía un verdadero infierno del que nadie podía escapar, si no era a través de la muerte.
Un hombre terrible encabezaba a los malos; era feo y deforme, pero la verdadera maldad no estaba en su exterior, se escondía en el fondo retorcido de su alma; desde tal lugar asomaba sus fauces y gruñía como verdadero demonio.
Para castigar a una familia que tuvo la desgracia de ser encontrada culpable de rebelarse contra los deseos de Ramón Aparicio, que así se llamaba el jefe; fueron castigados cruelmente; quemándolos públicamente a fuego lento como si de una barbacoa se tratara; el cruel hombre los encerró en un círculo de llantas de camión y los miró cocinarse lentamente entre gritos desgarradores que al final cesaron mientras don Ramón reía y amenazaba con hacerle lo mismo a los que desafiaran su autoridad.Las monstruosidades de don Ramón Aparicio se hicieron famosas, tanto descuartizaba enemigos como los despellejaba vivos, todos le temían, la misma autoridad evitaba meterse con tan peligrosos enemigo.
Un día le dieron la noticia, le dijeron que un hombre preguntaba por él, que venía por el camino Largo, que vestía como un fuereño con una gabardina que le llegaba hasta los tobillos a pesar del calor sofocante. De este hombre le dieron las señas de que era muy alto y casi rubio y que se mostraba sin miedo, desafiante e irreverente, al decir a todo mundo que venía buscando a don Ramón Aparicio para castigarlo.
Don Ramón envió por él, quería la sangre y los huesos del hombre que lo desafiaba en sus propios terrenos; doce hombres que fueron a cazarlo jamás regresaron, los encontraron regados por el camino, muertos y con la señal de la cruz en la frente.Cuando el hombre llegó, ya lo estaba esperando, lo dejó entrar al pueblo, donde un ejército de sicarios armados lo cazarían como a un perro.
Pero el hombre no llegó por la entrada de la ranchería, apareció en medio de un trueno, un terrible rayo que partió una gran ceiba y mató a más de la mitad de los hombres que quedaron regados por doquier.La gente cuenta que lo ocurrido fue como una pesadilla, armado con enorme espada dio cuenta de todos los enemigos, era imponente y brillante, alto y poderoso, dos enormes alas brotaban de su espalda y daba saltos por encima de las casas.
Cuando llegó el turno a don Ramón, este lo miró horrorizado, su sola presencia quemó sus ojos y el arcángel clavó la espada en la tierra que empezó a resquebrajarse, para posteriormente tragarse al mal hombre, que parecía sufrir la más terrible de las agonías. Nunca nadie volvió a ver a don Aparicio, ni al arcángel; sólo las huellas de la batalla quedaron imborrables; a la fecha nadie vive en los alrededores, donde se aprecia la maleza quemada y la ceiba partida por un rayo. La gente dice que el gigante rubio que mató a tantos sicario y se llevó a don Ramón era un arcángel enviado por el cielo.