El Archidiácono y los Dinosaurios
Eden PhillpottsTraducción de Charlie Charmer
Parte III
Resumen de lo publicado: El archidiácono acaba de perder a su fiel gato Tom, víctima de la voracidad de un plesiosaurio. Esta desgracia afecta a su estado de ánimo... (Puedes leer las Partes I y II del relato aquí y aquí).
Ilustración de Le monde avant la creátion de l'homme (1886, Flammarion) que recoge el literal bíblico según el que Dios creó a todos los animales (incluyendo, pues, a los dinosaurios) en una semana para que compartieran el mundo con el hombre. Nuestro archidiácono parece tener una visión más abierta del tema.
Entonces recordé que estaba enredado en un período millones de años antes de Adán y Eva. Esta reflexión me puso serio y me hizo sentir por primera vez algo solitario y separado de mis semejantes. Sabía que acababa de cumplir sesenta años solo una semana antes y sentí que, humanamente hablando, era dudoso en grado sumo que pudiera vivir hasta el comienzo de la era cristiana. También me irritó pensar que debía morir doce millones de años antes de que naciera mi esposa; ¿qué tenía de bueno ser un archidiácono de la iglesia anglicana eras antes de la época en que “Gran Bretaña primero, a las órdenes del cielo”, se hubiera erguido sobre la superficie azul [1]? Dos cosas estaban transparentemente claras: no habría ocupación profesional para mí, ni salario, por un número considerable de razones. Recuerdo claramente haberme preocupado por el salario, y también por la indiscutible certeza de que nunca volvería a ver la catedral.
¡Por qué, en el cómputo más generoso, nuestro mundo solo había alcanzado el verso veinte del primer capítulo del Libro del Génesis! Sinceramente me desanimé; y, en este momento de depresión, conocí a brontosaurus excelsus, casi el más grande de los dinosaurios. Caminaba a cuatro patas, medía dieciocho metros, y probablemente pesaba veinte toneladas. No es que me importara. Pasó de largo con silencioso desprecio, y tengo el recuerdo de haberme burlado también de él mientras se dirigía hacia el agua. Le dije: “No eres tan grande como el atlantosaurus para tanta aparatosa corpulencia. ¡Y él también se levanta sobre sus patas traseras y camina como yo, que soy el rey de los animales, y un archidiácono!” Pero no me prestó atención. Dudo que me llegara a escuchar. Estos comedores de hierba eran todos unos brutos adormecidos, perezosos y sin aspiraciones.
Atlantosaurio de Le monde avant la creátion de l'homme
“¿Qué -me dije amargamente en mi sueño- es lo bueno de tener dieciocho metros de largo si no tienes cerebro ni conversación? Preferiría ser un árbol o una roca que uno de estos estrafalarios monstruos. Pero la naturaleza todavía es una niña, y estos son sus burdos juguetes y estúpidas muñecas.”
Entonces me encontré con el rastro de algo que me dejó sin aliento. Supuse que debía ser el ceratosaurio, y sabía que él dependía de comer a otros animales y no temía a nada. Sus enormes huellas habían dejado una profunda huella en el suelo húmedo, y entre ellas se extendía un profundo surco, como si un gran arado hubiera pasado por allí. Esto parecía apuntar a la impresión de una vasta cola. La criatura sin duda caminaba sobre sus patas traseras, según la costumbre; y de los destrozados restos de varios monstruos menores que se extendían por su senda, no dudé de que estaba almorzando mientras vagaba por su camino.
Ceratosaurio (1901, J.M.Gleeson bajo supervisión de Charles R.Knight)
Las nubes se acumularon más densamente, la lluvia cayó en gotas pesadas y solitarias; había un olor volcánico en el aire, y oí al gigantesco dinosaurio rompiendo huesos tras la siguiente esquina. Mi pulso se aceleró, miré a mi Remington y luego me apresuré a avanzar con el coraje que pude reunir.
El ceratosaurus estaba cerca de ese matojo de coníferas. Acababa de terminarse un pequeño cocodrilo, y estaba mirando alrededor en busca de otro cuando me vio. Nunca contemplé una mole viva tan poderosa e imponente. Sus mandíbulas estaban abiertas, su cabeza era enorme, sus dientes verdaderamente terribles. Sus amarillos ojos, desorbitados, eran tan grandes como las ruedas de un tren, su cuello era una torre, su cuerpo mayor que muchos elefantes. Inexperto como yo era, sentí que se había detenido ante mí un dinosaurio carnívoro de incluso mayores dimensiones que cualquiera cuyos huesos fósiles se hayan descubierto hasta el presente. En realidad, no permaneció quieto ni un instante. Se acercó a pasos gigantescos y lanzó la cabeza hacia adelante como una serpiente. Parecía tener más de quince metros de altura, pero no vamos a discutir las mediciones científicas exactas. La ingobernable prisa del bruto era tal que, de hecho, no tuve tiempo ni de una nota taquigráfica en el puño. Me pregunté un par de cosas: si mostraría algún respeto por mi ropa; y, si no lo hacía, si mi Remington le detendría cuando estuviera sobre mí. Inclinó la cabeza hacia un lado y se apoyó en sus patas traseras. Se relamió los labios con una lengua negra, sin duda con anticipación. Disparé mi rifle en el momento adecuado, pero no le causó impresión, y en un segundo estuvo encima de mí cuando me giré para salir volando. Mi ropa ciertamente no obtuvo ningún respeto por su parte, pero le sometió a una severa prueba, ya que, doblando sus enormes patas traseras, me agarró como a un bebé entre sus garras delanteras y me elevó por completo a casi ocho metros de altura. Cómo resistieron los faldones traseros de mi abrigo y el traje que llevaba debajo, nunca lo sabré. Incluso en ese supremo instante, me maravillé porque no había cosido ninguna puntada. El dinosaurio dio un bufido fuerte y gutural, me abrazó contra su pecho, inclinó su cuello hacia abajo, puso los ojos en blanco y apartó los labios de sus dientes. Pero yo no podía hacer ningún movimiento, porque mis sentidos y músculos parecían paralizados. Colocó su cabeza sobre mí, tenía su fétido aliento en la mejilla, sus ojos amarillos me miraban con furia y me embistió con el cuerno de la nariz hincándomelo en las costillas. Entonces retomé en cierta medida la capacidad de acción: Luché, pataleé y grité, y mientras luchaba, el terrible abrazo de la bestia contra mi pecho se relajó un poco y su silueta se hizo borrosa. Pero el ojo amarillo se volvió cada vez más brillante.
El despertar -de S. Jerónimo- (dibujado por Alberti, grabado por Chataigner)
Entonces, me desperté en fases lentas, y aparecieron los contornos de las cosas modernas, y fui consciente de un desorden general, del techo de mi dormitorio y de otras visiones familiares. Pero el ojo amarillo me seguía mirando. Finalmente, me quedé sin aliento y jadeé por ese repunte de la pesadilla, empapado de sudor, temblando por temor a la presencia del dinosaurio. Había amanecido y tenía sobre mí un montón de ropa de cama y la convicción de que estaba casi haciendo el pino, que es como suelo poner los pies para descansar en tiempos de apacible sueño. Pero el ojo amarillo se quedó inmóvil, y no entendí la situación y me encontré de regreso a principios del siglo XX hasta que me di cuenta de que la cosa centelleante era un gran pomo de latón al pie de mi cama.
Ese día, durante el desayuno, Peter me suplicó e imploró una sardina como de costumbre. Pero cuando le dije: '¿Qué hay de ese pterodactilo, viejo amigo?' y '¿Cómo te fue dentro del plesiosaurio, viejo?', solo pestañeó y pataleó suavemente con sus patas delanteras y ronroneó como de costumbre. Peter es un gato realmente grande, pero lo que me llamó la atención de él esa mañana, después de mi excursión en medio de la fauna mesozoica, fue su tamaño ridículamente pequeño.
-----
[1] “When Britain first, at Heaven's command/ Arose from out the azure main” son los dos primeros versos de la canción patriótica Rule, Britannia! (1741) con letra de James Thomson y música de Thomas Arne, asociada a la marina británica.