Revista Arte
Cuando la Revolución Francesa llegó a su máximo momento de tensión, en el año 1793, uno de los personajes más devotamente revolucionarios de entonces lo fue el radical Jean-Paul Marat (1743-1793). Su inteligencia y capacidad llegó a acompasar a la vez una feroz, despiadada y cruel personalidad jacobina. Entendió, quizás, antes que nadie en la Historia la fuerza del pueblo y de las masas para conseguir los propósitos ideológicos más personalistas, vanidosos, arribistas y terribles que una mente humana pudiera concebir. Fue por ello que su carismática influencia, en las masacres y violencia que surgieron en París en aquel fatídico año, llegó a ser tan poderosa que pocos podían superarle tanto en retórica populista como en capacidad intelectual. Para él, que había argumentado en contra, por ejemplo, de la pena de muerte años antes, no cabía ahora ninguna duda en aplicarla tanto al rey Luis XVI como a sus defensores y partidarios. Fue así como entonces, a finales del siglo XVIII, Marat quiso conseguir el mayor y más radical cambio social posible para la mitad de la sociedad, sin contar él, para nada, con la otra mitad opuesta.
El gran pintor francés que fue Jacques-Louis David (1748-1825) alcanzó con su estilo neoclásico conseguir así obras de Arte esplendorosas, propias además del momento que le tocó vivir. Partidario de las nuevas ideas de cambio y progreso que inspiraron inicialmente la Revolución, sin embargo acabó acercándose demasiado a personajes radicales y furibundos como fueron Robespierre y Marat. Amigo de ambos, terminó siendo, así, el pintor oficial de aquel primer movimiento revolucionario francés. Ya había pintado al primer mártir que la revolución tuvo, Louis Michel Le Peletier, abogado y jurista jacobino que fuera ya asesinado, el día antes -21 enero 1793- de la cruel ejecución del rey Luis XVI, por los enemigos de esa misma revolución. Así que, cuando Marat a su vez apareció asesinado en su propia bañera, llamaron al pintor David para que inmortalizara el momento trágico tal como había hecho ya con Le Peletier.
Había que encumbrar, ahora, con esta muerte heroica, trágica, y clásica además, la figura divina ya del gran defensor y prohombre de la Revolución. Su amigo, David, lo pintaría de modo magistral, enmarcado con los símbolos que glosaría el sacrificio. Sacrificio esta vez profano, pero sacrificio divino al fin y al cabo. Como uno de los cuadros que ya hubiese él visto años antes en la Roma renacentista y cristiana, ahora David desea así representar también a su amigo Marat, como un nuevo mesías caído por la gloria de la Revolución. La figura del asesinado tiene los matices de un Cristo en donde la dolorosa es sólo, ahora, su letal pluma y su bañera acogedora y matizada de lienzos blancos y verdes (pureza y esperanza). Todo un prodigio artístico que determinó la tendencia social que aquellos difíciles, duros y sangrientos años tuvieron en el mundo.
Los enemigos de esa radicalización en los objetivos sectarios y criminales que iba obteniendo la Revolución fueron los girondinos, la otra mitad. Una de ellos fue Charlotte Corday, joven aristocrática francesa que estaba convencida de que Marat y su prodigiosa personalidad influyente eran lo peor de las causas posibles a eliminar. Tal pasión la llevó, del mismo modo, a sacrificarse también, en este caso justo por lo contrario de lo que representaba el cuadro de David. Éste, entonces, no la pintó. No era lo importante, sólo escribió su nombre en el papel que el asesinado sostenía. Pero, todo se transforma con los años, y con las tendencias veleidosas de la vida. Cuando cayó Robespierre, David tuvo que exiliarse. Hasta que Napoleón llegó, lo salvó, y le requirió como el gran pintor del imperio. Luego, cuando el emperador terminó, acabó por completo la gloria del gran pintor francés. Y con él su obra revolucionaria más significativa, La muerte de Marat. Los tiempos cambiaron. Todo cambió. Cuando el pintor academicista francés Paul Baudry (1828-1886) decidió en 1860 pintar un cuadro sobre la fallida primera revolución, entonces todo fue diferente. Ahora era Charlotte Corday la heroína, la defensora de Francia, la mártir que se mantuvo quieta, sin huir, después de terminar con la vida del ominoso Marat. Tan sólo cuatro días después, Charlotte fue ejecutada inapelablemente por los jacobinos.
La grandeza de los creadores la consiguen, además, cuando se anticipan a su tiempo. Doménicos Theotocópoulos -El Greco- (1541-1614) ha sido uno de los más grandes pintores de la Humanidad. Quizá el más anticipador de todos. En esta muestra de su obra Vista de Toledo el autor consigue aquí, ya en 1614, toda una obra expresionista, anticipada trescientos años casi. Para su época es difícilmente comprensible saber, entonces, ¿qué pretendía realmente con ella el pintor? A su lado comparo una excelente fotografía, titulada Paisaje (de la web tumblr-media bookmarking). De este modo, observamos cómo un Arte y otro consiguen lo mismo: asombrar, emocionar. Aunque las causas de ambos son muy diferentes: una es una creación de la nada, sólo de la mente de un hombre; otra surge de una creación también, pero de algo existente, de una Naturaleza maravillosa ya.
Mas adelante incluyo dos obras del siglo XVIII de un mismo personaje histórico, María Luisa de Parma, reina que fue de España al casarse con el rey Carlos IV de Borbón. En la primera, más joven ella, aparece cuando la pintó el alemán Anton Raphael Mengs (1728-1779) en 1765, año de su matrimonio real, con tan sólo catorce años. El otro cuadro lo pinta el genial Goya en 1789, cuando la reina había perdido su lozanía juvenil, así como toda su dentadura. En este caso el Arte viene a reivindicar una belleza zaherida, que, como en muchas otras ocasiones, sitúa ahora las cosas con la perspectiva de la sobriedad y el equilibrio. Seguidamente, con otra obra anticipadora, sin saberlo siquiera el autor, de otra extraordinaria fotografía. El pintor ruso Iván Aivazovski (1817-1900) consigue plasmar en 1882, en un lienzo, una auténtica puesta de sol en la exótica, romántica y exultante Constantinopla. La excelente instantánea fotográfica, Atardecer y Mar (de TrekEarth), justifican los calificativos más anticipadores de lo que casi cien años antes una creación humana y artística pudo fiel y bellamente conseguir.
Cuando el duque de Alba recomendó a Felipe II en 1559 los oficios de la pintora italiana Sofonisba Anguisciola (1532-1625), ninguno de los grandes pintores de la corte pudo entonces imaginar ya la gran capacidad artística de esta singular mujer. Llegó a retratar al monarca español en algún momento de su vida, se supone que alrededor de 1580, en un famoso cuadro. Retrato que no acabó catalogado en el Alcázar madrileño, en donde se custodiaban por entonces muchas obras reales, a nombre de esta pintora sino al de otro pintor, esta vez español, Pantoja de la Cruz. También, quizás por el parecido estilístico con su maestro en la corte de Madrid, el español Alonso Sánchez Coello, al que conoció y siguió Sofonisba, se pensó durante algún tiempo después que había sido aquél y no ésta el autor de tan regio retrato. Hasta casi 1990 no se afirmó categoricamente ya la verdadera autoría de ese retrato de Felipe II: la extraordinaria pintora que fue Sofonisba Anguisciola.
(Óleo de El Greco, Vista de Toledo, 1614, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York; Fotografía Paisaje, de la web tumblr-media bookmarking; Cuadro Retrato de María Luisa de Parma, del pintor Anton Raphael Mengs, 1765; Óleo del pintor Goya, María Luisa de Parma, 1789; Cuadro Constantinopla, 1882, del pintor ruso Iván Aivazovski; Fotografía Atardecer y Mar, de TrekEarth; Cuadro Autorretrato con Bernardino Campi, 1550, de Sofonisba Anguisciola, con la curiosidad de dibujarse la pintora a la vez con su primer maestro italiano, el pintor Campi, utilizando el inédito recurso de ser pintada por el mismo a la que ella retrata; Óleo Felipe II, 1580, de la pintora italiana Sofonisba Anguisciola, Museo del Prado; Cuadro del pintor francés David, Muerte de Marat, 1793, Bruselas; Óleo del pintor academicista francés Paul Baudry, Charlotte Corday -muerte de Marat-, 1860, Nantes, Francia.)
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