Revista Cultura y Ocio

El arte del negativo, Enrique Vila-Matas

Publicado el 29 diciembre 2021 por Kim Nguyen

6. Muchos años después, encontraría resumida la tarea que, sin ser plenamente consciente entonces, había emprendido con ese breve primer texto de fondo criminal [La asesina ilustrada]. La encontraría en el aforismo que escribió Kafka en Zürau y que poco a poco he ido viendo que ha sido esencial en todo lo que he escrito; de hecho, es el punto clave de mi biografía literaria:
«Hacer lo negativo aún nos será impuesto, lo positivo ya nos ha sido dado.»

7. Y también muchos años después yo respondería a un amigo que me preguntaba por mi tendencia a construir reversos de la realidad en mi obra diciéndole, si no recuerdo mal, que ya desde La asesina ilustrada y de forma también acusada en Suicidios ejemplares, en Hijos sin hijos y en Bartleby y compañía, por citar sólo algunos de los libros de mi primera etapa, busqué el revés (À rebours, que decía Huysmans), el negativo de lo que la claridad nos había dado, de lo que la historia de la literatura, con raras excepciones, había venido ofreciéndonos.

8. Precisamente porque ya nos ha sido dado, y también porque ya lo hemos vivido y visto en exceso y ya no da para más, el revelado de la fotografía del mundo ya lo conocemos de memoria. Buscar los intrincados caminos de lo negativo de esa imagen ha de ser nuestra tarea. Tarea que parece excitante, porque no es terreno precisamente muy hollado y podría ocultar —ni lo pongo en duda— las únicas sorpresas posibles, aquellas que ya sabemos que jamás vamos a hallar en lo positivo, que está absolutamente gastado.
Hacer lo negativo me ha venido pareciendo además en los últimos tiempos una tarea urgente, quizás porque corre serio peligro de desaparecer, como la literatura, como el cine.
Lo vio Jean-Luc Godard, buen conocedor del aforismo de Zürau, sobre el que dijo: «No hay que olvidar que las imágenes del vine proceden de negativos y que hoy en día, con los vídeos y la informática, el negativo ya no existe; no tenemos más que el positivo. Pero el positivo lo tenemos ya al nacer. Si nos quedamos sin contradicciones, ¿qué haremos para avanzar?»

9. Quizás cuando se habla de trabajar el negativo se trata, fundamentalmente, de excavar zanjas, de llevar a cabo arduos trabajos e investigaciones en territorios oscuros y subterráneos, vedados muchas veces a la vista de la mayoría, como afirmaba Kafka en una carta a Brod refiriéndose a «los grandes temas y otras zarandajas» que Brod le recomendaba tan toscamente que emprendiera: «¿Qué estoy construyendo? Quiero excavar un subterráneo. Es preciso que se produzca algún progreso. Mi puesto es demasiado alto allá arriba (…) Estamos excavando en el foso de Babel».

10. De algún modo el Cabinet d’amateur, con su empeño en ser el esqueleto de una versión oblicua de mi biografía literaria, reflejó bastante bien mi inclinación como escritor por la meditación, por la indagación, por el revés del fotograma realista; mi tendencia a una tarea de tinieblas que exige salir siempre en busca de la emoción no visible, sino de la emoción emboscada; mi inclinación por ir construyendo «el arte del negativo», por una investigación osada de los reversos.
No hace mucho, mi amiga Liz Themerson me contó que en el hospital, cuando la incertidumbre era máxima y no sabía si moriría o sobreviviría, no era miedo lo que sentía, sino un inmenso vacío. No dormía de noche y esperaba con ansiedad la llegada de la mañana. Como si la mañana fuera a salvarla. Se pasaba las noches mirando por la ventana, esperando las primeras luces. Esa experiencia que yo también he conocido, es un tipo de emoción que surge cuando el realismo se desfonda y aparece en su lugar el núcleo duro de lo esencial, la nebulosa del ser verdadero, la bruma de la identidad profunda que es siempre extraña y extranjera y de la que habló Raymond Queneau para, con su habitual maestría, calificar a esa bruma de niebla sin sentido: «Esta bruma insensata en la que se agitan sombras, ¿cómo podría esclarecerla?»
Y yo creo que en esa experiencia de vacío de Themerson está también la sensación de no haber dado lo mejor de nosotros a nadie, ni haber sabido vivir intensamente. Seguramente Liz Themerson esperaba la llegada de la mañana confiando que ésta le ayudaría a cortar amarras con el vacío y le permitiría trazar pasadizos, tal vez incluso buscar atajos hacia el núcleo incomunicable, es decir, iniciarse en la senda de aquello a lo que cada persona le da un nombre distinto y que yo llamo a veces «el arte de construir el negativo».
Es un arte que seguramente nació a principios del siglo pasado con la carta ficticia en la que Hofmannsthal —en realidad para poder seguir escribiendo— renunciaba a la escritura. Fue una despedida falsa y al mismo tiempo con un fondo de realidad muy verdadero —como la imagen con su positivo y su negativo— que precedió a casos como el de diversos poetas europeos que percibieron pronto que la materia verbal no podía llegar a ser nunca plenamente transparente y, conscientes de esto, se fraccionaron ellos mismos en una serie de personajes heterónimos: toda una estrategia para poder adaptarse a la imposibilidad de afirmarse como sujetos unitarios, compactos y perfectamente perfilados. Era la misma imposibilidad que, discurriendo acerca de los diferentes estados cotidianos de su humor, ya había apuntado el propio Montaigne en sus ensayos. En realidad, es la misma que nos permite hoy precisamente tener confianza en lo que narramos, aunque ninguna acerca de nuestro lugar en el mundo.

Enrique Vila-Matas
Cabinet d’amateur, Una novela oblicua

Foto: Enrique Vila-Matas


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