Revista Arte
Fue el romano Plinio el viejo quien escribiría en su Historia Universal sobre el unicornio por primera vez, en el año 79, d.C., justo cuando él mismo acabaría falleciendo como consecuencia de la terrible erupción del volcán Vesubio en ese año. Plinio no se caracterizaría por su rigurosidad científica, dejándonos escrito en su obra: El unicornio es el animal feroz que más se resiste a su captura. Tiene el cuerpo de un caballo, la cabeza de un ciervo, las patas de un elefante, la cola de un jabalí y un solo cuerno negro de un metro de largo en medio de la frente. Su grito es un bramido demasiado profundo... Pero fue el sevillano Isidoro de Sevilla quien, en la alta edad media, escribiría sobre el unicornio claramente: Griego es el nombre del rinoceronte, que en latín viene a significar "un cuerno en la nariz". Se le conoce también como monóceros, es decir, unicornio, precisamente porque está dotado en medio de la frente de un solo cuerno de unos cuatro pies de longitud y tan afilado y fuerte que lanza por alto o perfora cualquier cosa que acometa. Es frecuente que trabe combate con los elefantes, a quienes derriba infiriéndoles una herida en el vientre. Es tan enorme la fuerza que tiene, que no se deja capturar por la valentía de cazador alguno; en cambio, según aseguran quienes han descrito la naturaleza de los animales, se le coloca delante una joven doncella que le descubre su seno cuando lo ve aproximarse y el rinoceronte, perdiendo toda su ferocidad, reposa en él su cabeza, y de esta forma, adormecido, como un animal indefenso, es apresado por los cazadores... Es una metáfora extraordinaria del amor. Se le relacionó, incluso, con Jesucristo, muerto también por una virgen... Así fue como el unicornio entraría en la leyenda cristiana y occidental para describir la fantástica maravilla de la virginidad, de la sumisión, del amor y de la muerte. El Arte no podía dejar de lado esa fascinante metáfora misteriosa, la del animal más extraño y fantástico que hubiera existido jamás.
El Renacimiento resucitaría la leyenda, artísticamente, con las fragancias manieristas de los grandes pintores de finales del siglo XVI. Annibale Carracci, el creador de la famosa Escuela de Bolonia, sería contratado en el año 1595 por el cardenal Eduardo Farnesio para decorar el techo de su Camerino, en su famoso y artístico Palacio Farnesio en Roma. Este extraordinario palacio romano fue construido en el año 1512 por su bisabuelo, el papa Paulo III, por entonces cardenal Alejandro Farnesio. Cuando Eduardo Farnesio encargase a Carracci el fresco de su palacio romano, el gran pintor boloñés llevaría consigo a su aprendiz Domenico Zampieri, conocido como el Domenichino (1581-1641). Carracci encargaría a Domenichino el fresco del gabinete del cardenal Eduardo Farnesio, conocido como el Camerino. En ese fresco Domenichino compuso su obra La virgen y el unicornio, una exquisita composición manierista de la leyenda del animal más fantástico habido jamás, un ser mitológico que, seducido, era dócilmente entregado entre las faldas de la joven virgen acogedora. La belleza de la joven del fresco del Palacio Farnesio sería muy pronto asociada con la mujer más hermosa de Roma en los años del bisabuelo del cardenal Eduardo Farnesio. Giulia Farnesio era la hermana de Alejandro Farnesio, el que años después acabaría siendo el papa Paulo III. Esta mujer se casaría muy joven con un poderoso noble italiano, el conde Bassanello, señor de Bassanello. Este conde no era físicamente muy agraciado, era algo estrábico y muy poco seguro de sí mismo. Pero la belleza de Giulia era tan extraordinaria que otro poderoso, aún mucho más poderoso que su marido, se acabaría fijando en ella, el famoso papa Alejandro VI, el español Rodrigo Borgia. La haría su amante hasta el año 1500, cuando Giulia Farnesio tuviera ya, para entonces y para el pedófilo papa, demasiados años como para solazar el rubor amoroso de Rodrigo Borgia. Acabaría ella falleciendo en Roma en la residencia de su hermano, el cardenal Alejandro Farnesio, en el año 1524, a los 50 años de edad. Diez años después, Alejandro Farnesio se convertiría en el papa Paulo III.
Paulo III también tuvo su amante cuando fue cardenal en Roma. La identidad de la madre de sus cuatro hijos, Constanza, Pedro, Ranuccio y Pablo, fue desconocida durante algún tiempo. En una carta del escritor francés Rabelais a un obispo se mencionaría la identidad de la amante: una dama romana de la familia Ruffini. Efectivamente, sería Silvia Ruffini la amante del cardenal Alejandro Farnesio en los primeros años del siglo XVI. Un descendiente de su hijo Pedro Farnesio, Octavio, acabaría siendo duque de Parma y Piacenza. Este nieto de Paulo III se casaría con otra mujer ilegítima, Margarita de Austria y Parma, hija reconocida del emperador Carlos V (Carlos I de España) y de su amante flamenca Johanna van der Gheynst. Fueron Octavio y Margarita matrimoniados muy jóvenes, Margarita de Austria con dieciséis años y Octavio Farnesio con quince años. Ella no vería muy de su gusto al joven Farnesio, pero, sin embargo, cuando Octavio regresara herido de su participación militar en la española toma de Argel del año1541, su desprecio de mujer se fue tornando luego en un amor incondicional. Al fallecimiento de Octavio en el año 1586, le sucedería en la dinastía Farnesio su hijo, el gran general español Alejandro Farnesio, aquel héroe español que lucharía en la famosa batalla de Lepanto, también en Flandes y hasta contra el poder francés. Se casaría Alejandro con la infanta María de Portugal, de la que nacería en el año 1573 aquel cardenal que más amaría la belleza en aquellos años finales del manierismo romano y al advenimiento de un Barroco que apenas llegaría a comprender, absolutamente seducido por los rasgos excelsos de la belleza más extraordinaria que nunca jamás, ni antes ni después, alumbraría el orbe occidental en toda la historia del Arte occidental en Europa.
(Fresco La virgen y el unicornio, 1602, del pintor Domenichino, Palacio Farnesio, Roma; Detalle de un fresco del Palacio Farnesio, Historia de Ulises, Ulises y las sirenas, 1597, del pintor boloñés Annibale Carracci, Palacio Farnesio, Roma.)
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