Revista Arte
En el Museo del Prado hay un retrato excelente del año 1894 de una infanta española -Paz de Borbón, hija de Isabel II- que sirve para admirar al gran retratista alemán que fuese Franz von Lenbach (1832-1904). Pero los retratos a finales del siglo XIX y principios del XX no tendrían ya mucho sentido: la fotografía había alcanzado su liderazgo en ese modo de plasmar la imagen retratada de una persona. Sin embargo, un año antes de fallecer, el pintor alemán Lenbach tuvo la osadía de realizar una obra de Arte haciendo justo lo contrario: plasmando el retrato fotográfico de él y su familia en un autorretrato artístico que fijaba ahora en su lienzo el mismo instante y la misma composición de la fotografía. Como obra artística es original: nunca se había autorretratado un pintor con su familia observando todos muy agrupados hacia un mismo objetivo. Algo esto, por otra parte, que era necesario para encuadrar la placa fotográfica entonces. El pintor elige luego hacer ese retrato de familia no como Velázquez lo hiciese -Las Meninas, 1656-, ante un espejo, sino copiando la imagen fotográfica real en su propio lienzo artístico. Y aquí ahora hay dos aspectos artísticos diferentes. Uno la creación artística propia de una obra de Arte, y, por otro lado, el alarde -absolutamente audaz- de copiar una instantánea fotográfica en una obra de Arte.
Pero, claro, no podemos disociar una cosa de otra; si no supiésemos que existe una fotografía causa de esa imagen artística, podríamos ahora tener una impresión estética muy distinta de la obra de Arte. Primero porque de ser solo la obra de Lenbach un acto original, es decir, ser objeto de un impulso original y creativo de pintura, el autorretrato del pintor y su familia sería una muy curiosa, ingeniosa, creativa y original obra de Arte. Porque todos los miembros retratados en la pintura están ahora mirándonos fijos, todos además en una posición entregada y activa de comunicación con el observador (posición imprescindible en una fotografía), un alarde creativo de vinculación o de cercanía al observador, algo no realizado nunca de ese modo, tan escudriñador incluso, en una obra de Arte. Pero se trataba de una fotografía familiar: todos debían salir lo más agrupados posible. En la fotografía se aprecia ahora la sorpresa, la estupefacción también, la tensión de la espera -los posados requerían un tiempo de exposición-, la incomodidad, la artificialidad de los gestos, la realidad completamente manifiesta aquí de un momento -no tanto un instante- de gran verosimilitud retratista. Porque así somos los seres humanos ante la visión objetiva y real de nuestro mundo.
Sin embargo, el pintor Lenbach no hizo una copia exacta de la imagen fotográfica -actitud propia de los creadores de Arte-, sino que desarrollaría su propia visión, sutilmente, de lo que de la realidad fotográfica pudiera ahora representarse en una creación estética determinada. Y así podemos apreciar en la pintura del retratista alemán cómo varía el vestido de su hija mayor -en la obra de Arte es mucho más hermoso y equilibrado-, cómo transformará su gesto incluso: para nada la estupefacción y el cansancio, para nada la sorpresa o la rigidez de la fotografía. Ahora, la hija mayor del pintor aparece esplendorosa en la pintura, mejorada extraordinariamente por el Arte. Es ella, pero no es la misma de antes. También suceden estos detalles en el propio pintor, el cual relucirá más rejuvenecido que en la placa fotográfica; más seguro, incluso, menos entumecido. En la pequeña hija se observa una leve sonrisa en la obra de Arte que en la fotografía no se aprecia: en ésta hay, a cambio, una suave temerosidad en su mirada. Todos en la pintura de Lenbach mejorarán, hasta los trazos impresionistas de todo el encuadre harán de la obra de Arte un extraordinario retrato de familia muy sugerente y original. ¿Original? No, realmente original no. Ya no. Fue una copia, y esta particularidad evitará en la pintura el sentido de creatividad, lo que es el hecho de obtener una imagen desde la única y exclusiva intuición personal de la mente del pintor, algo que no fue una de las virtudes artísticas en este retrato de familia. Pero, todo lo demás sí lo fue. Con su obra, demostraría el pintor alemán la grandeza del Arte. Demostraría el pintor alemán lo que el Arte trata siempre de enseñarnos: a vivir. Por eso el Arte no imita nunca la realidad, sino todo lo contrario: nos enseña, sin embargo, la mejor actitud y la mejor combinación del mundo para con nosotros.
(Óleo Autorretrato del pintor y su familia, 1903, del pintor alemán Franz von Lenbach, Galería Lenbachhaus, Munich, Alemania; Fotografía del pintor Franz von Lenbach y su familia, 1903, del blog Imágenes fotográficas antiguos y clásicos, de Servatius.)
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