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La respuesta a esa distancia implícita entre el arte y el resto del mundo que no se da de forma tan profunda en la literatura o la música está en el hecho de que una obra de Shakespeare te la puedes comprar por 6€, puedes leerla en el bus, en el tren, en la cama y una obra de arte no. ¿Es posible entonces que en una sociedad donde todo lo consumimos, la limitación de ese consumo a unos pocos convierta a las artes visuales en un privilegio no sólo material sino cultural?El arte no sólo está en las colecciones privadas es cierto, sino también en los museos, pero hasta qué punto los discursos y las metodologías expositivas facilitan el sentimiento de pertenencia entre el público y las obras? Son los museos los sitios soñados donde identificarse con el arte y adoptarlo como parte de nuestro bagaje cultural? Si la revolución 2.0 se cuela en las salas de un museo el día tendrá que llegar en que el arte, como mínimo por su forma de mostrarse y en los procesos de consumo del mismo, pueda escapar de lo círculos minoritarios para pasar a formar parte de nuestro patrimonio cultural más inmediato.