A partir de las 8 de la tarde, en el río hay más gente que en la guerra. Cuando comienza a caer el sol, las hordas valencianas se echan a la calle para caer en los brazos del running. Darse una larga caminata por el pulmón verde de la ciudad supone pescar en un barril de insights. La naturaleza humana, en mallas.
No es de extrañar que la Publicidad haya aprovechado esta enésima fiebre y nos frían a anuncios que exudan sacrificio. Y transpiración. En el mundo real, ustedes podrán encontrar dos tipos de corredores: los que sufren por su aspecto y las que no.
Para un hombre primerizo, salir a trotar supone ponerse la misma ropa que emplearía para pintar un piso. Una mujer tenderá a salir ultraconjuntada, la goma del pelo con la camiseta y ésta a su vez con el cordón de las zapatillas fluorescentes. Independientemente de cuál sea su forma física. Alguien le dijo una vez que las mujeres en su afán de perfección holístico un día reventarían como una granada
Pero es que el diseño de la ropa femenina de deporte no ayuda nada, señores. Todas compramos la ropa en el mismo lugar. Y el tallaje debería adaptarse a cada país. Las valencianas son pequeñas, redondas y de talle corto. ¿Por qué las camisetas tienen que ser tan largas y estrechas? Eso no favorece ni a una diosa triatleta de 1,80.Con su chico, mientras caminan, juegan a localizar a las runners que tratan de ocultar su culo con camisetas de tallaje equivocado. Ella lleva camiseta fucsia, piratas negros y zapas a juego con el top. Mira a su churri, divertida, quien -con su anuencia lúdica- se lo pasa teta calibrando culos ajenos.
Y lo ve. Con una camiseta desbocada blanca del 89, unas bermudas manchadas y unas zapas de pádel de hace 10 años. Y piensa que ambos son un tópico. Con patas. Que, de momento, se resisten como pueden a aquello de trotar. En el río, dice.