Revista Opinión

El Aufbau Ost avanzado

Publicado el 25 junio 2014 por Vigilis @vigilis
Tras las palabras Aufbau Ost (en alemán, más o menos «desarrollo del este») se esconde el más ambicioso proyecto de ingeniería política, económica y social que haya conocido la humanidad. El planteamiento parece sencillo: coger a los 16 millones de alemanes del este y lograr que dejen atrás la miseria y el horror del comunismo para que alcancen las cotas de desarrollo del primer mundo.

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"Sub-regiones" del Almanaque Mundial de la CIA.

16 millones no son muchos millones de personas y además, la existencia de electricidad en las ciudades parece que facilita la tarea. Los europeos hemos pagado en los últimos 25 años unos dos billones de euros para llevar a buen puerto la reunificación alemana y aún así, tras 25 años, las regiones orientales de Alemania siguen siendo objetivo prioritario en la aplicación de los fondos de desarrollo europeos. Pero no quiero hablar aquí de lo que nos cuesta a nosotros ayudar a Alemania. Por estas latitudes somos católicos y entendemos la necesidad de ayudar al descalzo. Tampoco quiero hablar aquí de que aunque todos los europeos todavía estamos pagando la reunificación alemana, son los propios alemanes los que más esfuerzos dedican a esta gigantesca labor. Ahí están las medidas de austeridad y el impuesto especial de "solidaridad" sobre la renta y sociedades que todavía pagan nuestros vecinos alemanes occidentales.
The depopulation of the former East Germany has reached a crucial stage, say experts. For the first time it is recognised that communities expected to become economically successful after German reunification are 'not going to make it'.
Fuente

De lo que quiero hablar es de lo que aparece detrás del Aufbau Ost. Si alejamos el zoom, los europeos tenemos un reto todavía mayor que el de las miserables regiones de Alemania del este: la incorporación de toda Europa oriental al primer mundo. Incorporación no solamente en términos de convergencia de renta, acceso a servicios públicos, seguridad e infraestructuras, sino también en términos de mentalidad del primer mundo, de mentalidad occidental. Lejos de mi afán la pretensión de establecer explicaciones culturalistas, todas las medidas de corrupción, transparencia, libertad de expresión y el conjunto de lo que conocemos como «libertades banales» siguen evidenciando una brecha entre occidente y oriente. Y en este caso no hablamos de 16 millones de personas que comparten lengua con 70 millones de europeos (alemanes occidentales y austríacos), hablamos de 90 millones de personas cuyos padres y abuelos jamás conocieron otra cosa que la barbarie, la carencia y el miedo y que además hablan una docena de idiomas diferentes que no se prodigan en occidente.

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Un telón de acero sigue dividiendo Europa.

Más allá de las mediciones demoscópicas y de los estudios económicos y estadísticos sobre calidad de vida, está el tema de si esta «evangelización del este» nos la debemos tomar como un proyecto político compartido que tal vez salve a la Unión Europea de su implosión. Sé que el tema no tiene partidarios en la península Ibérica: ni creemos que nos toca de cerca, ni nunca nos importó demasiado en los últimos doscientos años lo que ocurría en el oscuro pozo ultrapirenaico. Pero el mundo ha cambiado. Vaya si ha cambiado.
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No sé si es adanismo el decir que el mundo no es cómo lo conocieron nuestros padres: al fin y al cabo eso lo podían decir ellos del mundo de nuestros abuelos. Pero lo cierto es que podemos ver más similitudes entre el mundo de 1970 y el de 1930 que entre el mundo de 1970 y el de 2010. Para empezar, estamos inmersos en la transición del estado-nación a «otra cosa». Esto es acaso lo más importante del tema que nos ocupa. El estado es el terreno de juego de la política y la política es la expresión de la voluntad de cambio de la población. La política que podemos hacer se ve determinada por la capacidad del estado en el que se inserta. Si el estado cambia, las políticas serán otras.
Ahora viene lo de la «aldea global», así que tomaos un chupito. Una cosa de la que no hablo mucho porque no sé cómo expresarla es esa sensación de irrealidad que me sorprende cuando alguien habla de la globalización. Innumerables conferencias, seminarios, cursos, libros y debates sobre la globalización como «fenómeno». Yo, sinceramente, no sé de qué diablos están hablando. Mi generación no ha conocido otro mundo más que el mundo «globalizado». No tenemos nada con qué comparar nuestro mundo. No hemos vivido la transición que va del fin del siglo XX  al inicio del siglo XXI. Esa transición que de forma imprecisa abarca desde los cascotes del muro de Berlín hasta el ataque a las Torres Gemelas o la quiebra de Lehman Brothers (banco que en su día se lucró con la esclavitud del siglo XIX. Aprovecho para recordarlo de forma gratuita).

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Portada de Time (28-III-1990).

No es que mi generación se volviera medio tonta con el cambio de modelo mundial, es que el mundo ya había cambiado cuando nosotros llegamos. Los padres entran en casa y se encuentran a Jaimito de pie al lado de los restos de un jarrón roto y el niño dice «ya estaba así cuando llegué». El mundo ya estaba así cuando llegamos. Y alguien dirá que es hora de que una nueva generación pase a relevar a la generación saliente, pero quienes dicen eso continúan pegados a sus sillones, mientras la generación más cuidada, la que más oportunidades tuvo en la historia, la más mermada por causas no bélicas sigue esperando en el andén un tren que no llega nunca.
Hoy, veinticinco años después de la caída del muro, hay una nueva generación en Europa oriental que se sentirá profundamente defraudada por Occidente. Y ellos no son como nosotros. Ellos no son los nietos celados del boom económico de la posguerra. Son más bien hijos de una súbita modernidad que conducen coches como los nuestros y usan teléfonos como los nuestros, sin embargo no han tenido que pagar el coste del aprendizaje. Es más, no sólo no pueden valorar lo que ha costado llegar hasta aquí, sino que fueron educados en un triste y gris sistema de orden servil.

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(Exploring the Soviet-era Abandoned Buildings of Chemnitz, Former East Germany)

Podemos estar de acuerdo en que nuestro petróleo se oculta bajo la arena de desiertos peligrosos. Podemos estar de acuerdo en que no podemos competir con el sudeste asiático a la hora de producir objetos baratos de plástico. Pero no veo por ningún lado que la gente se ponga de acuerdo con que tenemos un problema en casa. Un cálculo impreciso pero gráfico: 16 millones de alemanes nos cuestan 2 billones de euros, 90 millones de europeos del este nos costarán más de 11 billones de euros. ¿Alguien está haciendo las cuentas? La «evangelización del este» o el Aufbau Ost avanzado nos sale por la friolera de toda la riqueza que produce la UE en un año. Toda. Actualmente la UE dedica a los fondos de cohesión unos 60.000 millones al año y eso incluyendo objetivos regionales en países como Reino Unido, España, Alemania, Francia o Italia, es decir, los países "ricos". Y si en 25 años todavía Alemania Oriental renquea en términos de convergencia de renta, desempleo y calidad de vida, este Aufbau Ost bien puede ser un proyecto cuyas consecuencias no estarán claras hasta el siglo XXII.
Es muy entretenido darle vueltas una y otra vez a los viejos problemas, pero ante nosotros tenemos una serie de nuevos problemas para los que las viejas soluciones ya no son útiles. Tras el Aufbau Ost avanzado que nos costará un dinero que hoy no tenemos y que exigirá varias décadas sin resultados apreciables, hay un runrún detrás de mayores proporciones: la migración sur norte estimada por la división de población del departamento de asuntos económicos y sociales de Naciones Unidas. Cuanto más se reduzca la miseria en el mundo, esta migración irá a más. Nuestros nuevos convecinos serán un sencillo objeto de discriminación por quienes en el primer mundo no disfrutan de una posición cómoda. El clásico juego de identificar quién va a pagar los platos rotos. No son los socios del club de golf los más interesados en golpear el avispero, sino la legión de perdedores tradicionales que se encuentran en las sociedades opulentas.
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No es posible predecir el futuro, pero sí es posible prever tendencias en función de la historia conocida y de las estimaciones estadísticas. No quiero parecer agorero pero sospecho que no voy muy desencaminado si digo que un objeto de grandes dimensiones se aproxima hacia nosotros a gran velocidad y no queremos verlo.
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