Lobo ibérico Foto: Juan José González Vega
El lobo siempre me ha fascinado. Es un animal al que respeto profundamente. Me enamoré de él en mi tierna infancia, viendo aquella maravilla de programa que era ‘El hombre y la tierra’, del gran Félix Rodríguez de la Fuente. No entendía por qué los humanos le habían declarado la guerra hasta el punto de exterminarlo de la práctica totalidad del continente europeo.
Quizás miles de años atrás tuviera un sentido. No en vano, hombres y lobos eran depredadores que competían por las mismas presas. Pero hoy en día ese odio atávico hacia un animal tan bello, noble y discreto es absolutamente irracional. Se le acusa de atacar al ganado. Y en parte es cierto: los lobos cazan ovejas y vacas… muy de vez en cuando. Pero el problema no es el lobo, cuya reducida población en España, sin ser tan crítica como la del lince ibérico, dista mucho de poder considerar a la especie fuera de peligro y, desde luego, resulta ridículo pensar que pueda ejercer un impacto significativo en la población ganadera. Los principales causantes de los ataques a los rebaños son los perros asilvestrados, como demuestra el riguroso estudio desarrollado por dos investigadores de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), Jorge Echegaray y Carles Vilà, según el cual sólo un 3% de la alimentación del lobo se compone de ganado ovino, mientras que el porcentaje aumenta hasta un tercio de la dieta de los perros salvajes, por otra parte, mucho más numerosos que sus primos cánidos.
Los mismos científicos señalan algunas prácticas fraudulentas entre los ganaderos, que para cobrar las indemnizaciones que las administraciones públicas destinan a quienes sufren pérdidas de ganado a manos del lobo, no dudan en culparlos aun cuando los rebaños son atacados por perros, e incluso dejan en el campo a los animales muertos de forma natural para que los devoren los lobos.
No pretendo demonizar a los ganaderos (aunque muchos de ellos sí lo hagan con el lobo). Los hay que desarrollan su actividad, tan importante en nuestra sociedad, de forma armónica con el medio natural, utilizando métodos de defensa persuasivos contra los posibles ataques de animales salvajes, como por ejemplo el recurso de los perros pastores. Un lobo jamás se atreverá a atacar un rebaño defendido por un mastín. Lo que pasa es que es mucho más cómodo dejar a las vacas sueltas en el monte, sin tener que preocuparse por ellas.
El ser humano considera que el planeta le pertenece y, por tanto, los demás animales son un estorbo o no en función del grado de intromisión que ejerzan en sus actividades. En España el lobo estuvo virtualmente extinguido, pero logró sobrevivir y recuperarse, aunque siga siendo un enfermo en la UVI. Las estimaciones más optimistas (las oficiales) cifran su población alrededor de los 2.000 ejemplares, si bien un estudio realizado por investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la Estación Biológica de Doñana del CSIC y el Instituto de Biología Evolutiva de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) la situaba hace apenas dos años en un máximo de 650.
Pese a tan precaria situación, las presiones de los sectores ganaderos y la complicidad de los gobiernos mantienen al lobo entre las especies cinegéticas, pudiéndose cazar al norte del río Duero. De hecho, ganaderos asturianos y cántabros defienden que la especie se erradique por completo de ambos territorios, donde las vacas campan a sus anchas.
Si no se ha permitido ya es porque, afortunadamente, no todo el mundo apuesta por tan radical solución. Desde la sociedad civil surgen iniciativas que reclaman la protección del lobo ibérico, cuyo valor natural es incuestionable, pero no sólo eso, sino que también tiene un gran potencial económico como polo de atracción para el turismo ecológico, como lo es el oso pardo.
SOS Lobo Cantabria ha lanzado una petición en change.org para pedir que se deje de perseguir y matar al lobo ibérico en esta comunidad. Hasta el momento ha recogido más de 70.000 firmas de apoyo, entre ellas la mía. Os animo a que lo hagáis vosotros también.